Tribuna:

El libro más bello de Aleixandre

Aún recuerdo la impresión primera, material, táctil, de aquel ejemplar de Sombra del paraíso que, en pulcra edición de la Revista de Occidente, creo recordar -y ya soy consciente de que, si bien por ahí van los tiros, no es exacta mi referencia-, pero recuerdo más vívidamente todavía que fue un libro, publicado en plena posguerra, que me inundó, que me anegó, que me dejó ahíto de luz, de claridad.Es un libro que me ha acompañado durante todo este tiempo: el libro donde hay más belleza reunida de cuantos recuerdo; un libro deslumbrador, oleadas de belleza que determinan por camino...

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Aún recuerdo la impresión primera, material, táctil, de aquel ejemplar de Sombra del paraíso que, en pulcra edición de la Revista de Occidente, creo recordar -y ya soy consciente de que, si bien por ahí van los tiros, no es exacta mi referencia-, pero recuerdo más vívidamente todavía que fue un libro, publicado en plena posguerra, que me inundó, que me anegó, que me dejó ahíto de luz, de claridad.Es un libro que me ha acompañado durante todo este tiempo: el libro donde hay más belleza reunida de cuantos recuerdo; un libro deslumbrador, oleadas de belleza que determinan por caminos todavía no aclarados algún gesto, alguna influencia no declarada en mis versos. Y rodeándolo todo, la alegría. La alegría de la que carecíamos tantos y tantos habitantes de Madrid aquel año, aquellos años.

Conocimiento personal

No, no he conocido personalmente a Vicente Aleixandre. Pero le he admirado, le he respetado siempre mucho. No tuve el honor de conocerle personalmente, por un temor que por primera vez voy a tratar de exponer aquí. Yo sabía más o menos los vínculos familiares que unían a Vicente Aleixandre con gentes, familias de mi ciudad, Valencia.

Conocí y traté a dos sobrinos suyos, uno que estudiaba en el colegio mayor de San Juan de Ribera, de Burjasot, y a otro en la Es cuela Oficial de Periodismo, José Javier Aleixandre Ibarguen que me precedía en la lista que diariamente pasaban los profesores de la escuela y quien definitivamente me envenenó de Dostoievski.

Fue este sobrino precisamente quien me contó la reacción del gran poeta cuando alguien procedente o natural de Valencia fue a visitarle. Días antes habían fusilado en Paterna a un pariente del premio Nobel, Juan Bautista Peset Aleixandre, el cual, creo recordar, fue rector de la universidad de Valencia, la única Universidad española, si no me falla la memoria -y creo que no me falla-, que no había pedido que le fuese conmutada la pena.

Cautela

Por un exceso de prudencia, o de no sé qué clase de cautela, me privé de conocer personalmente a Vicente Aleixandre: era la mía una vaga actitud solidaria, no con la Valencia que había permitido la ejecución de Juan Bautista Peset, sino más bien una suerte de casto montón o puñado de horror y de comprensión, por el que se ha permanecido siempre como al margen de la fotografía. Yo no estaba allí... Humildemente quiero dejar constancia aquí de mi sincera y honda admiración, de una devoción que desde siempre he sentido hacia Vicente Aleixandre, el autor de La destrucción o el amor, de Sombra del paraíso, de Historia del corazón, de tantos volúmenes como nos ha dejado quien fue merecedor, con plena justicia, del Premio Nobel.

es poeta valenciano y premio de honor de las letras catalanas.

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