Tribuna:

"Mea culpa" de un crítico: respuesta a Valeriano Bozal

Mea culpa, mea grandissima culpa: no estoy de acuerdo con la interpretación que, en su último libro, hace Valeriano Bozal de la vanguardia; más aún, he tenido la osadía de manifestar mi desacuerdo públicamente, no en una revista trimestral, sino a través de las páginas de un periódico, en el que, como todo el mundo sabe, no se deben hacer juicios de valor. Desde luego, no habría cometido semejante error si me hubiera propuesto como modelo la crítica que Valeriano Bozal hiciera del Principio Esperanza, de Bloch (EL PAÍS, 13-XI-1977), en la que nuestro alroso camarada a todos los q...

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Mea culpa, mea grandissima culpa: no estoy de acuerdo con la interpretación que, en su último libro, hace Valeriano Bozal de la vanguardia; más aún, he tenido la osadía de manifestar mi desacuerdo públicamente, no en una revista trimestral, sino a través de las páginas de un periódico, en el que, como todo el mundo sabe, no se deben hacer juicios de valor. Desde luego, no habría cometido semejante error si me hubiera propuesto como modelo la crítica que Valeriano Bozal hiciera del Principio Esperanza, de Bloch (EL PAÍS, 13-XI-1977), en la que nuestro alroso camarada a todos los que no coinciden con su interpretación de la recuperación del filósofo aleman les describe como protagonistas de «una moda destinada a satisfacer el anticomunismo visceral de algunos grupos y a nutrir el chirriante engranaje de nuestra industria cultural», porque, desde luego, quienes llaman a Boch «heterodoxo» (exilado dos veces por razones ideológicas: de la Alemania de Hitler y de la Alemania de Ulbricht) no son sino «manipuladores» que «con el chisporroteo esteticista de los alanceadores de cadáveres desentierra funcionarios para matarlos cuando están bien rnuertos».

Mea culpa, mea grandissima culpa: no sólo he hecho un uso inadecuado de un medio de información, sino que, en vez de atenerme objetivamente al contenido del libro, quizá trastornado por algún frenesí visceralista, he insultado personalmente a su autor, del que denuncio indiscretamente su conelición de conferenciante, docente y editor enumero las obras por él publicadas, lo comparo insidiosamente con Hauser, y, lo que es peor, califico su presencia y peso específico dentro de la cultura española como una realidad indiscutible. ¡Intolerable! Menos mal que, otra vez, Valeriano Bozal me da una lección como polemista ecuánime: él, que se las sabe todas, pero cuya elegancia le impide caer en el exabrupto y el agravio, en vez de insultarme personalmente, me llama impotente, mandarín, dictadorzuelo, vendido y, lo que es más apropiado para críticos que hacen de tripas corazón, visceralista.

Mea culpa, mea grandissima culpa: como todos los manipuladores, hice la crítica del libro sin leérmelo y tuve, además, la desvergüenza de ir intercalando frases entrecomilladas de Bozal, correspondientes a las páginas trece, dieciséis, 41, 42, 129. 183, 234 y 235, numeración que por sí misma delata la arbitrariedad de mi no-lectura caprichosa. Peor: como no he leído el libro puedo hacer afirmaciones capciosas como la de que Bozal reconoce practicamente tan sólo dos actitudes tipificadas dentro de los ismos: el constructivismo soviético y el dadaísmo/surrealismo, cuando cualquiera que consulte el libro, dentro de los tres grandes bloques en que queda dividida la vanguardia, en el primero -el nuevo lenguaje- podrá comprobar que, además del constructivismo, se escribe a propósito del cubismo, futurismo, neoplasticismo, abstraccionismo, etcétera, por más que, entre todos estos movimientos -superándolos- el constructivismo soviético sea «el único movimiento de vanguardia en estos años al que se le ofrece la posibilidad de colaborar activamente en la construcción de una sociedad nueva no sólo meditar sobre ella (página 65).... «solo el constructivismo pudo convertirse en una alternativa verdadera (página 96).... «la importancia del constructivismo radica en el hecho de que es la más seria y completa alternativa a la cultura burguesa que se ha hecho hasta el momento» (página 111)... ¿Cómo atreverse, entonces, a afirmar que Bozal, dentro de los ismos que reúne en el epígrafe del «nuevo lenguaje», considera al constructivismo una actitud tipificada, la más representativ a y revolucionaria de todos ellos? Sólo con mala fe visceralista, la misma mala fe que inspira mi pretensión de que Bozal ha reducido el apartado titulado «la subversión» al dadaísmo/surrealismo, cuando, además de ellos, cita también a Klee, inspirador de la corriente que «alcanza sus puntos álgidos en las experiencias dadaístas y surrealista» (página 191) y, ¿quién si no es visceralista, vendido, impotente, mandarín o dictadorzuelo puede equivocar el momento álgido de un rnovimiento con lo más representativo de él?

Mea culpa, mea grandissima culpa: no sólo no he leído el libro de Bozal, sino que he tratado de equivocar sus conclusiones. Por ejemplo, cuando afirmo que, ante la denuncia de la conndición de «maldito» que sufre el artista contemporáneo, Bozal propone como solución el artista funcionario: «Todos los planteamientos anarquizantes que exaltan la bohemia como una forma de vida provocadora», no se percatan de que «pese a todo, a la repulsa, al rechazo, a la marginación, ambas, bohemia y burguesía, coexisten, se complementan» (página 41)..., «la solución del problema consiste en un salto adelante, concibiendo el trabajo artístico como cualquier otro tipo de trabajo asalariado y aplicándole las mismas reivindicaciones y soluciones» (página veintiocho). Pero la defórmación visceralista alcanza su punto culminante cuando interpreto como necesidad de sacarse el carnet de partido la siguiente frase: «La articulación con una clase no se realiza al natural, sino a tavés de las correas de transmisión constituidas por una organización de la cultura y de la clase» (página trece), interpretación totalmente tendenciosa, ya que «se perfila cada vez con más fuerza el intelectual orgánico del proletariado, clase ascendente, que gira en torno al partido de la Vanguardia proletaria que, a su vez, cuenta en su seno con especialistas» (página 117).

Pero ¿para qué seguir? Un crítico impotente, vendido, mandarín, dictadorzuelo y visceralista debe ser simplemente suprimido porque, como dice Bozal, «sólo si suprimimos a estos pequeños dictadorzuelos podemos empezar a hablar de cultura». Suprimir si, pero ¿Cómo? El que esto escribe ya ha entonado su mea culpa aplastado por los mazazos dialécticos de la Verdad Revolucionaria que encarna Bozal y promete no atreverse a decir nunca más que su libro sobre la vanguardia es, incluso desde un punto de vista marxista, pésimo, ni afirmar que su anterior Historia del arte en España consiste en una curiosa ecuación en la que Plejanov se suma al Pijoán.

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