La viuda de Perón en España

La policía militar vigiló a los peronistas que despidieron a la ex presidenta argentina

"Yo te daré, te daré una cosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con p, ¡Perón!". Con este estribillo de resonancias de tuna universitaria española, unas 200 personas despidieron cantando bajo la lluvia a Isabelita en el aeropuerto de Buenos Aires. La policía militar vigilaba de cerca, pero discretamente, el adiós de los peronistas a su jefa, que partía rumbo a Madrid.

Ningún altercado, ningún incidente en el aeropuerto de Eceiza a la salida de la viuda de Perón. Sólo una de las policías militares femeninas que revisaban obsesivamente el equipaje de los pasajeros en el mismo vuelo ...

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"Yo te daré, te daré una cosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con p, ¡Perón!". Con este estribillo de resonancias de tuna universitaria española, unas 200 personas despidieron cantando bajo la lluvia a Isabelita en el aeropuerto de Buenos Aires. La policía militar vigilaba de cerca, pero discretamente, el adiós de los peronistas a su jefa, que partía rumbo a Madrid.

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Ningún altercado, ningún incidente en el aeropuerto de Eceiza a la salida de la viuda de Perón. Sólo una de las policías militares femeninas que revisaban obsesivamente el equipaje de los pasajeros en el mismo vuelo de María Estela perdió en un momento los nervios y pidió la presencia de los grupos antidisturbios para que hicieran callar a los hombres y mujeres que arreciaban en sus gritos de "Isabel, Isabel'.. Los antidisturbios no llegaron a intervenir.Casi a las siete de la tarde, con media hora de retraso, la viuda de Juan Domingo Perón subía al, Boeing 747 Tirso de Molina, de la compañía Iberia. Rubia, pálida bajo el maquillaje y visiblemente nerviosa, la ex presidenta argentina fue la última persona en entrar a la aeronave. Se dirigió directamente al asiento de primera clase que le estaba reservado, el primero de la cabina, junto a una ventanilla.

María Estela vestía un abrigo de piel, zapatos de verano y un vestido oscuro tableado. Al cuello llevaba un pañuelo de rayas azules y rojas. Se cubría con una chaqueta de lana negra. En el transcurso del vuelo mostraría su interés por la moda femenina en España y sus precios.

No hay declaraciones

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Ya inmediatamente después del despegue, la ex presidenta argentina anunció a este enviado especial que no formularía ningún tipo de declaraciones. Llovía sobre Buenos Aires y sobre los ojos de María Estela, que permanecía acurrucada en su asiento. Entre las ocho personas que acompañaban a la dirigente peronista no figuraba Pilar Franco.

La viuda de Perón y su cortejo habían decidido en el último momento que la hermana del anterior jefe del Estado español no debía figurar en una comitiva a la que podía revestir de connotaciones no deseadas por los viajeros argentinos". Parece que el motivo principal por el que Estela y Pilar no hicieron juntas el viaje fue el temor de los dirigentes justicialistas a la comprobada locuacidad de doña Pilar. En el vuelo del Tirso de Molina hacia Madrid regía un pacto de silencio político que era necesario respetar. En consecuencia, Pilar Franco llegó u la capital de España alrededor de una hora, después que su amiga, en un vuelo de Aerolíneas Argentinas.

El mutismo de la ex primera dama argentina sólo se vio roto poco después de la cena -caviar, consomé, solomillo, plátano, zumo de naranja (María Estela no bebe alcohol desde su operación de vesícula)-, cuando accedió a posar para el numeroso grupo de fotógrafos internacionales que volaban con ella hacia Madrid.

La viuda de Perón repetía entonces "estoy muy bien", "estoy muy bien", "me siento muy bien", mientras miraba a los objetivos fijamente.

Con los ojos entrecerrados por los flashes posó sola, con personas de su comitiva y junto a algunos periodistas bonaerenses. Pasajeros de la clase turista, alertados por los fogonazos y el ruido, intentaban pasar a la cabina de la ex presidenta para saludarla

El vuelo 996 fue una prueba para el personal de cabina de Iberia. Y en especial para el auxiliar responsable del compartimiento de primera clase, cuyo fervor acusadamente prusiano no pudo impedir que los informadores sembraran de cuando en cuando el caos en el sancta sanctorum del Tirso de Molina.

De regreso a su asiento, caminando a pasos muy cortos, como sí tuviera bastantes más años de los cincuenta que tiene, la ex presidenta argentina se sumergió, pasadas las diez de la noche, en "Forjador de ídolos", la película que hubimos de sufrir ayer todos los pasajeros que llegamos a Madrid en el vuelo hacia la libertad. Un benéfico agotamiento impidió a la señora, como la denomina su comitiva, conocer con detalle las peripecias del cazatalentos de la época de Elvis Presley.

Epílogo accidentado

Más jugo de naranja, café y bollos en un desayuno sobre cielo español. El nutrido acompañamiento femenino de la señora Perón aprovecha los minutos que preceden al aterrizaje para cambiar su atuendo invernal bonaerense por otro más acorde con la estación y la temperatura en Madrid. Desaparecen los sombreros un tanto exóticos para el gusto español y son sustituidos por vestidos vaporosos que rejuvenecen a doña Nélida, doña Amelia, doña Arolinda y doña Magdalena. La ex presidenta argentina vuelve a posar para los fotógrafos, más relajada y natural que la noche anterior.

La llegada a Madrid constituyó el borrón de un viaje de casi doce horas, iniciado entre eslóganes políticos y cantos partidistas, y acabado a golpes de las fuerzas de seguridad, gritos y llanto de niños. En un alarde de improvisación, la policía española dejó que la llegada de María Estela se le fuera de las manos. La violencia sufrida por las decenas de informadores que esperaban en la sala de recogida de equipajes del aeropuerto de Barajas fue un espectáculo más digno de un país tercermundista que de una capital de Europa occidental.

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