Editorial:

El camino de la OTAN

ENTRE TANTA duda, vacilación, reflexiones sobre su propia naturaleza política y desgarraduras de conciencia sobre algunas nimiedades, UCD ha tenido siempre una segura claridad en su decisión absoluta de llevar a España a la Alianza Atlántica y a todas las funciones que corresponden a un miembro de la Organización del Tratado. Precisamente algo que debía estar por encima de su vocación de partido y de Gobierno, en lo que debe entablar conversaciones directas con la oposición y hasta sobrepasar los debates parlamentarios que anuncia para llegar a un gran debate nacional, que tendría que estar cu...

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ENTRE TANTA duda, vacilación, reflexiones sobre su propia naturaleza política y desgarraduras de conciencia sobre algunas nimiedades, UCD ha tenido siempre una segura claridad en su decisión absoluta de llevar a España a la Alianza Atlántica y a todas las funciones que corresponden a un miembro de la Organización del Tratado. Precisamente algo que debía estar por encima de su vocación de partido y de Gobierno, en lo que debe entablar conversaciones directas con la oposición y hasta sobrepasar los debates parlamentarios que anuncia para llegar a un gran debate nacional, que tendría que estar culminado por un referéndum. Porque en un momento dado la pertenericia a la OTAN puede significar una cuestión de vida o muerte, y porque, en el fondo, contradice una tradición antigua de neutralidad, mantenida en circunstanclas históricas muy diferentes y por regímenes y Gobiernos muy distintos. Una tradición, por cierto, qye ha dado excelentes resultados desde todos los puntos de vista, desde el económico hasta el humanitario, y que todos están conformes que en la última guerra mundial evitó a España un destino, sin duda, trágico. En los últimos años, una semántica amañada y violenta ha logrado confundir el neutralismo, dándole valores peyorativos, que llegan incluso a indicar que sin él se favorece a la parte adversa -concretamente a la URSS-, con la neutralidad como una posición honesta, que, en ningún caso, puede significar el deseo de abandonar una vocación profundamente occidental -en el gran sentido histórico, cultural y social que tiene este término tan vagamente empleado- que está arraigada en España, y una seguridad que se puede considerar como prácticamente total, de no adoptar el régimen comunista o ninguno de sus paralelos.UCD-Gobierno ha aprovechado esta irrupción de urgencia en el desmayo de agosto -urgencia plenamente justificada por otros motivos que, en efecto, han aparecido en la referencia del Consejo- para colocar este primer paso oficial para la entrada en la OTAN, con una vaga alusión a la consulta al Consejo de Estado y a su paso al Congreso posteriormente. Es, sin duda, consciente de que el tema de la OTAN es precisamente en estos días algo que envuelve más dudas y más riesgos que en otros momentos. Está la cuestión de la bomba de neutrones y de la difusión de vectores para lanzarla desde las bases de la OTAN; la de los euromisiles, que produce algún sobresalto en países de antigu a militancia dentro de la Organización; la aspereza de la situación en Polonia; la nueva tensiór de Estados Unidos con los paises árabes -con los cuales España tiene unas relaciones distintas-. Hay dudas permanentes sobre cómo se enfocaría el problema de Gibraltar dentro de esta Alianza. Hay una cuestión que atañe a una economía desfalleciente como es la nuestra: el precio de los gastos de primera instalación de nuestro sistema de defensa para acoplarlo al colectivo, y el del mantenimiento, que, según algún especialista, costaría unos 4.500 millones de pesetas adicionales al año. Todo esto es apenas un sumario de lo que deberá debatirse a todas las escalas antes de tener la seguridad de una decisión.

Está el tema conjunto del europeísmor de España. Los países del óccidente europeo están incluidos, en su mayor parte, en un sistema económico con trascendencia política y tendencia a una cierta unificación de criterios, como es la Comunidad Europea, al mismo tiempo que en la OTAN. Este equilibrio le va a faltar a España, alejado del primer sistema -y no sólo, como nos interesa decir, por la maldición de algunos países, aunque ésa exista en forma de defensa de sus intereses particulares, sino por falta de modificación real y decidida de nuestra estructuras- probablemente por muchos años, pero ya entregada al segundo.

Queda el gran aspecto internacional: el de la posibilidad de que el ingreso de España en la OTAN desequilibre una, todavía, delicada política de bloques, y que ese ingreso o su denegación termine siendo una moneda de cambio, discutida en términos ajenos a los de nuestra conveniencia, en posibles negociaciones de otra altura.

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Todo lo que se esboza es, repetimos, un simple sumario del tema de mayor envergadura que se ha planteado la política internacional de España desde la última guerra mundial, y no parece aceptable que se incluya dentro de una tregua veraniega, aun con promesa de un debate de más fondo a partir de la reanudación de la temporada, de la que da un aldabonazo de resonancias lúgubres. Las supuestas ventajas del ingreso no han sido todavía suficientemente expuestas por sus valedores. Apenas el guiño de ojos de dar a entender que esa pertenencia sería una especie de seguro contra un golpe de Estado, su puesto enteramente inverosímil si juzgamos por los precedentes de este dolido Sur Portugal, Grecia, Turquía, con sus golpes dentro de la OTAN y, en algún caso, secundados por sus armas y sus planes, además de disfraz lamentable de un tema que sólo puede ser resuelto por política interior, por medidas internas de seguridad y de confianza.

A este primer aldabonazo del Gobierno hay que responder con esta primera alerta. El tema de la OTAN no puede plantearse con esta ligereza ni resolverse con la misma facilidad con que. se resuelven problemas menores. No es una política de gestos, a la que últimamente nos tiene acostuffibrados Calvo Sotelo.

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