Tribuna:

Olvidos de perdedores / 1

La sociedad española es, con respecto a la conservación de la historia, verdaderamente paradójica. Gasta toda la pólvora en determinadas conmemoraciones y olvida otras con el mismo desparpajo. En este trabajo el autor se refiere a esa actitud española frente al recuerdo, sobre todo cuando se refiere a los hechos protagonizados por los perdedores. Sería excesivo elaborar un catálogo de los que han vivido sujetos al desprecio de la historia, pero conviene apuntar algunos nombres.

El sustantivo olvido tiene muy honda raigambre entre nosotros. Carismáticamente valorado por Juan Ramón Jiméne...

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La sociedad española es, con respecto a la conservación de la historia, verdaderamente paradójica. Gasta toda la pólvora en determinadas conmemoraciones y olvida otras con el mismo desparpajo. En este trabajo el autor se refiere a esa actitud española frente al recuerdo, sobre todo cuando se refiere a los hechos protagonizados por los perdedores. Sería excesivo elaborar un catálogo de los que han vivido sujetos al desprecio de la historia, pero conviene apuntar algunos nombres.

El sustantivo olvido tiene muy honda raigambre entre nosotros. Carismáticamente valorado por Juan Ramón Jiménez en uno de sus primeros libros, Olvidanzas: las hojas verdes, y más tarde en Olvidos de Granada, dio título a una simpática zarzuela del maestro Serrano: La canción del olvido. Olvidar, es un frecuente defecto moral de los españoles, que para recordar necesitan a veces haber olvidado antes. Muchos adoptan también conscientemente el propósito de no olvidar para dar rienda suelta a sentimientos de rencor o envidia. Pero no es éste mi deseo de hoy, sino, precisamente, de signo contrario. Ahora que una resumida serie de televisión pretende informar al olvidadizo publico sobre lo que los hoy viejos vivieron (pocos jóvenes la ven), hay que rememorar hechos concretos sin veleidades ni vanaglorias para que la historia sea honesta.En esté diario llamé la atención hace tres años (Heroísmos olvidados) sobre la desmemoria en que se tenía por aquellas fechas a los héroes militares y civiles destacados republicanos de la guerra civil (1936-1939) y la nula representación que sus acciones tenían en un museo militar, que parecía enmascarar una apología de la rebelión y un vituperio indirecto de las huestes gubernamentales.

Algo parecido a como si en Alemania se hiciera el panegírico del antijudaísmo nazi. Los museos deben ser centros culturales para divulgar y enseñar historia, en este caso la militar, y no solamente para enaltecer a unos generales sublevados que vencieron. Sería doloroso comprobar la persistencia de esa falla cuando ya se han afianzado las libertades democráticas y está democratizada la mayor parte del mundo con que España se conecta.

La historia contemporánea de nuestro país está indiscutiblemente marcada, nunca mejor dicho a fuego, por esa contienda; pero medio siglo después del cainita holocausto, y acabado el silencio obligatorio, los dirigentes políticos, los jefes militares de la República, los héroes aislados y las ciudades heroicas no han recibido todavía los honores merecidos que, por circunstancias bien sabidas, se otorgaron solamente a los ganadores. No basta con que se celebren actos esporádicos en memoria de unos u otros, o exposiciones retrospectivas de fotografías y documentos, o que se pongan placas en algunas de las casas en las que vivieron.

Resulta bochornoso seguir advirtiendo el alto número de generales y oficiales franquistas y de civiles mediocres que dan rótulos a calles y plazas sin que hayan aportado gloria alguna al renombre histórico español. Cierto que se han hecho desaparecer algunas designaciones importantes para reponer las ya clásicas; pero en el cómputo general nada significa que en muchas de las ciudades de nuestra geografía se: hayan restituido nombres tradicionales, como en Madrid el paseo de la Castellana o las calles del Príncipe de Vergara o de Santa Engracia, por poner sólo tres ejemplos. Es lógico, aunque repugme a muchos, que el jefe de la rebelión siga dando nombre a calles o plazas, o tenga monumentos, dada la prolongación histórica de su mandato, en el que hubo cosas respetables, y que la resistencia en el alcázar de Toledo quede como huella de heroísmo. Mas, dejando a salvo el honor privado de las personas, ningún otro jefe o dirigente. del franquismo así inmortalizado reúne merecimientos superiores a los de quienes lucharon en su contra.

En todas las campañas defensivas hay siempre héroes que dan "hasta la última gota de su sangre por el terreno que pisan" -España, en esa guerra-, y entre los republicanos, que no hicieron otra cosa que defenderse, hubo muchos cuya memoria no pudo ser exaltada porque estaba prohibido hacerlo. No obstante, hay rótulos con nombres de quienes consintieron masacres o fueron meros esperpentos, según los historiadores imparciales. En 1987, por otra parte, ya no puede aceptarse su glorificación como liberadores de un país que no necesitaba liberación y que tenía unas leyes que aquéllos conculcaron. Varios millones de españoles entre muertos, perseguidos y trasterrados impiden utilizar ese manido argumento.

El Gobierno de la segunda República, entre 1936 y 1937, tuvo que organizar un ejército sobre cimientos nuevos, que fueron las milicias populares; y tanto los militares profesionales que le siguieron fieles como los civiles militarizados (Líster, Miera, Modesto, Tagüeña, etcétera) construyeron historia que debe ser perdurable. Si nos referimos a ciudades heroicas, el hecho de defender durante tres años a la capital de la nación, prácticamente sitiada, bombardeada y hambrienta, conservando una capacidad militar para la resistencia y un perfecto estado sanitario, constituyen gestas militares tan dignas de ser conmemoradas como el heroísmo alcazarino.

Esa defensa estará para siempre vinculada al nombre del general José Miaja con la colaboración de otros jefes (Rojo, Prada, Asensio, Bueno, etcétera), y la responsabilidad de esa sanidad, gracias a la cual tantos sobrevivieron, fue del doctor José Estellés con sus colaboradores. Pues bien, ni a unos ni a otros se han otorgado las menciones públicas a que se hicieron acreedores y en ninguna ciudad de España se ha dado a sus vías o rincones el nombre de "Madrid heroico".

Si propongo hacerlo ahora no es, líbreme Dios, como propaganda de republicanismo. Los herederos políticos, sentimentales o teóricos, de Niceto Alcalá Zamora y de Manuel Azaña agradecen a plena conciencia las demostraciones de apertura a la libertad que ha dado el rey Juan Carlos I y nunca podrán olvidar su invitación y su respetuoso saludo a la viuda de Azaña en México, sus atenciones con los ex¡liados, la simpatía con que acogió a los militares republicanos en el obelisco del Dos de Mayo y su emocionante actitud del 23 de febrero, contemplada por televisión, con la que evitó una catástrofe monstruosa que habría vuelto a caer sobre ellos.

Venganzas

Y reconocen que si al acabar la guerra civil se hubiera dado esa juancarlista orientación hermanante, las cárceles no habrían dado tanta carne a las venganzas, ni tantos españoles habrían rodado por la indigencia, ni el exilio habría durado tanto tiempo. Más aún, el prestigio de España no se habría degradado internacionalmente y otro gallo habría cantado al inmediato futuro español que es hoy el presente.

Hay que sacar del ámbito del pasado las olvidanzas para reparar máculas en la honestidad historia. Urge hacer una antología de los valores humanos y de los hechos resaltables, heroicos o no, para sacarlos del desconocimiento general.

Los españoles se asombrarán del gran número de dosdemayos que hubo en aquella guerra y de su extraordinaria categoría. Las derrotas plagadas de heroismos, las persecuciones, las organizaciones modélicas y los exilios (icuánta luz cultural repartieron por el mundo!) son méritos que exigen trato especial. Los recuerdos no pueden reducirse sólo al poeta y mártir granadino, porque fueron infinitos los personajes (masculinos y femeninos, militares y civiles) a quienes España debe reintegrar públicamente la dignidad histórica que adquinieron a pulso de españolismo.

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