Crítica:RUTAS MUSICALES DEL SURFESTIVAL DE GRANADA

Obra maestra de Donostia

Es tópica la calificación de injustamente olvidada a cualquier música arrinconada en los desvanes de la historia con justicia. Así, cualquier diletante hace suponer que la más brillante historia musical española fluye por, el subsuelo y que basta que unos pentagramas estén archivados para que posean virtudes que urge recuperar.Tales zumbidos musicográficos son culpables de que autores y obras olvidadas con injusticia no se escuchen y no estén incorporadas al gran legado de nuestra creación musical. Ejemplo no evidente, sino glorioso, es la magna obra de José Antonio de Donostia, ...

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Es tópica la calificación de injustamente olvidada a cualquier música arrinconada en los desvanes de la historia con justicia. Así, cualquier diletante hace suponer que la más brillante historia musical española fluye por, el subsuelo y que basta que unos pentagramas estén archivados para que posean virtudes que urge recuperar.Tales zumbidos musicográficos son culpables de que autores y obras olvidadas con injusticia no se escuchen y no estén incorporadas al gran legado de nuestra creación musical. Ejemplo no evidente, sino glorioso, es la magna obra de José Antonio de Donostia, cuyo centenario se celebra este año en el País Vasco y el resto de España. El Festival de Granada ha tenido el acierto de conmemorar a Donostia donde mejor cuadra su espíritu: en la Capilla Real y con la Misa pro difunctis para cuatro voces mixtas y órgano, que interpretaron el Coro de Cámara de Nuestro Salvador, dirigido por Estanislao Peinado, y el organista Juan Alfonso García.

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Otros conciertos habrán convocado más adictos, pero cuantos llenaron la Capilla Real pudieron gozar de uno de los más bellos momentos del festival. La Misa pro difunctis es una de las creaciones más hondamente bellas de toda nuestra música contemporánea, sólo comparable, en intención y perfección de escritura, a algunos trozos de La Atlántida.

Escrita en 1945 en Barcelona y Lecároz, y estrenada en Tolosa en 11153 por la Escolanía Felipe Gorriti bajo la dirección de Bello Portu, dice Donostia que se trata de un réquiem para el culto, heredero del gregoriano y la polifonía renacentista pero no menos expresivo de un sentimiento popular vasco.

Cuanto preconizó Otaño y preavisó Goicoechea, y no poco de lo que quiso Falla, está realizado con plenitud por Donostia, músico alimentado a dos voces, por España y Francia, capaz de inundar de universalidad su rincón de Lecároz. Estos tonos humanos y divinos que han encontrado valedor en Jorge de Riezu y propagadora incesante en Teresa Zulaica, sobrina del maestro, modelo de lo que debe ser una herencia artística, deberían ser pan de todos los días por su infinita bondad de formas y su ilimitada belleza. Bien la resaltaron y enaltecieron los cantores granadinos de Peinado y el toque emocionado de Juan Alfonso Garcia, que llevó al coro la transida Cantiga que Donostia escribiera para voz y órgano.

No han podido tener Manuel de Falla y demás músicos fallecidos mejor ofrenda, ni el padre Donostia más auténtica recordación: por las venas de la Misa pro defunetis circula la emoción de Juan de la Cruz, los fray luises, la escueta polifonía de Francisco Guerrero, el éxtasis de Federico Mompou, el Vía crucis de Gerardo Diego, los milagros de Henri Gehon y la de los viejos cancioneros del País Vasco.

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