La muerte de un académico de la guitarra

El dolor de su amigo Gerardo Diego

«Era uno de mis mejores amigos tal vez el mejor de los que me quedaban vivos», ha dicho el poeta y académico Gerardo Diego a EL PAIS, tras conocer la muerte de Regino Sainz de la Maza. «La noticia de su muerte me ha dejado muy estremecido y dolorido», siguió diciendo el poeta, en cuya voz se traslucía la emoción.«Tenía la misma edad que yo, nacimos el mismo año y creo que nos conocimos antes de que ya fuera catedrático; sí, exactamente cuando estaba preparando las oposiciones a cátedras y tenía que hacer frecuentes viajes a Madrid. El ha estado unido a muchos momentos de mi vida, hemos compart...

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«Era uno de mis mejores amigos tal vez el mejor de los que me quedaban vivos», ha dicho el poeta y académico Gerardo Diego a EL PAIS, tras conocer la muerte de Regino Sainz de la Maza. «La noticia de su muerte me ha dejado muy estremecido y dolorido», siguió diciendo el poeta, en cuya voz se traslucía la emoción.«Tenía la misma edad que yo, nacimos el mismo año y creo que nos conocimos antes de que ya fuera catedrático; sí, exactamente cuando estaba preparando las oposiciones a cátedras y tenía que hacer frecuentes viajes a Madrid. El ha estado unido a muchos momentos de mi vida, hemos compartido muchas cosas».

La relación entre Regino Sainz de la Maza y Gerardo Diego tenía como base no sólo la coincidencia generacional, sino también la música, de la que Gerardo Diego es devoto y excelente pianista. «El suyo», dice el poeta, «era un raro talento de intérprete, una excelente sensibilidad. Tengo cosas escritas sobre su figura y la de Andrés Segovia, paralelas en tantas cosas. Por otra parte, hemos coincidido en la crítica de los conciertos de música. Yo escribía para El Imparcial, que dirigía su cuñado Víctor de la Serna, y él lo hacía en otro diario y más tarde en Abc».

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Preguntado por sus relaciones con la generación del 27, Gerardo Diego dijo que él mismo le había presentado a muchos de los miembros de ese grupo poético. «Concretamente me acuerdo de que le presenté a Jorge Guillén, un día, en el paseo de Recoletos. Guillén estuvo a punto de caer en una de sus planchas, tan famosas como las mías. No sé qué le pasó a Guillén, que estaba diciendo cosas sobre Concha Espina, ignorando que iba a ser su suegra... Naturalmente, yo hice elogios de la novelista, y Guillén me diría después que estuvo a punto de comentar el extraño entusiasmo que había encontrado en mí sobre la autora de La niña de Luzmela.

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