Reportaje:

"Rockers", "hippies" y "penenes"

Unas 7.600 personas pagaron novecientas pesetas para ver el prodigio. Cuatrocientas faltaron para llegar a un lleno completo que, según los expertos, se hubiera producido de no mediar la Semana Santa. Claro que también acudieron madrileños, en número aproximado de mil. Y también zaragozanos y valencianos y franceses.El recinto estaba lleno de puntos de encuentro improvisados, cuya localización resultaba tanto más difícil por cuanto los cuatro bares habituales se vieron aumentados para la ocasión con varios tenderetes portátiles. Las masas rugientes estaban a pesar de todo, tranquilas, tal ...

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Unas 7.600 personas pagaron novecientas pesetas para ver el prodigio. Cuatrocientas faltaron para llegar a un lleno completo que, según los expertos, se hubiera producido de no mediar la Semana Santa. Claro que también acudieron madrileños, en número aproximado de mil. Y también zaragozanos y valencianos y franceses.El recinto estaba lleno de puntos de encuentro improvisados, cuya localización resultaba tanto más difícil por cuanto los cuatro bares habituales se vieron aumentados para la ocasión con varios tenderetes portátiles. Las masas rugientes estaban a pesar de todo, tranquilas, tal vez porque toda la energía se pusiera en la comunicación con el escenario. Había rockers y pop-pies y hippies y otros con aspecto de penene recuperado para el rollo. Y no es que hubiera hermandad, es que el hombre de allá arriba, pero aquí cerca, hablaba de todos y con todos, porque sus canciones no son anécdotas, sino sentimientos básicos, humanos.

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En Barcelona estuvo sobre el escenario dos horas y tres cuartos, más media hora de descanso. En la República Federal de Alemania y en Holanda se fue hasta las cuatro horas. Allí, como aquí, como en todas partes, los brazos se alzaban; pero aquí, como en ningún otro sitio, la gente pudo bailar. Las fa mosas sillas exigidas por sus representantes no aparecieron. Gay, que les convenció para ello, acertó esta vez. El Palacio de los Deportes tie ne suficientes asientos como para que los que desearan sentarse lo hicieran; pero hubiera sido un cri men y una estupidez tratar de mantener a todos pegados al asiento.

Tres horas después del concierto, los tres inmensos remolques que portaban el equipo partían de nuevo, esta vez hacia Francia. Es la peregrinación de la entrega, el ca mino a la gloria con los raros pasos de la honradez y de la genlalidad. El montaje es grande porque la gente merece un respeto, pero nunca lo es tanto como para ocultar o para engañar. Lo que rodea a Bruce Springsteen puede ser tan absurdo como prohibir que se le hicieran fotos o se introdujeran magnetófonos, tan pedestre como para permitir que sólo unos pocos periodistas hablaran con él. Pero nada logra ocultarle. Es responsa ble de las tonterías de los demás, pero también es más fuerte.

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