33º Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Pablo Cobo, el sumo sacerdote de la proyección

Es el sumo sacerdote de esta movida. La abeja reina de la colmena. Trabaja desnudo de cintura para arriba, como los fogoneros, y sin él este tinglado no tendría sentido, privado del elemento fundamental que convoca aquí, en Donostia, a personajes, personal y personalidades. Si lo hace bien, el silencio es su premio. La ovación nunca le alude. Si incurre en el más mínimo fallo se le silba injustamente. Oscila entre el farero solitario y el fantasma de la ópera. Reside en las buhardillas inaccesibles del teatro, entre olores de pintura, serrín y cola, ermitaño en su misterioso reducto. Se llama ...

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Es el sumo sacerdote de esta movida. La abeja reina de la colmena. Trabaja desnudo de cintura para arriba, como los fogoneros, y sin él este tinglado no tendría sentido, privado del elemento fundamental que convoca aquí, en Donostia, a personajes, personal y personalidades. Si lo hace bien, el silencio es su premio. La ovación nunca le alude. Si incurre en el más mínimo fallo se le silba injustamente. Oscila entre el farero solitario y el fantasma de la ópera. Reside en las buhardillas inaccesibles del teatro, entre olores de pintura, serrín y cola, ermitaño en su misterioso reducto. Se llama Pablo Coho, tiene 37 años, empezó en el oficio a los 12 años, con los frailes de Atocha, y es el proyeccionista del teatro Victoria Eugenia, sede del Festival de Cine donostiarra.

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Nos condujo hasta su persona Pello Aldazábal. Aldazábal, operador también en su día, hoy es el depositario y responsable de las cintas que, con un poco de sensibilidad oficial, podrían formar en un futuro próximo la filmoteca vasca. Un especimen curioso, el del hombre de la gran linterna. Acumulan instinto cinematográfico sesión tras sesión. Adquieren un sentido reflejo del ritmo y la secuencia. No es extraño que, además del caso de Aldazábal, existan fenómenos como el de Gregorio Muro, hijo de operador y recientemente premiado por la comunidad de Castilla y León como mejor guionista de comic del año. Mamó la técnica en la cabina.Pero ya está Pablo Cobo escrutándonos con ojos vagamente suspicaces. Teme que se trate de otra pelmada. Hay quien gusta delegar los fallos del material a sus manos intermediarias. Manos que desde las ocho de la mañana hasta las dos de la madrugada, algunos días, otros sólo hasta las 12, examinan, empalman y resuelven en centésimas de eternidad todos los imponderables que le llegan en las cajas metálicas. Una selladora, un poco de papel cello y 25 años de experiencia le bastan.

Cortes ante notado

A veces ha tenido que acudir al notario para demostrar su inocencia en pleitos de cortes impropios y desenfoques. Su victoria más sonada sucedió hace unos años. Una representante de la comisión húngara se empeñó en que había proyectado los rollos al revés. Armó el gran escándalo. Luego se pudo demostrar que la película era así de heterodoxa, eso por un lado, y por otro, que la iracunda mujer no había visualizado nunca la película antes de su estreno. Se queja el operador del Victoria Eugenia -que también es eléctrico de escenario en temporada teatral- de las quejas que se formulan a los periódicos, con toda frivolidad, acerca de su trabajo.Se accede a la profesión tras un cursillo de tres meses. Se requiere un nivel de estudios primarios. En casa estudia libros como el Manual del operador, de Mario Camus.

Ansiedades se padecen en todas las cabinas en estas fechas. Y si los del Miramar están más relajados, gracias al horario, en el Astoria, donde las películas de la sección oficial se proyectan hora y media después que en el Victoria Eugenia, se trabaja contra reloj. Los rollos llegan en un taxi y después hay que montarlos, rebobinarlos, retocarlos. Le preguntamos a Cobo qué películas prefiere. "Las más cortitas", replica, haciéndose eco del sentir popular.

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