La búsqueda de la uniformidad religiosa provocó la campaña de la Armada Invencible

Un grupo de historiadores estudia en Londres la aventura llevada a cabo por Felipe II

La campaña de la Armada Invencible fue forzada a Isabel I y Felipe II por las concepciones de la época, que asociaban uniformidad religiosa con estabilidad política. Ni el monarca español ni la soberana inglesa estaban dispuestos a tolerar en sus dominios las minorías disidentes apoyadas por la otra parte, pero tanto la campaña española de 1588 como la contracampaña británica lanzada al año siguiente evidenciaron que tal tipo de aventuras estaban abocadas al fracaso, según ha puesto de manifiesto en Londres un grupo de estudiosos de aquel acontecimiento.

Historiadores del Reino Unid...

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La campaña de la Armada Invencible fue forzada a Isabel I y Felipe II por las concepciones de la época, que asociaban uniformidad religiosa con estabilidad política. Ni el monarca español ni la soberana inglesa estaban dispuestos a tolerar en sus dominios las minorías disidentes apoyadas por la otra parte, pero tanto la campaña española de 1588 como la contracampaña británica lanzada al año siguiente evidenciaron que tal tipo de aventuras estaban abocadas al fracaso, según ha puesto de manifiesto en Londres un grupo de estudiosos de aquel acontecimiento.

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Historiadores del Reino Unido Holanda y España han discutido en un simposio celebrado este fin de semana bajo los auspicios del Instituto de España y el Museo Nacional Marítimo de Greenwich algunos aspectos del intento de invasión de Inglaterra por parte de Felipe II hace ahora 400 años. En un tono de desapasionado análisis, aunque no exento de diversidad de opiniones, los ponentes y la especializada concurrencia intentaron explicar el porqué de lo que ocurrió entonces y las consecuencias derivadas.La chispa que hizo estallar la paciencia de Felipe II con Isabel I fue la decisión de la inglesa de apoyar a los protestantes de los Países Bajos, levantados en armas contra el dominio español. "Si lsabel hubiese podido evitar la guerra y conseguir seguridad lo hubiese hecho", dice Tony Ryan, de la universidad de Liverpool. "Pero el problema era que en la uniformidad religiosa estaba la base para la estabilidad, y mientras Felipe quería tolerancia para los católicos en Inglaterra e Isabel para los protestantes en los Países Bajos, ninguno podía aceptar esa tolerancia por peligro a la desestabilización política" y la subsiguiente pérdida de poderío, mayor en el caso de España que en el de la todavía frágil Inglaterra.

Ryan no cree que la campaña de la Armada "fuera un intento a muerte", en lo que coincide con el profesor Geoffrey Walker, de Cambridge, quien manifestó que "la campaña fue más un intento de enseñar la bandera que de invadir en serio, por las complicaciones que para el imperio hubiese supuesto", tesis que cuesta creer cuando se pasa revista a los esfuerzos de todo orden, y no los menores de índole presupuestaria, en que se embarcó Su Católica Majestad.

"Ninguna de las flotas podía infligir a la otra una derrota definitiva", comenta Ryan, pues las armas de que estaba dotadas no eran las más adecuadas para el enfrentamiento naval ni, en el caso británico, había elaboración en la teoría de ese tipo de desafío. Así es como a lo largo del canal de la Mancha "se dan una serie de escaramuzas en las que se produce pequeño o ningún daño".

Estas andanadas de tipo guerrillero descolocan al pesado cuerpo expedicionario español, aunque no le cuestan tan caro como su enfrentamiento con los vientos, que le imposibilitan dar protección a las tropas laboriosamente reunidas por el duque de Parma al otro lado del canal, tal y como detalló el capitán Hugo O'Donnell, con las que debía llevarse a cabo la invasión. La conducta de Parma, su auténtica disposición a participar en la operación, sigue siendo un enigma, pero O'Donnell se ciñó a las vicisitudes logísticas, que tuvo que hacer frente el comandante de Flandes, sin especular sobre sus eventuales ambiciones políticas.

El tiempo

El holandés J. Schokkenbroek, de la universidad de Leiden, rebajó el papel asignado por la historiografía a las fuerzas navales de su país, que esperaban en sus costas la oportunidad de asaltar a los españoles. Por su poco calado, los barcos holandeses dependían por completo del buen tiempo para ser útiles, y no hay pruebas que se sumaran a los ingleses.Tanto la flota mandada por el duque de Medina Sidonia como la encabezada por lord Howard de Effingham sufrieron problemas logísticos, paradójicamante más graves en el caso de los ingleses, como reseñó el capitán de navío José Ignacio González-Aller, quien valoró la astucia del vicealmirante Francis Drake y no tuvo reparos en reconocer que Diego de Valdés "fue el peor comandante de toda la Armada". Una mala actuación de éste acabó con su primo Pedro de Valdés, otro comandante, en manos del corsario de Plymouth, "lo que constituyó un gran golpe moral" para la flota. En el lado español, los lazos de parentesco causaron más problemas que en el británico.

Una vez que Inglaterra tuvo conciencia de haberse salvado de la invasión española, Isabel comisionó en 1589 a Drake una operación de castigo contra España, que Ryan calificó de "contraarmada". La campaña fracasó estrepitosamente, y a juicio del historiador "lo ocurrido en 1588 y 1589 evidenció que ni el Estado ni los medios logísticos podían sostener aventuras de este tipo".

La consecuencias del fiasco de la Armada no fueron inmediatas ni espectaculares, a juicio de John Lynch, del Institute of Latin America Studies de Londres.

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