Editorial:

El acoso a Nicaragua

LA APROBACIÓN por parte del Senado de EE UU de una asignación de 38 millones de dólares para los contra de Nicaragua y de medidas que dejan la puerta abierta a una eventual intervención militar norteamericana contra el régimen sandinista destaca la extrema gravedad de la situación, sobre todo teniendo en cuenta diversas declaraciones, en particular las del presidente norteamericano, que han acompañado dicha decisión. El senador Edward Kennedy ha definido el significado de esa medida diciendo que "no es nada más que apoyo logístico para la guerra de los contra contra los sandinistas; es más din...

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LA APROBACIÓN por parte del Senado de EE UU de una asignación de 38 millones de dólares para los contra de Nicaragua y de medidas que dejan la puerta abierta a una eventual intervención militar norteamericana contra el régimen sandinista destaca la extrema gravedad de la situación, sobre todo teniendo en cuenta diversas declaraciones, en particular las del presidente norteamericano, que han acompañado dicha decisión. El senador Edward Kennedy ha definido el significado de esa medida diciendo que "no es nada más que apoyo logístico para la guerra de los contra contra los sandinistas; es más dinero para más guerra". Otro hecho sintomático es el rechazo por el Senado, por 64 votos contra 31, de una propuesta de Kennedy que tendía a prohibir el envío de tropas norteamericanas a Nicaragua sin una aprobación previa del Congreso. Hace falta reconocer, a pesar de desmentidos formales, que son poco más que una rutina, que los hechos están confirmando las denuncias documentadas de The New York Times en el sentido de que la la Administración Reagan prepara una intervención militar para derribar al Gobierno legal de Nicaragua.Por otra parte, una serie de actitudes de Washington sobre el terreno, con respecto a los incidentes surgidos entre Nicaragua y sus vecinos, resultan completamente incongruentes si no se enmarcan en la lógica de un proceso de extensión de la acción militar. Nicaragua, en el marco de las discusiones de Contadora, e incluso como medidas de urgencia, ha ofrecido que se establezcan controles internacionales en sus fronteras; en el caso de Costa Rica, una zona desmilitarizada controlada por enviados de Contadora. Tal actitud es lógica por parte de un régimen que se halla acosado por ataques desde fuera y que, con fronteras tranquilas, lograría obviamente una mayor estabilidad interior. Pero Estados Unidos ha presionado a los países sobre los cuales ejerce una mayor influencia para rechazar ese tipo de propuestas. Ahora bien, si el objetivo fuese impedir que Nicaragua "exportase la revolución", ¿qué mejor que un control internacional de sus fronteras? En cambio, es casi una verdad de manual que los incidentes fronterizos son el camino adecuado para preparar las intervenciones militares en gran escala. Y en la actualidad EE UU tiene tropas en Honduras, en estado casi permanente de "maniobras conjuntas", cerca de las fronteras con Nicaragua. De las palabras en Washington, de los hechos in situ, dimana una evidencia sumamente preocupante: que existe la voluntad de derribar por la fuerza, por medios militares, al Gobierno sandinista.

El argumento único empleado por EE UU, y de un modo insistente por su presidente, es que no es tolerable que el comunismo se instale en América Central. En sí, no es un argumento nuevo; ha ocupado un lugar central en toda la política exterior de EE UU desde el año 1947, cuando empezó a dibujarse la estructura bipolar -EE UU-URSS- de la vida internacional. Pero EE UU tiene la experiencia de diversos métodos en ese esfuerzo por frenar o contrarrestar la influencia comunista. Es lamentable que Reagan se olvide hoy de las experiencias más positivas y parezca inspirarse en las que tuvieron consecuencias más nefastas para los propios intereses de EE UU. En 1947, cuando la influencia comunista en Europa occidental era muy fuerte, el general Marshall imaginó el plan al que ha dado su nombre; soslayando el método de la intervención militar, que se había iniciado en Grecia, se trataba de dar prioridad absoluta a la solución de angustiosos problemas económicos y sociales derivados de la guerra; en lo político, ello permitió consolidar fuerzas liberales, conservadoras, centristas, socialdemócratas, que han constituido, hasta hoy, los diversos Gobiernos de Europa occidental.

Es siempre difícil comparar situaciones muy distintas; pero, dejando de lado lo coyuntural, cabe advertir en el trasfondo del proyecto de Contadora elementos que recuerdan lo que fue, en su época, el Plan Marshall en Europa occidental. Dicho proyecto tiende a combinar la pacificación, la eliminación de intervenciones extranjeras, con medidas de cooperación que podrían mejorar situaciones sociales hoy intolerables; conviene recordar que también en el informe de la comisión Kissinger se insistía en la importancia decisiva de los problemas sociales. El proyecto de Contadora tiende así a facilitar el desarrollo de democracias pluralistas. Por eso es lógico que países que están en los antípodas del comunismo, como Colombia, México, Panamá y Venezuela, sean precisamente los artífices de ese plan.

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En cambio, la Administración Reagan, con la política que está aplicando ya en la actualidad, sabotea en la práctica, y con gran eficacia, la realización del plan de Contadora. Al orientarse hacia una operación militar de grandes proporciones, parece inspirarse en otra experiencia norteamericana para impedir la expansión del comunismo: la intervención militar en Vietnam. Es una experiencia que sigue pesando en la memoria histórica norteamericana, y ello contribuye sin duda a que, a pesar de la votación del Senado, la oposición a la política de Reagan en Centroamérica crezca en círculos muy amplios y heterogéneos de la opinión pública de EE UU.

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