Tribuna:La cultura española en el mundo / 1

Una ocasión perdida en Estados Unidos

La minoria hispana es la segunda del país, pero la presencia cultural es insuficiente

FRANCISCO G. BASTERRA, Si sólo contaran la demografía y la historia, la cultura española sería predominante en Estados Unidos tras la anglosajona. Pero la realidad es más compleja y Francia e Italia poseen en este país más influencia cultural que la que ejerce España. Sin embargo, un embajador francés en Washington comentó en una ocasión a un diplomático español que, si ellos tuvieran nuestro idioma y nuestro pasado en Norteaméríca, serían los dueños de Estados Unidos.

Francia gasta mucho dinero y se mueve muy bien a nivel lingüístico con la alianza francesa. Su cultura en general, y en...

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FRANCISCO G. BASTERRA, Si sólo contaran la demografía y la historia, la cultura española sería predominante en Estados Unidos tras la anglosajona. Pero la realidad es más compleja y Francia e Italia poseen en este país más influencia cultural que la que ejerce España. Sin embargo, un embajador francés en Washington comentó en una ocasión a un diplomático español que, si ellos tuvieran nuestro idioma y nuestro pasado en Norteaméríca, serían los dueños de Estados Unidos.

Francia gasta mucho dinero y se mueve muy bien a nivel lingüístico con la alianza francesa. Su cultura en general, y en especial su literatura, siempre ha estado de moda aquí. Socialmente, está más valorada que la hispana. La fuerte presencia de la emigración italiana y el peso político de los italoamericanos, infinitamente superior al de los hispanos, da un gran impulso a su influencia cultural. En Estados Unidos, no conviene olvidarlo, Colón es Columbus.

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La minoría hispana integra a 16 millones de personas y es la segunda del país, tras la negra. Las estadísticas estiman que en el año 2000 puede convertirse en la primera. Los jesuitas españoles ya estaban en Virginia en 1570, 37 años antes de que pisara estas tierras el primer colono británico, y la participación de hombres, armas y dinero de la Corona española en la independencia de las 13 colonias inglesas, aunque desconocida por los libros de texto de historia de Estados Unidos, es una realidad probada documentalmente. 1.500 ciudades norteamericanas llevan nombres españoles.

Si el idioma es la principal vía de penetración cultural, España también debiera estar a la cabeza en términos de influencia. Más de dos millones de norteamericanos estudian español; hay 17.000 profesores de nuestro idioma y casi todas las universidades tienen departamento de español, que es la lengua extranjera más estudiada. Hay Estados, como Florida, que son bilingües.

En este país no es difícil encontrarse con un ciudadano experto en Pérez Galdós o que ha investigado en el Archivo de Símancas y ser preguntado poco después, en un hotel o por un taxista, tras afirmar la nacionalidad española, si uno procede de Honduras o Puerto Rico. La minoría hispana, a pesar de su magnitud, tiene una demanda mínima de cultura española debido a su nivel de desamparo, marginación y pobreza en esta sociedad.

A nivel general, España sigue interesando como país. Ya no se trata del mismo interés que despertó en una generación de norteamericanos nuestra guerra civil, que provocó que en un momento dado el exilio ofreciera al mismo tiempo a las universidades americanas a Pedro Salinas, Jorge Guillén y Ramón J. Sender. La España surgida de la transición al franquismo interesa y provoca curiosidad la presencia al frente del país de una generación de líderes jóvenes y, además, socialistas.

España sigue siendo para los americanos un país exótico que les provoca perplejidad, afirma Graciela Palau de Nemes, profesora de español en la universidad de Maryland. "Un país que guarda su intimidad", explica, "que, no han podido penetrar. No es tan accesible como Francia. Y a Italia la entienden muy bien. Para ellos, España es diferente, está virgen, y les fascina su exotismo cultural".

Recientemente, un columnista de The New York Times se admiraba de que en España se conserven aún ciertos valores tradicionales perdidos hace tiempo en EE UU. Graciela Palau explica cómo algunos de sus alumnos de español, al regresar a su país después de una estancia larga en España, sufren lo que se denomina como reserve cultural shock (choque de inversión cultural) al tener que reintegrarse en una cultura tan técnica y materialista, donde los valores vitales son menos importantes.

Exotismo

Ese exotismo español explica también que el interés en EE UU por el flamenco sea muy grande. La danza sólo gusta si es flamenco; es la España de Carmen (Antonio Gades está presentando estos días su ballet en Washington y Nueva York), del torero, del macho, un poco cañí, la que retiene la curiosidad de los norteamericanos. En este sentido, es un poco peligroso, ya que puede fijarse una imagen tópica de España es diferente. Gusta mucho la zarzuela y el año pasado la Pepsi-Cola patrocinó unas representaciones de la compañía de Tamayo, al aire libre, que fueron un éxito. En la misma línea de exotismo sí interesa la música de Albéniz o Falla en cuanto que representa el sonido de esa España diferente.

En ópera España es, sin embargo, la primera potencia. A pesar de Italia y Pavarotti, Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Teresa Berganza, José Carreras, Pons fascinan a los estadounidenses. Sus actuaciones están vendidas con semanas de antelación y Carreras ya ha firmado contratos para 1993.

En literatura, el interés fundamental es por los clásicos del Siglo de Oro: Lope de Vega, Tirso de Molina, Cervantes. Todo lo que se edita se agota inmediatamente y los representantes culturales de España en Estados Unidos se quejan de que faltan ediciones en inglés de nuestros clásicos. Los editores españoles han hecho muy poco en el mercado norteamericano y no funcionan bien los canales de comercialización. Si les acostumbráramos a leer a Galdós, acabarían bebiendo vino de Rioja, afirmaba un diplomático español.

La generación de 1898 y la de 1927 también son cotizadas, y en especial Federico García Lorca, cuyos poemas pueden recitar en inglés muchos norteamericanos. Existe una sociedad galdosiana y las universidades de Columbia y Georgia están haciendo ediciones de Fortunata y Jacinta. La literatura más contemporánea tiene bastante menos gancho y es barrida por la sed de leer a los narradores latinoamericanos: García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes.

Javier Malagón, de la Oficina Cultural de la Embajada española en Washington, se queja del excesivo provincianismo de los intelectuales españoles, que son reacios a venir aquí, a pesar de que sobran oportunidades e invitaciones. La división hispánica de la biblioteca del Congreso tiene, por ejemplo, problemas para conseguir que España envíe un consultor.

En pintura vuelven a ser los clásicos los preferidos. La National Gallery, de Washington, está presionando para montar una gran exposición de Velázquez. El Museo de Arte de Toledo (Ohio) logró reunir a los mejores Greco dispersos por el mundo. Goya encanta a los norteamericanos y algunos de sus tradicionales grabados, que compró la Fundación Arthur Ross, tienen mucha aceptación; ha habido colas en Nueva York para ver Los desastres de la guerra, de Goya.

En pintura moderna, el panorama es más confuso, admite Tomás Pantoja, agregado cultural de España en Nueva York. Nos juzgan por el mítico Picasso y por Miró, y del malagueño, aunque los enterados saben que es español, dicen que gracias a Francia fue famoso. Miró es respetado, pero no es tan conocido a nivel popular. Juan Gris es posiblemente más conocido en EE UU que en España.

Para ser considerado en la pintura actual hay que vivir en Nueva York y sólo tienen gancho los pintores que venden. Este es el caso de José Guerrero, por ejemplo, que es ahora uno de los artistas españoles más cotizados aquí.

Existe también interés por la historia española en general. Hay una sociedad de estudios medievales y el pasado diciembre se celebró en 11 universidades y en la biblioteca del Congreso un homenaje a Alfonso X el Sabio. En el techo del Capitolio, entre 23 grandes plafones con las imágenes de 23 legisladores universales de todas las épocas, aparece la del Rey Sabio y la de Maimónides. La arquitectura española es también muy apreciada en EE UU y una exposición de fotografías de nuestro tesoro artístico va a recorrer el país. Un español, Rafael Moneo, acaba de ser nombrado presidente del Departamento de Arquitectura de la universidad de Harvard.

A pesar de la existencia de la imagen, sobre todo en Europa, del norteamericano como ignorante universal, es evidente que Estados Unidos nos conoce mejor que nosotros a ellos. No hay en nuestro país ni siquiera un par de personas que se dediquen a estudiar en nuestras universidades el papel jugado por España en América del Norte. La agregaduría cultural en Washington ha llegado a repartir al día 150 folletos sobre España a peticiones por escrito. Un historiador español residente en la capital federal fue solicitado por un tejano para que le diera cursos por correspondencia de historia de España y fuera luego a examinarle.

Los medios oficiales para tratar de canalizar -no ya satisfacer, que no es su misión- esta demanda de cultura española son escasos en personas y dinero. Falta a veces sensibilidad, y otras la atención, que, si existe en Madrid, no se traduce en medios, afirma un diplomático español encargado de los temas culturales.

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