Crítica:TEATRO

Desintegración

Camaralenta es, en principio, una versión de la antigua relación entre el boxeador sonado, en proceso de desintegración, y el apoderado, no tomado esta vez como opresor, sino como amigo fiel, protector y hasta eutanásico. Va más allá de su forma: es, sobre todo, el retrato de ese hombre que se hun de en la nada, en el miedo, en la angustia, de donde pueden deducirse símbolos, alegorías, alusiones a un fragmento de la historia del pensamiento teatral contemporáneo al que la obra pertenece: el existencialismo, el absurdo. Hay sobre todo un fondo de la desesperación y el humor sórdido de B...

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Camaralenta es, en principio, una versión de la antigua relación entre el boxeador sonado, en proceso de desintegración, y el apoderado, no tomado esta vez como opresor, sino como amigo fiel, protector y hasta eutanásico. Va más allá de su forma: es, sobre todo, el retrato de ese hombre que se hun de en la nada, en el miedo, en la angustia, de donde pueden deducirse símbolos, alegorías, alusiones a un fragmento de la historia del pensamiento teatral contemporáneo al que la obra pertenece: el existencialismo, el absurdo. Hay sobre todo un fondo de la desesperación y el humor sórdido de Beckett.Esto y la misma dirección de escena de Roberto Villanueva dan una aparente antigüedad a la obra (después de aquella agonía, y tal vez como consecuencia de ella, vino un teatro del vacío, de la pérdida de la palabra y de la deshumanización; ahora hay como un intento de reconstrucción de esperanzas basadas en lo cotidiano y algunos aspectos de libertad moral y costumbrista de la nueva sociedad), pero en realidad su tiempo no está consumido.

Camaralenta

De Eduardo Pavlovsky. Intérpretes, Grupo Cero: Pepo Oliva, Chete Lera, Nieves Botella. Dirección: Roberto Villanueva.Estreno, teatro Martín, 10 de julio.

Sobre todo porque la obra de Eduardo Pavlovsky tiene una literatura dramática sólida, inteligente, económica -la poesía brota de ella sin perderse en el lirismo- y entrega al teatro lo que es suyo propio: caracteres, fuerza de situación y la antigua dialéctica de dos personajes apoyada en la eterna pareja tonto-listo (hay un tercer personaje, de mujer, pero es sólo un punto de apoyo); la sensación de tragedia y la traspiración del humor doloroso.

La personalidad de Pavlovsky -psiquiatra, psicoanalista, especíalizado en psicodrama y terapia de grupos, muy respetado en su profesión- le da una profundidad humana y, sin embargo, su condición de hombre de teatro -autor, actor- le impide caer en la facilidad del caso clínico.

Interpretación adecuada

La obra tiene una interpretación muy adecuada. Pepo Oliva saca del boxeador que se funde todo el partido realista posible, toda la dosis de ingenuidad, primitivismo y pérdida de identidad y de contacto con el mundo; es capaz de estar al mismo tiempo dentro de un arquetipo muy conocido y de revelar su trascendencia; y Chete Lera no se limita a ser el espejo, el interlocutor, el otro, sino que da al suyo una profundidad y una desesperación propias.Aparte de los valores personales de los dos actores, Roberto Villanueva les ha dirigido de manera que a la acción externa se una el misterio, lo inefable, lo angustioso. Queda dicho que el tercer papel, el de la mujer, es de mero apoyo, e incluso podría sobrar: esto quita oportunidades a la actriz que lo interpreta, sin embargo, con justeza y sobriedad, Nieves Botella. El telón a media altura cerrando el espacio, el decorado pobre, la luz casi única forman acertada parte de lo que se pretende.

El público fue también inteligente en la función de estreno. En sus risas había un reconocimiento de lo dramático, y en las ovaciones al final de algunas escenas, una admiración por los actores y por el texto que respondían exactamente a lo mejor de la obra.

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