Tribuna:Cara y cruz de Arco 85

La feria de las veleidades

¿Habrá llegado el momento de pronunciar dolorosas verdades para lograr despertar el conformismo imperante, contradecir la autosatisfacción que se refleja a través de los medios informativos, analizar la ficticia euforia traspasada de oportunismo y mala conciencia? Tal clarificación, tal sinceridad -que posiblemente herirá a ciertas personas amigas, dada la dificultad y la agresiva desconfianza que provoca todavía en nuestro país la práctica del diálogo y la polémica-, parece necesaria por el bien de la higiene de nuestra cultura, especialmente en el sector tan maleado de las artes plásticas.¿P...

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¿Habrá llegado el momento de pronunciar dolorosas verdades para lograr despertar el conformismo imperante, contradecir la autosatisfacción que se refleja a través de los medios informativos, analizar la ficticia euforia traspasada de oportunismo y mala conciencia? Tal clarificación, tal sinceridad -que posiblemente herirá a ciertas personas amigas, dada la dificultad y la agresiva desconfianza que provoca todavía en nuestro país la práctica del diálogo y la polémica-, parece necesaria por el bien de la higiene de nuestra cultura, especialmente en el sector tan maleado de las artes plásticas.¿Por qué no decir claramente, sin ambages, que Arco 85 es no solamente una mala feria de arte, sino también un artificioso y deformante reflejo de la realidad, y que en el fondo no tiene verdaderas razones de sobrevivir? Como ya está dicho lo más dificil, deberemos explicar brevemente las razones que nos impulsan a tan abrupta consideración.

En primer lugar es preciso reconocer que no todas las ciudades que se precien de serlo tienen sus ferias de arte, sino solamente aquellas en que su propio dinamismo cultural y el potencial económico las hacen posibles en función precisamente de lo que son: ferias de arte, lugares de comercio y de intercambio, además de ofrecer un panorama más, o menos completo del arte del presente. El incipiente comercio artístico en España, el interés evidente de un público que visita masivamente las exposiciones, la propia apertura cultural del país, no repercuten todavía, desgraciadamente, en el terreno económico y promocional: las galerías malviven, los museos y los coleccionistas, prácticamente inexistentes, no adquieren las obras de los artistas nacionales, y menos aún las de los creadores extranjeros. Existe, pues, un contraste flagrante entre la realidad de una feria bien organizada tanto en su presentación como en los servicios que ofrece, y que ha. requerido un esfuerzo considerable, y la propia realidad del país. Es esta diferencia abismal la que plantea la duda sobre la validez de la misma y su posible efectividad.

La existencia en Madrid de esta feria refleja artificiosamente su incipiente dinamismo. En realidad no obedece más que a problemas de un malentendido prestigio cultural. Su propia hibrideinos lo prueba en demasía: se practica la seducción a las galerías extranjeras, algunas veces en función de intereses privados, incluso ofreciendo condiciones ventajosas, pero las galerías extranjeras no vienen, y cuando vienen, lógicamente no reinciden. Las galerías españolas, salvo contadísimas excepciones, ofrecen exactamente lo mismo que muestran en sus espacios urbanos a un público ya habituado a su recorrido. Los ciclos de conferencias y mesas redondas se corresponden con los signos de la moda, muchas veces en función de su promoción, conociéndose perfectamente quiénes salen favorecidos; mal anunciadas y sin posible repercusión, tales intervenciones no solamente no son publicadas, sino que se presentan más bien como trofeo prestigioso que como verdadero documento. Este costoso barniz cultural no contribuye más que a justificar una simple historia comercial que tampoco desde este punto de vista camina porbuenos derroteros.

La existencia y el mantenimiento de una feria de arte depende del mecanismo especulativo y de la actividad comercial tanto como de la calidad artística ofrecida. Las galerías alquilan los stands para vender y promocionar. Cualquier subvención estatal arropada en la apariencia pretendidamente cultural -y éste es el caso- no hace más que forzar una situación anómala y contribuir a una distorsionada aplicación de sus medios. Arco solamente podría existir si la dinámica cultural y económica del país lo permitiese. Mientras tanto, no es más que un espejismo peligros,o a través del cual se nos muestra, salvo honrosas excepciones, solamente la moda apremiante, pero incluso una moda de segunda mano.

Una oferta de calidad, tanto por parte de las galerías españolas como de las extranjeras, sería beneficiosa, pero nos tememos que la creciente decadencia de Arco no ofrezca ya las garantías suficientes y que sea preciso buscar otros sistemas más efectivos para que tal panorama, que no tiene por qué excliair el aspecto comercial del problema, sea posible. Dado que el planteamiento de Arco se ofrece también conioel de una verdadera representación de la cultura visual en el país, no puede dejarse de pens,ar que esta operación comprende un gran engaño y que el interé,s creciente por las artes plásticas en un público joven y todavía mal informado no se merece un resultado que ni siquiera responde a un verdadero interés comercial.

Una parodia

Arco parece como una parodia de las ferias extranjeras, un quiero y no puedo, un pretexto para la buena conciencia: la imagen que nos ofrece es la de la propia frustración y un reflejo subdesarrollado de la plástica internacional. Incluso el interés que podría representar la presencia de las galerías extranjeras viene también condicionado por estos síntomas malsanos; la misma labor de seducción para obtener su presencia comporta connotaciones de colonizado, no siendo ésta, en todo caso, la mejor forma para mostrar aquello de novedoso e interesante que surge en el mundo de las artes plásticas. En el estado actual, Arco solamente sirve para que, junto a estos puntos de apoyo aleatorios y prestigiosos ofrecidos por algunas galerías, casi todo quede encubierto en la mediocridad y en la terrible falsedad de pretender demostrar que nuestro país posee una verdadera dinámica artística y una realidad cultural eficiente.

Esta injustificada ilusión hace también que la pequeña historia se acabe escribiendo de forma aberrante. Toda una generación va a sufrir de estos. condicionantes y malentendidos. Se nos muestran esporádicamerite productos sospechosos, o de forma fragmentadísima -ahora le toca el turno al arte analfabeto del graffiti, protegido indirectamente por el Ministerio de Cultura-, y la participación de determinados artistas en manifestaciones internacionales se interpreta sorprendentemente como definitorio punto referencial, demostrando criterios todavía provinciales que anteponen la pequeña cosquilla chovinista a la realidad del fenómeno contagioso y efimero de las modas, o simplemente a la imagen que desde fuera se tiene de un país.

En este sentido se podría ironizar sobre la lucidez de algunos comentarios, no tan lejanos, al observarse en la obra de los pocos pintores jóvenes españoles que co mienzan a ser apreciados en el extranjero la aparición de ingredientes ciertamente alejados del contexto mimético y tardío de la nuevamente llamada nueva figuración y de la infelizmente denominada década multicolor. Recordemos de paso que ha habido entre tanto otras nuevas figuraciones, y que la primera y menos citada surgió en manos de contadísimos artistas que se enfrentaron a la abstrac ción, ya en los momentos del infor malismo, cuando era dogma, para luego atravesar indemnes diversas y sucesivas glaciaciones estéticas.

'Anemia incomunicativa'

La dificultad de penetración internacional del arte español no obedece a esa anemia incomunicativa a que hace referencia, ingenuamente el programa de Arco 85, ni tampoco por entero a la ausencia de verdaderas plataformas culturales de promoción. Una gran parte de culpa la tienen los mismos artistas, no solamente por su propia autosatisfacción y aburguesamiento, sino también por su cegada visión del pasado inmediato. Una gran parte del arte español actual es fundamentalmente mimético, y su identificación resulta dificil. Mientras otros países miran adentro, recuperando su pasado cercano, en España se mira afuera, recuperando de forma anómala posturas ya caducas en donde el bagaje referencial resulta por lo menos caprichoso. Diversos textos y declaraciones recientes nos muestran esta realidad de forma patética: la gran indigestión cultural llegada con la añorada libertad comienza ahora a dar sus deformados y sospechosos frutos en una espléndida y comercial ceremonia de la confusión. Una de las rnesas redondas organizadas durante la feria tenía el sorprendente título de Incidencia del arte español en el ambiente internacional de hoy, planteando la duda de si la inversión de los términos no era consecuencia de una simple errata de imprenta.

No resulta difícil comprender la ignorancia en el extranjero, al menos por ahora, de un arte que se adapta a su propío terreno sin aportar ninguna dosis de credibilidad. Todo ello es debido en gran parte a la inflación artificiosa de ciertas situaciones y también a la descarada e injustificada promoción de algunos artistas tanto como a la ausencia de positivos y directos contactos con los centros catalizadores. Hay quienes, en un país propenso a la desmedida y provinciana mitificación tanto como al culpable y voluntario olvido, no miran más que a través del guru nionientáneo, de la misma forma que hay muchos que solamente miran afuera. a través de la deformación producida por los medios de comunicación.

Arco ya es precisamente el "escaparate y la tribuna, el zoco y el ágora, la piscina y el trampolín internacional del arte contemporáneo en Madrid", tal como manifiestan sus organizadores sino más bien la feria de la veleidad y de la frustración.

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