Gabriel García Márquez afronta en su nueva obra los peligros de la novela rosa

Gabriel García Márquez ha dejado México para instalarse en Cartagena de Indias (Colombia), a terminar su actual novela. Frente a un mar Caribe que cubre con una delgada cortina blanca, el premio Nobel adelanta día a día y en disciplinadas jornadas diarias el grueso volumen de una historia de amor que terminará sin prisa, sin fecha prevista. Caminando por el peligroso filo entre la cursilería y el mal gusto de la novela rosa, García Márquez toma prestado el paisaje de la ciudad y la letra de los boleros para alimentar su relato.

En Cartagena de Indias, el Caribe es un mar distinto. No ti...

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Gabriel García Márquez ha dejado México para instalarse en Cartagena de Indias (Colombia), a terminar su actual novela. Frente a un mar Caribe que cubre con una delgada cortina blanca, el premio Nobel adelanta día a día y en disciplinadas jornadas diarias el grueso volumen de una historia de amor que terminará sin prisa, sin fecha prevista. Caminando por el peligroso filo entre la cursilería y el mal gusto de la novela rosa, García Márquez toma prestado el paisaje de la ciudad y la letra de los boleros para alimentar su relato.

En Cartagena de Indias, el Caribe es un mar distinto. No tiene la exuberancia del Caribe cubano, no tiene la belleza casi agresiva de otros Caribes. Pero desde la terraza de su apartamento, donde se divisa el mar infinito, Gabriel García Márquez asegura que el color de las aguas cambia varias veces al día y nunca es igual.El apartamento desde donde García Márquez observa el mar está, de hecho, clavado en la playa. El edificio tiene tres pisos y la gente lo conoce por la máquina de escribir. El nombre no se debe, en todo caso, a que allí viva el Nobel de literatura, y sí a la forma de la construcción. Es un apartamento pequeño, con un cuarto y una sala. Un apartamento todo blanco frente al mar. Desde el pasado mes de marzo allí trabaja todos los días García Márquez, en una mesa puesta frente a la enorme ventana del dormitorio. La playa y el Caribe, sin embargo, no lo acompañan en sus horas de trabajo. "Cierro la cortina", dice, señalando una cortina casi transparente, también blanca, "porque la arena y el mar me distraen". Para él es suficiente sentir el mar. No hay necesidad de contemplarlo mientras trabaja.

Esos meses pasados en Cartagena fueron meses de trabajo duro. La vieja costumbre de escribir todos los días entre nueve de la mañana y tres de la tarde fue retomada con vigor y disciplina. Además, la temporada en Cartagena sirvió para que García Márquez se reencontrara con una parte de la vida que creía haber perdido: Colombia. El nuevo libro de García Márquez nace y crece todos los días, y tres capítulos -unas 210 páginas- ya están terminados. Falta otro tanto. La historia está lista armada, falta llevarla al papel, pero García Márquez no habla de plazos mientras trabaja un libro. "Eso no me preocupa", explica. "Uno jamás sabe de cierto culánto tiempo tendrá que trabajar".

Con la delicadeza y la precisión de un joyero, arma, pequeñas piezas todas las mari.anis, excepto las mañanas de dorningo. Así, son seis las mañanas de cada semana en que el libro gana a veces un párrafo, a veces dos páginas, a veces nada más que un par de líneas. El tiempo, la fama, ya lo ha dicho García Márquez muchas veces, no le ayudó a escribir con menos sufrimiento. Al contrario: hace 20 años lograba sentarse frente a la máquina y terminar un cuento en una sola jornada de trabajo. Hoy día, cuando llega a terminar un buen párrafo, se siente agotado.

Un sargento prusiano

El método es rígido. Si en las noches García Márquez es un caribeño irreverente y divertido, en las mañanas se transforma en sargento prusiano. Sus horas de trabajo matutino siguen más o menos la misma rutina todos los días: empieza despacito, dando vueltas, calculando el vuelo, y a eso de las 11.30 o 12 se larga a volar. Termina invariablemente exhausto, pero feliz.El libro nuevo todavía no tiene título definido, y si lo tiene, García Márquez no habla de él. Es una historia de amor sin ningún límite y con final feliz. La historia pasa en Cartagena de Indias y el la resume en una sola frase: "Es la historia de un hombre y una mujer que se aman desesperadamente y que no pueden casarse a los 20 años porque son demasiado jóvenes, y no pueden casarse a los 80, después de todas las vueltas de la vida, porque son demasiado viejos".

El libro está siendo construido utilizando todas las técnicas de la novela rosa del siglo pasado, especialmente las novelas francesas. García Márquez camina en el peligroso filo entre la cursilería y el mal gusto.. "Los trucos", explica, "son muy gomplicados, y uno se da cuenta de eso a la hora de aplicarlos. Hay que descubrir el momento exacto de aplicarlos de manera que en la historia todo resulte bien sin perder el aire de credibilidad que, de alguna manera, los absurdos de la Vida siempre terminan por merecer".

Como en todos sus libros, también en éste que está naciendo ahora, García Márquez dio especial atención al primer capítulo, y más precisamente, al principio, dice que el principio de un libro, la primera hoja y hasta el primer párrafo, pueden determinar todo lo demás. Como si el principio fuese una especie de laboratorio de donde sale la estructura, la atmósfera de lo que viene después. El libro de ahora empieza en un funeral, termina en un barco. Entre uno y otro ocurre de todo.

El lenguaje, la técnica de narración, todo eso es determinado -y ahí entra otra convicción literaria del autor- por el tema. Ya que el tema es un amor con final feliz, el lenguaje y la técnica obedecen a los límites de una mezcla rara entre los boleros caribeños y la novela rosa.

Ladrón de frases

En el apartamento blanco de Cartagena de Indias hay pocos discos a la vista: Bartok, Beethoven, Mozart. Pero en el Mazda blando que maneja por las calles de la ciudad, lo que García Márquez oye son, boleros: desaforados y sin pudor, donde el amor es, cantado como si acabara de ser inventado. "Robo frases enteritas de esos boleros", confiesa, divertido, García Márquez; "ya te lo dije una vez: mucho de lo que escribo nace de lo que escucho en el tocacintas".En lo que está escribiendo ahora entra también su oficio de reportero. En Cartagena de Indias, García Márquez buscó reconstruir la atmósfera de principios de siglo, tiempos en que se amaban desesperadamente los personajes de su nuevo libro. "En esta casa, donde funciona ahora la Alianza Francesa", dice, apuntando un viejo y sólido caserón de ventanas verdes, "vivió José Farcamano".

No es necesario preguntar quién fue José Farcamano: cuando salga publicado el libro nuevo lo sabremos todos.

Hace dos años, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura, García Márquez ya estaba trabajando en esa novela. No había escrito ni una sola línea, pero la historia ya estaba adelantada. Los últimos seis o siete meses han sido dedicados a llevarla al papel.

En Cartagena de Indias García Márquez adelgazó algunos kilos; se pasa las mañanas frente a la máquina y las tardes son dedicadas a largas, interminables llamadas telefónicas.

Cuando alguien le pide un autógrafo o cuando alguien lo mira con demasiada curiosidad, no hay duda: se trata de algún turista. Porque para la gente que vive en Cartagena de Indias él sigue siendo siempre el Gabito, aquel muchacha que un día se fue y salió bien en el mundo.

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