Tribuna:

El texto dramártico

El teatro es un género literario: es la literatura dramática. Hasta la expansión de la imprenta era casi la literatura: ante una abundancia abrumadora de analfabetos, con la escasez y la limitación de los libros manuscritos, el teatro cubría no sólo su función específica, sino las de las otras dos: la épica (narraba, contaba una historia) y la lírica (se escribía en verso o en una prosa situada muy por encima del lenguaje común). El actor incorporaba ese texto: le daba su cuerpo. Daba su voz y su inflexión a la letra escrita, a la poesía dramática; se podía decir que la interpretaba en el mism...

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El teatro es un género literario: es la literatura dramática. Hasta la expansión de la imprenta era casi la literatura: ante una abundancia abrumadora de analfabetos, con la escasez y la limitación de los libros manuscritos, el teatro cubría no sólo su función específica, sino las de las otras dos: la épica (narraba, contaba una historia) y la lírica (se escribía en verso o en una prosa situada muy por encima del lenguaje común). El actor incorporaba ese texto: le daba su cuerpo. Daba su voz y su inflexión a la letra escrita, a la poesía dramática; se podía decir que la interpretaba en el mismo sentido que se aplica hoy a un ejecutante de música con respecto a un compositor: es decir, con mucha libertad dentro de una gran sujeción; con una capacidad de desciframiento, de elucidación o de matización de lo escrito, pero ateniéndose siempre a ello. El actor se incorporaba, por decirlo así, al texto dramático; con tal fuerza, que los escritores comenzaron a trabajar para determinados actores o para determinadas compañías. La expansión de la imprenta llevó, por una parte, a la disminución del teatro como transmisor casi único, pero ayudó, por otra parte, a la fijación definitiva del texto escrito y a su difusión. La noción de autor quedó engrandecida, y el texto escrito, sacralizado.Introducir variantes

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Hacia finales del siglo pasado, y muy velozmente en los últimos años de éste, se ha Regado a la idea de introducir nuevas variantes en el texto escrito; gracias, sobre todo, a la suma de técnicas nuevas que aparecen a partir de la electricidad (como varía el arte interpretativo al hacerse visible el gesto) y de derivaciones de ella, como la introducción del sonido artificial, del motor, la mecánica y la arquitectura para la escenografía, y de la repercusión de otras artes de evolución diferente, como las plásticas (no siempre de una manera congruente, porque la presencia humana, corporal, de los actores y sus voces no son fáciles de introducir en un cubismo, una abstracción u otras vías de la exploración pictórica). Y la derivación del mensaje dramático hacia formas con otra dinámica posible de la imagen, como el cine o la televisión; últimamente, el vídeo. Hasta tal punto se ha llevado esta ansiedad que hoy la escuela estructuralista considera texto teatral no lo escrito ni lo dicho, sino el momento de la representación y todos sus signos. La circunstancia de que todo ello haya coincidido con una decadencia del teatro puede ser meramente casual, pero coincide. Sobre todo cuando se practica un desmembramiento, un descuartizamiento: es decir, cuando el texto escrito, la escenografía, la interpretación, la dirección y la dramaturgia (que ahora se ha separado de la función de autor, llamado antes dramaturgo) no coinciden, ni en calidad ni en intención. Las diversas autorías chocan entre sí. A veces, físicamente, cuando los autores del texto están vivos y defienden su unidad literaria: buena o mala, pero suya. Puede ser una de las razones para el apartamiento de escritores o autores actuales -lo cual se añade a la decadencia del teatro- y la elección de clásicos o extranjeros, sobre los que es más fácil operar. Pero también en este caso pueden chocar ante el público: cuando la sutura entre texto escrito y representación es demasiado notoria, originalista o buscadora de famas nuevas sobre glorias antiguas -los clásicos-, los signos no coinciden, y la pieza se desparrama sobre el escenario como cortada. Suele incidir también este desmoronamiento en el otro elemento carcterístico del drama, el actor: se suele abandonar su voz y su dicción, o su interpretación del texto escrito, porque se devalúan al mismo tiempo. Por tanto, se le convierte poco a poco en objeto: en materia para iluminar, para vestir, para encajar en el decorado, para moverse en el escenario según nuevas leyes diferentes al texto (la proxémica). Sólo en casos muy especiales, a veces independientes de la calidad alta de quienes practican la nueva división del trabajo, se han conseguido muy excelentes resultados. Pero los mejores siguen produciéndose cuando los conceptos de técnica introducida y de plástica evolucionada han estado acordes con el texto escrito y cuando éste ha reunido en sí mismo los suficientes valores dramáticos.

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