Los peregrinos de la verde colina

El cielo se apiadó de los peregrinos wagnerianos cuando el pasado domingo, en la verde colina de Bayreuth, las fanfarrias anunciaban con un toque que sólo faltaban quince minutos para el comienzo de Parsifal, con el que se inauguraba este año el Festival de Wagner. Por unos momentos dejó de llover.Hubo desfile de Mercedes y los curiosos, que habían aguantado la lluvia, exclamaban a la llegada de los prominentes huéspedes, un mira, es fulano, y hasta se atrevían a romper filas para acercarse y pedir un autógrafo, ante los ojos benevolentes de una policía tolerante.

Por momentos, estuvo c...

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El cielo se apiadó de los peregrinos wagnerianos cuando el pasado domingo, en la verde colina de Bayreuth, las fanfarrias anunciaban con un toque que sólo faltaban quince minutos para el comienzo de Parsifal, con el que se inauguraba este año el Festival de Wagner. Por unos momentos dejó de llover.Hubo desfile de Mercedes y los curiosos, que habían aguantado la lluvia, exclamaban a la llegada de los prominentes huéspedes, un mira, es fulano, y hasta se atrevían a romper filas para acercarse y pedir un autógrafo, ante los ojos benevolentes de una policía tolerante.

Por momentos, estuvo como desplazada la esposa del canciller federal, Loki Schmidt, que llegó a Bayreuth desde una granja dedicada a curas de belleza. Su marido, que no oculta su aversión por Wagner, conversaba al otro lado del Atlántico con los señores del comercio y de la guerra de la Administración Reagan. Loki Schmidt se sentó al lado del ministro español de Asuntos Exteriores, Pérez Llorca, en el palco central de Bayreuth.

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Pérez Llorca es un reincidente y en esta ocasión encontró "impresionante" el segundo acto de Parsifal, y pudo en la pausa conversar con el presidente de Baviera y anfitrión de Bayreuth, el socialcristiano Franz Josef Strauss.

A las puertas del teatro deambulan bajo la lluvia jóvenes y viejos con carteles de Busco Parsifal, Ofrezco Tristán. Algunos ya estaban allí la víspera, en un intento vano de conseguir una entrada.

El público resiste heroicamente las cuatro horas y media de Parsifal, en los duros asientos de Bayreuth, donde ni siquiera existe la concesión del brazo de las butacas para apoyarse, como si fuesen entradas de gallinero de un cine de pueblo. Este año hubo algunos fallos, que al día siguiente del estreno fueron motivo de protesta de algún crítico. Al comienzo de Parsifal, mientras la orquesta interpretaba la obertura, se oyeron trompazos indignados en una puerta, producto quizá de algún espectador que no oyó el tercer toque de las fanfarrias y quiso entrar cuando la obra Ya estaba iniciada.

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