Crítica:ÓPERA / LICEO

Una buena receta para un gran teatro

Lo mejor hasta el momento de la presente temporada lírica barcelonesa ha llegado de la mano de la habitualmente poco representada Fedora, de Umberto Giordano. ¿El secreto? Muy fácil, aparentemente: encárguese una producción a quien tenga el brazo partido en tales tareas, añadiendo que no repare en gastos porque: la cosa va a lo grande (léase: estará presente TVE, que emitirá el espectáculo en directo el día 9, con posibilidad posterior de poner en circulación un vídeo comercial); asegúrese de que la pareja protagonista, que se come literalmente la obra, va a ser de campanillas; y, final...

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Lo mejor hasta el momento de la presente temporada lírica barcelonesa ha llegado de la mano de la habitualmente poco representada Fedora, de Umberto Giordano. ¿El secreto? Muy fácil, aparentemente: encárguese una producción a quien tenga el brazo partido en tales tareas, añadiendo que no repare en gastos porque: la cosa va a lo grande (léase: estará presente TVE, que emitirá el espectáculo en directo el día 9, con posibilidad posterior de poner en circulación un vídeo comercial); asegúrese de que la pareja protagonista, que se come literalmente la obra, va a ser de campanillas; y, finalmente, búsquese un director capaz de sortear, una y otra vez, las tremendas trampas de una difícil partitura. Agítese y sírvase frío.Lo importante -y eso sí que es difícil- es que los ingredientes se combinen en las proporciones justas. Pero a un barman avezado como Lluís Andreu, director artístico de la casa, no le han fallado las medidas que, a buen seguro, venía calculando desde largo tiempo atrás.

Fedora

De Umberto Giordano, sobre un libreto de Arturo Colautti. Intérpretes principales: Renata Scotto, Plácido Domingo, Mª Ángeles Peters, Viceng Sardinero, Mª Antonia Regueiro, Alfonso Echeverría, Vicenç Esteve, Jesús Castillón y Mark Gibson. Producción: Gran Teatro del Liceo. Dirección escénica: Giuseppe de Tomasi. Decorados: Ferruccio Villagrossi. Vestuario: Pier Luciano Cavalloti. Orquesta sinfónica y coro del Liceo dirigidos por Armando Gatto. Barcelona, 2 de marzo.

No es nada frecuente en el Liceo que se levante el telón y el público aplauda la puesta en escena. Pues bien, ocurrió: Giuseppe de Tomasi, amado a veces y no tanto otras, ha dado ahora una notable lección de buen hacer escénico.

Idea lúcida

La idea de dividir la escena, durante los dos primeros actos, en dos partes, ambas de interior, pero una de ellas con vistas al exterior, donde ocurren cosas fundamentales para el desarrollo dramático, es francamente lúcida. Y el tercer acto, el del chaletito suizo, todo césped y florecillas, deja escapar un guiño kitch que también está bien para no creérselo del todo. Y si De Tomasi escatima en este acto final las esperadas bicicletas -símbolo inequívoco de la clausura del romanticismo-, recompensa ampliamente en los dos anteriores con un trineo y una carroza dignas de Visconti.Por lo que se refiere a la dirección de actores lo ha tenido francamente cuesta abajo. Poner a dos animales escénicos de la mejor estirpe como son Plácido Domingo y Renata Scotto es garantía de éxito. La sopra no debutaba en el papel de Fedora. No así el tenor en el de Loris, que lo hizo en el Liceo en 1977 -i11 años!-, sin haberlo retomado posteriormente. Da igual: sólo la Scotto es capaz de morirse en escena con esa intensidad. Y el público, claro enloqueció. Su papel musicalmente es un tanto mate, pero dramáticamente es precioso.

De Domingo cabía esperar un brillante Amor ti vieta, la perla de un papel bastante más agradecido que el femenino. Y así fue. Pero, puestos a destacar, señalaríamos dos momentos brevísimos a los que inyectó su inusitada fuerza: la pregunta, tan simple como banal, del segundo acto "Fedora, m'amate?" y la respuesta del tercero "Sono qui, vicino a te...", igualmente simple y banal, a la pregunta de la princesa rusa: "Loris, dove sei?"

Los demás papeles de la obra son excesivamente secundarios, lo cual plantea dificultades a la hora de conferirles una personalidad propia. Sin embargo, tanto Vicenç Sardinero (De Siriex), como Mª Ángeles Peters (Olga) estuvieron a la altura de las circunstancias, y de la larga lista de papeles menores destacaríamos el de Cirillo cabalmente interpretado por Alfonso Echeverría. El maestro interno del teatro Mark Gibson hizo honor a la fama de su personaje Lazinski, descendiente según se dice del mismísimo Chopin, interpretando al piano durante el segundo acto el nocturno alla maniera del polaco, sobre el que los dos protagonístas entretejen su interesantísimo dúo.

En su cita habitual con el Liceo, el director Armando Gatto revalidó éxitos anteriores. Mantener la tensión y la unidad de estilo en una obra como ésta, que cita tan diferentes géneros haciendo honor al verismo, no es dede luego tarea fácil.

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