Crítica:TEATRO

El tinglado de la antigua farsa

Los historiadores describen a Carlo Gozzi como una especie de maniaco -paranoico, diríamos hoy- que veía enemigos de Venecia, de la cultura italiana y de sí mismo por todas partes. Quizá los hubiera. Gozzi (1720-1806) trataba de rescatar la commedia dell'arte, que agonizaba, su lenguaje, su espontaneidad, su viveza. Sus enemigos, por consiguiente, eran los reformadores: Chiari, Goldoni.Como tantos paranoicos, la dureza y la agriedad en las polémicas y en los enfrentamientos directos se transformaban en humor tierno y poético en la creación. Como si amase más a los seres ideales -sus per...

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Los historiadores describen a Carlo Gozzi como una especie de maniaco -paranoico, diríamos hoy- que veía enemigos de Venecia, de la cultura italiana y de sí mismo por todas partes. Quizá los hubiera. Gozzi (1720-1806) trataba de rescatar la commedia dell'arte, que agonizaba, su lenguaje, su espontaneidad, su viveza. Sus enemigos, por consiguiente, eran los reformadores: Chiari, Goldoni.Como tantos paranoicos, la dureza y la agriedad en las polémicas y en los enfrentamientos directos se transformaban en humor tierno y poético en la creación. Como si amase más a los seres ideales -sus personajes- que los seres reales. El rey ciervo, que se representa en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, en una versión libre de Juan Pedro de Aguilar, sobre la traducción directa de Laura Corral, tiene algunas de estas virtudes.

El rey ciervo,

de Carlo Gozzi, versión libre de Juan Pedro de Aguilar sobre una traducción de Laura Corrá. Interpretado por el Pícaro Teatro: Jesús Bonilla, Francisco Maldonado, Pilar Barrera, Miguel Nieto, Julio Roco, Emma Cohen, Concha Goyanes, Fernando Rojas, Ramiro Oliveros. Música de Alfredo Carrión, coreografía de Sebastián Suárez, figurines de José María Ligero, dirección de Juan Pedro de Aguilar. Estreno: Centro Cultural de la Villa de Madrid, 9-XII-81. Patrocinado por el Ministerio de Cultura.

Es un cuento tomado -como otras obras del mismo Gozzi, y como muchas que inspiraron a los autores y narradores europeos- de un apólogo oriental. Se sitúa en el reino de Srendip (Sri Lanka); algunos de los bellos figurines de José María Ligero evocan esa corte tan literaria. De su nombre han hecho los ingleses -el primero Walpole, contemporáneo de Gozzi- una palabra, serendipity (traducida a veces al castellano como serendipidad, que significa la facultad de hacer feliz e inesperados hallazgos por accidente. En Serendip hay un rey que, como en tantos cuentos, busca entre las doncellas del reino aquella que tenga las virtudes necesarias para reinar sobre sí mismo... Y hay un primer ministro celoso -el malo- y ambicioso; y un mago todopoderoso; y unas trasfiguraciones o trasmigraciones de alma a cuerpo.

Quizá la mayor parte de las alusiones de Gozzi a su época y a sus contemporáneos se han perdido; queda el cuento infantil -o, por lo menos, ingenuo- y un canto -acentuado por la versión- a la libertad, al amor puro, a la gobernación moderada contra la tiranía.

La dirección de Juan Pedro de Aguilar -autor de la versión libre, como queda dicho- para la compañía del Pícaro Teatro realza la condición de commedia dell'arte, con sus personales característicos, con escenas y personajes que se resuelven, a veces, en la imitación de la marioneta, en la pantomima: especialmente el personaje de Truffaldino, interpretado con la agilísima acrobacia de Fernando Rojas.

No tienen, naturalmente, los otros actores estas condiciones físicas de especialista; pero sacan el partido posible de sus personajes, como Concha Goyanes en la pareja de graciosos, que se lleva justos aplausos. Es, como siempre, menos agradecido el papel de las bellas sentimentales y enamoradas: Emma Cohen, Pilar Barrera; están, por el texto y la situación, ancladas en una representación más convencional, que su buen oficio resuelve. Es el mismo problema con el que se encuentra Francisco Maldonado en su Leandro, Jesús Bonilla, Miguel Nieto, Julio Roco, Ramiro Oliveros tienen más suerte con sus personajes, y la explotan.

Hay un hábil, inteligente y bello decorado, unos figurines que quedan referidos como excelentes. Y una breve orquesta que actúa sobre el escenario con música de Alberto Carrión.

Es un espectáculo perfecto para niños -de edad o de corazón-; pero los adultos no perderán nada viéndolo.

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