Estreno en Barcelona de 'La ópera de tres peniques', en catalán

Un Brecht que ni está en el púlpito ni es un payaso simplón

El director del montaje, Márius Gas, evita el expresionismo germánico

A Màrius Gas, que ahora tiene 37 años, le he conocido siempre indolentemente tumbado sobre una moqueta, en casa de amigos, hilvanando proyectos. Cualquiera hubiera dicho, viéndole, que se limitaba a imaginar. Aún ahora, le digo, tiene fama de trabajar poco, al menos para la cantidad de talento que se le atribuye. El comentario le hace sonreír. "Sí, lo sé, pero he hecho bastantes cosas. Desde que me inicié en este tinglado de la vida, sí, he trabajado. A los 17 años empecé en el teatro universitario a montar espectáculos y a trabajar como actor... Con una promoción en la que había gente muy imp...

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A Màrius Gas, que ahora tiene 37 años, le he conocido siempre indolentemente tumbado sobre una moqueta, en casa de amigos, hilvanando proyectos. Cualquiera hubiera dicho, viéndole, que se limitaba a imaginar. Aún ahora, le digo, tiene fama de trabajar poco, al menos para la cantidad de talento que se le atribuye. El comentario le hace sonreír. "Sí, lo sé, pero he hecho bastantes cosas. Desde que me inicié en este tinglado de la vida, sí, he trabajado. A los 17 años empecé en el teatro universitario a montar espectáculos y a trabajar como actor... Con una promoción en la que había gente muy importante, que luego ha destacado en muchos campos, el teatro y otros: Einma Cohen, Carles Velat, Carles Canut, Carlos Trías, Cristina Fernández Cubas, Enrique Vila Matas, Gustau Hernández, Santiago Sans...". Una generación sin denominación común: "Siempre que nos encontramos nos mostramos de acuerdo en estar muy satisfechos de no habernos distinguido por una etiqueta".En aquel momento en que la universidad estaba tan mal, como el país, el grupo se planteó una labor de teatro muy rigurosa. Así surgieron montajes como Un sabor a miel, que fue "uno de los más hermosos que he hecho nunca", o como El adefesio, "que fue el más a tope". En aquella época, la de Sabor, estaban con los mitos stanislavskianos, y lo prepararon durante mucho tiempo: "Guardo un recuerdo imborrable, y muchas veces, ya metido más de lleno en la profesión, pienso en ese montaje con mucho placer, porque le dedicamos un esfuerzo que ahora, tal como están las cosas, no se puede invertir en ninguna obra".

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Los condicionamientos

A Gas, a pesar de que el teatro le viene de familia y ha sido siempre un óptimo espectador, le llegó un momento, en su adolescencia, en que pensó que no iba a tener ninguna vinculación con el medio. "Hasta que a los 14 años me lo empecé a plantear de una manera seria. ¿Qué me da, preguntas? Bueno, no diré que el teatro es la vida, porque la vida es mucho más, pero sí que es mi espacio, y, de alguna manera, mi forma de respirar, y de responder a lo que me rodea. Por desgracia, el teatro, como el cine, en donde he trabajado menos -aunque tengo varios guiones que me gustaría dirigir-, está demasiado sometido a unos imperativos industriales, y no puedes responder a lo que te rodea, no puedes devolver lo que tú recibes con la naturalidad que sería deseable. También debemos entender que el teatro y el cine han sido siempre espectáculo al servicio de un público y de una pequeña o gran industria qu lo maneja, y hay por tanto una serie de contradicciones. Yo me limito a asumirlas y a ir por ese camino sin salir demasiado alterado en mi manera de vivir personal". Por tanto, añade que ha trabajado mucho, a pesar de lo que se dice, "pero no en una sola dirección; he intentado meterme en los tinglados en los que en un momento dado he juzgado que tenía que meterme".Así, en el 69, inauguró el legendario Capsa de Barcelona con El adefesio, luego estuvo retirado durante largo tiempo, dedicado al cine experimental, y luego empezó otra época en que permaneció durante año y medio haciendo La boda de los pequeños burgueses, con Goliardos, y fue entonces cuando se metió de Reno en la actividad sindical, dentro del vertical, primero -"que fue muy duro", apostilla-, y posteriormente con la culminación que supuso la Assemblea d'Actors i Directors y el Grec 76, también legendario, en cuyo comité estaba y de cuya programación fue responsable.

Tras esta aventura, el movinúento se devoró a sí mismo y Gas se metió de Heno en su trabajo de doblador de cine -él es la voz de Ben Kingsley en Gandhi-, que nunca abandonó del todo, y a ser actor en diversos espectáculos, entre ellos la Doña Rosita la soltera de Lorca-Espert, durante tres años. Hace unos meses, con un grupo de compañeros, puso en marcha el teatro Condal, de Barcelona -en donde ahora se representa Una jornada particular, de Scola por Flotats-, y ahora prepara el montaje de Brecht. Además, cada año monta una ópera para el ayuntamiento, en el Teatre Grec.

No es poco, realmente, aunque dé bandazos, como él dice, porque ni le gusta atarse ni aceptar aquello con lo que no está de acuerdo. Pero hablemos de La ópera de tres peniques, cuya acción ha trasladado a la Barcelona de 1929, cuando la Exposición Universal. Claro que Márius Gas tiene en su haber haber trasplantado L'elisir d'amore, de Donizetti, a un villagio de la Italia mussoliniana, lo que funcionó perfectamente.

"No soy brechtiano, pero sí he hecho Brecht, y puedo decir que la suya es una manera de entender el teatro que no puedo negar ha ejercido una cierta influencia en mí, como también me influyen otras propuestas como pueden ser la de Artaud, o la del Living Theather de 1968, o posteriores estéticas. Aquí, en este país, han caído en dos posiciones antagónicas con Brecht. Primero se le presentó como un ser absolutamente de púlpito, en el que se imposibilitaba a los actores a hablar con tonos y de una manera brillante, confundiendo a Brecht y sus actores con los apartes, y, por otro lado, intentando desmitificarle diciendo que era un tipo rotundamente divertido. Yo entiendo que no es eso".

"Bretch era un autor que fue elaborando una serie de teorías que él mismo puso en duda, porque sabía que la práctica supera a la teoría, que primero tuvo un compromiso revulsivo, luego un compromiso ético que, finalmente, se resolvió en un compromiso político de marcado acento marxista. Y es, fundamentalmente, un hombre de teatro y un poeta, con todas sus contradicciones, alguien que te dice en algunos poemas que tiene que dejar la rosa y cantar otras cosas porque son unos tiempos difíciles y porque, en la época en que él vive, una frente lisa demuestra insinceridad, y que coge el toro por los cuernos y va a explicarse él, y a explicar el mundo que le rodea de una manera determinada".

Para Màrius Gas, los textos menos didácticos, las últimas grandes obras, y toda su colaboración con Kurt Weill, tienen todavía mucho que decirnos, "porque la sociedad ha cambiado de etiquetas, pero no fundamentalmente, y los monstruos del capitalismo, y los de la otra parte, que se ha demostrado también como un capital del stalinismo, todo eso no ha hecho más que agrandarse, sofisticarse, con nuevas técnicas. Esta obra, concretamente, es muy interesante en ese aspecto".

Piensa, respecto a las licencias que él se ha permitido, que Brecht quizás estaría de acuerdo, "porque era un hombre que quería que los textos fueran tratados según las circunstancias y la gente que lo montara. Por supuesto, luego puede estar bien o mal. Con Pere Quart, que es el autor de la versión, y con Feliu Formosa, con quien hemos hecho la dramaturgia, hemos trasladado la obra, de la Inglaterra victoriana que proponía Brecht, a unos días antes de la inauguración de la Exposición Internacional de Barcelona, en 1929. Eso nos permite acercar la obra, hablar de cosas reconocibles, y al mismo tiempo distanciarla histórica y geográficamente de lo que está pasando ahora, para que sea una fábula que se contemple en su totalidad".

Doce millones

Porque así lo ha soñado -"porque creo que un director primero sueña y luego pone en marcha lo que ha imaginado, pero el elemento humano luego va modificando y sorprendiendo"-, huye del expresionismo germánico, nada de blancos y negros, y ha intentado resolver la obra con un expresionismo "más nuestro, que sería un poco el esperpento, utilizando al mismo tiempo un tratamiento de elementos muy corpóreos y muy expresivos, y a la vez telones pintados, un poco propios del género musical, sin que la obra pierda su revulsivo. No hay que olvidar que ésta es una obra que Brecht adapta partiendo de La ópera del bandido, de John Gay, del XVIII, que está hecha en contra de la música culta de Haendel y en contra del Gobierno de aquella época, y en la que por primera vez los personajes de raigambre de la ópera se convierten en mendigos y en pequeños burgueses, y en ladrones que actúan como tales, en un juego de espejos, un pastiche que a mí me ha interesado conservar". Doscientos actores y actrices realizaron audiciones para trabajar en la obra, porque era fundamental que unos cantaran y que los protagonistas, por lo menos, afinaran. Una cuarentena de actores y ocho músicos, con Joan Albert Amargos, al frente, componen la nómina del montaje. La Generalitat dio inicialmente 12 millones, "aunque creo que esa cantidad se ha incrementado algo", añade Gas.El reto para un hombre de teatro, ahora, no es sólo montar Brecht: "El reto, en la España de hoy, es ser contradictorio. Y asumir el teatro como riesgo. Creo que, últimamente, en el teatro, la gente se arriesga muy poco".

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