Tribuna:

Tubinga era una fiesta

Para quienes pasamos el equinoccio de nuestra juventud a las orillas filológicas del Néckar, Tubinga era una fiesta. Y lo era no tanto por la sombra de Hegel, Schelling, Hölderlin, Rolide, Bloch o Schadewaldt como por la presencia y el magisterio de Antonio Tovar, un sabio, entonces exiliado, que, para muchos de nosotros constituye ,una irrepetible adecuación de humanismo y ciencia. Porque Tovar no es sólo -aunque lo sea también- un profesor, ni un especialista (el mejor, sin duda, que tenemos), ni un miembro de todas (o casi todas) las academias que en el mundo se pueda imaginar: Tovar es sob...

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Para quienes pasamos el equinoccio de nuestra juventud a las orillas filológicas del Néckar, Tubinga era una fiesta. Y lo era no tanto por la sombra de Hegel, Schelling, Hölderlin, Rolide, Bloch o Schadewaldt como por la presencia y el magisterio de Antonio Tovar, un sabio, entonces exiliado, que, para muchos de nosotros constituye ,una irrepetible adecuación de humanismo y ciencia. Porque Tovar no es sólo -aunque lo sea también- un profesor, ni un especialista (el mejor, sin duda, que tenemos), ni un miembro de todas (o casi todas) las academias que en el mundo se pueda imaginar: Tovar es sobre todo un estilo y una manera de ser, que se expresan en el singularísimo modo con que asume cada investigación y se enfrenta a cada disciplina. Eso, tanto o más que su reconocida autoridades lo que nos sedujo a los alemanes, japoneses, suizos, americanos y españoles que asistimos allí por vez primera al espectáculo de prodigiosa erudición que iba tejiendo, sobre los más diversos temas, su palabra. Cada lengua nos era presentada como un mundo; cada cambio lingüístico, explicado con una inteligente persuasión. Y todo, bajo una rigurosa voluntad de sistema.Tubinga fue para muchos de nosotros el descubrimiento de una vocación. Y Tovar, el máximo exponente de la misma. De manera que salimos de allí con varias cosas claras: que toda ciencia supone e implica una tradición; que esa tradición necesita, para transmitirse, de un maestro, y que éste lo es por poseer una doctrina y unos métodos y presentar la ciencia con un acento personal. Eso y algo más: que la curiosidad, más que la obligación, constituye el paso previo al conocimiento, y que en la cultura no hay nada -pero que absoluta mente nada- que no se pueda, de algún modo, articular en una red de intercorrespondencias.

Como su Sócrates, prefería sugerir a imponer y hacer ver a mostrar, haciéndonos partícipes y actantes de la delicia intelectual que el proceso científico supone. Con ello nos abría algo más que un camino: la filología era de pronto una iluminación, un iluminarse la existencia. Hasta entonces se nos había obligado a repetir; Tovar nos enseñó a crear. Los datos se organizaban en un todo, y el especialismo no era sinónimo de barbarie, sino un grado de profundización mayor en tal o cual dominio de lo que se conoce por cultura. Se podía ahondar en una parcela, pero sin perder de vista todo lo demás. Se sabía, pues, en un conjunto, y se aspiraba a la posesión de su totalidad. El nihil humani a me alienum puto se realizaba. Y ello exigía ser y estar en la modernidad. Porque Tovar es por completo moderno, y más aún: consecuente con su historicidad. Como lingüista histórico, veía las lenguas bajo forma de historia y en el correlativo haz de su constituirse y funcionar. Pero, a la vez, era un pionero de las investigaciones tipológicas, cuyo campo de aplicación tanto ha contribuido a ampliar. Cada moneda, cada grafito, cada inscripción -y también cada lengua, aun las indescifradas- tienen siempre respuesta s para aquel que les sabe preguntar. Y eso es lo que Tovar ha hecho: mantener un constante diálogo con las lenguas, viendo en el sistema de cada una de ellas el preciso perfil de su historicidad.

Tovar ha sido además un fundador. Y constituye por ello un modelo demasiado difícil de imitar. Apenas hay esfera histórica o linguística que no le haya tentado y a la que no haya añadido un grado de conocimiento o de verdad. Para este sabio, todo es pensamiento, y hacer es vivir más. Su obra no configura un ente aislado, sino que se instaura y se concibe como unidad del quehacer vital. Vida y obra se nos presentan como un todo, en el que no sabemos qué admirar más, si la inteligencia en ella manifiesta o la calidad personal que la sostiene. Por eso, a los cinco años de su jubilación como catedrático en Tubinga, sus colegas, discípulos, amigos y colaboradores han querido rendirle un homenaje que dibuje -como el amplio río que su obra es- una imagen fluvial. Y para ello han fletado una Navicula Tubingensis. Studia in honorem Antonii.Tovar, que reúne en su eslora de 453 páginas la relación de pu blicaciones del maestro (¡387% el testimonio de varias generaciones de estudiosos y el afecto de cuan tos han tenido la suerte de poderle tratar.

Toda la filología tubingensis estuvo presente hace unos días en el acto organizado por el editor Narr: Coseriu, Jörg Ficlite, Wido Rempel, Manfred Faust, Konrad Gaiser, Reinhold Kontzi, Hans Helmuth Christmann... El profesor de la Universidad de Münster Wolf.Dietrich pronunció la laudatia inaugural, subrayando las aportaciones tovarianas a la lingüística amerindia: su gramática del mataco, su Catálogo de las lenguas de América del Sur, sus estudios de tipología ... ; Carlo de Simone, sucesor de Tovar en la cátedra de Lingüística indoeuropea, glosó la figura de éste y expresó -como también haría el decano Fichte- el agradecimiento de la universidad. Por último, el Coro de Romanística, dirigido por Francisco J. Oroz, alma principal de este homenaje, entonó el himno titulado Scripsit Antonius Tovar. Y sobre el Néckar "cubierto de crepúsculo" se asomaron "las gaviotas con sal bajo las alas". Sí -con Tovar, por Tovar, en honor de Tovar-, Tubinga era una fiesta.

Jaime Siles es catedrático de universidad, director del Instituto Español de Cultura en Viena y premio de la Crítica de poesía.

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