Crítica:BALLET

La herencia de Balanchine en el Ballet Nacional

Con un programa análogo al del Festival de Granada actúa, dentro del Festival de Otoño, el Ballet Nacional de España, que dirige María de Ávila. Entre un clásico de Balanchine, la Serenata sobre Chaikovski y el modernismo moderado de Sparemblek en la Sinfonía pastoral, era nota de variedad Percusión para seis hombres, sobre música de Lee Gurst, coreografiada por Vicente Nebrada.La verdad es que, por un camino u otro, cuanto vimos es deudor directo o indirecto de George Balanchine; en el caso de las dos páginas sinfónicas llevadas al ballet en 1934, la Serenat...

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Con un programa análogo al del Festival de Granada actúa, dentro del Festival de Otoño, el Ballet Nacional de España, que dirige María de Ávila. Entre un clásico de Balanchine, la Serenata sobre Chaikovski y el modernismo moderado de Sparemblek en la Sinfonía pastoral, era nota de variedad Percusión para seis hombres, sobre música de Lee Gurst, coreografiada por Vicente Nebrada.La verdad es que, por un camino u otro, cuanto vimos es deudor directo o indirecto de George Balanchine; en el caso de las dos páginas sinfónicas llevadas al ballet en 1934, la Serenata y, recientemente, la Pastoral, se trata de un ballet pretendidamente objetivo. En el fondo, por mucho que se instrumentalice la danza, algún hilo argumental persiste. Y en el primer caso, un cierto aura de otro tiempo.

Juego de seis danzarines

El juego de los seis danzarines sobre la percusión me pareció, con todo y tratarse de una suerte de divertimento, lo más incisivo de la larga velada: tanto Javier Aramburu como Hans Tino, Raúl Tino, Antonio Castilla, Jorge Christoff y Santiago de la Quintana evidenciaron un nivel profesional considerable sobre el que opera en cada caso la necesaria cuota de personalidad. Recibieron muy largos aplausos.A pesar de la amable coreografía y de la valía del quinteto solista (Carmen Molina, Mar López, Sofía Sancho, Ricardo Franco y Hans Tino), la Serenata se logra sólo a medias, o mejor diría que está en vías de una calidad que María de Ávila alcanzará sin duda. Mejor, al menos parcialmente, resultó la Pastoral, aunque no se trate de una coreografía demasiado bella, más por los gestos que por la organización general, realmente buena.

Aquí, Sparemblek -que no en vano estuvo al lado de la Charrat y Bejart- orilla con elegancia la descripción directa para acogerse a las célebres palabras beethovenianas: "Más expresión de sentimiento que descripción pictórica".

Todavía hay que aludir al magnífico trabajo de Trinidad Sevillano, con un partenarie invitado, Sandro Nemesi, en el paso a dos de Don Quijote, el ballet romántico y españolizante de Minkus. La Sevillano lució una técnica más que estimable, obediente a una intuición plena de gracia y humanidad, por lo que recibió en unión de su colaborador, muy largas ovaciones.

El Ballet Nacional trabaja, día a día, y por los resultados da la impresión de que lo hace sin prisa, enemiga asidua de la calidad. Bien merece, por lo conseguido hasta la fecha, la confianza y el afecto que le dispensa el público desde el mismo día de su creación. Protagonista principal de esos resultados positivos es María de Ávila, una maestra en el más estricto sentido del término y una persona que sabe mover voluntades y allegar colaboraciones.

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