Crítica:MÚSICA

Ópera para la juventud en la Zarzuela

El empeño de un grupo de artistas españoles que se constituyen en cooperativa para cultivar la ópera a escala popular merece no sólo el aplauso, sino la ayuda de todos. Máxime si entre el cuadro de componentes figuran nombres bien contrastados nacional e internacionalmente. La Dirección General de la Música ha debido entenderlo así al confiar a la denominada Compañía Española de Opera Popular (S.C.) algunas representaciones del ciclo Opera para la juventud que se desarrolla, pausada y meritoriamente, en el teatro de la Zarzuela.Una vez más se ha demostrado que el problema de público ope...

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El empeño de un grupo de artistas españoles que se constituyen en cooperativa para cultivar la ópera a escala popular merece no sólo el aplauso, sino la ayuda de todos. Máxime si entre el cuadro de componentes figuran nombres bien contrastados nacional e internacionalmente. La Dirección General de la Música ha debido entenderlo así al confiar a la denominada Compañía Española de Opera Popular (S.C.) algunas representaciones del ciclo Opera para la juventud que se desarrolla, pausada y meritoriamente, en el teatro de la Zarzuela.Una vez más se ha demostrado que el problema de público operístico no es sino cuestión de precios, amén de una garantía suficiente de las versiones. Porque para el Don Juan de la otra noche no quedó una entrada y hasta quienes en la taquilla esperaban alguna devolución tuvieron que quedarse en la calle o entrar en el teatro por los mil y un procedimientos conocidos y, en este caso, nada censurables.

Montaje de gran nivel

Asistimos a una interpretación y montaje de gran nivel. Tanto o mejor como el que ofrecen centenares de teatros líricos europeos en régimen estable. Pues lo que no hemos de hacer, en modo alguno, es rememorar cada cual sus particulares experiencias de aquel día, con Karajan en Salzburgo o con Karl Bón, en Viena. Lo cierto es que casi 2.000 personas pudieron gozar con uno de los grandes milagros mozartianos, este Don Juan que muchos seguirían en vivo por vez primera.

Para empezar se hizo bastante buen teatro, lo que, quiérase o no, y hay opinión para todos los gustos, es la ópera por mucho peso específico que alcance la partitura. La dirección artística de Francisco Nieva, los escenarios y trajes de Cidrón, Galán y Urbieta, las luces de Paredes y Urbieta, la colaboración de Pilar Salso y la regie de Santiago Paredes rompieron con los moldes habituales -¡tan conformistas!- en nuestro medio. Don Juan tuvo espacio escénico adecuado y cada una de sus significaciones fueron traducidas con inteligente y creador criterio. Sobre la base de un escenario fijo, modificado por las proyecciones de fondo, los personajes y las acciones cobraron valor de realidad y de símbolo. En ese ambiente, hondamente pensado a la moderna, los pentagramas de Mozart encontraron fácil acomodo.

Opera difícil

Pentagramas bien difíciles para todos, como lo es la solución teatral. Ya es sabido que Don Juan es una de las óperas más difíciles del repertorio. Haberla escogido para su presentación en Madrid ya revela la ambición de la Compañía Española y su propósito de tomarse las cosas muy en serio. Entre los nombres conocidos y cotizados debemos señalar a Angeles Chamorro y, Antonio Blancas, excelentes cantantes y músicos, y en lo teatral, expresivos dentro de una tónica de moderación y gravedad que presidió toda la representación. La Doña Elvira de la Chamorro y el Don Juan de Blancas merecieron los largos aplausos otorgados y los recibirían en cualquier teatro de no importa qué ciudad. Particular brillantez alcanzó la Doña Ana de Paloma Pérez Íñigo, por su arte y sus medios llenos de agilidad y frescura. Gran sorpresa constituyó la intervención de Alfonso Echevarría, creador de un «Leporello» tan bien cantado como hecho y si Julián Molina estuvo por debajo de su propia biografía, no dejó de acusar constantes aciertos de estilo. Un tanto separados de la tónica estilística general, la Zerlina, de la Guanarteme, que tan estimables medios posee, y el Masetto, de José Luis Alcalde, más sobrio pero un tanto opaco vocalmente. Entonado y justo el Comendador (Gregorio Poblador) y muy bien los coros, montados por José Perera. Benito Lauret llevó el peso musical de la obra con criterio de músico refinado y resultados efectivos francamente buenos. Con los ensayos que en este tipo de montajes hay que suponer no puede sacarse mejor partido.

En suma: jornada brillante, altamente positiva y demostración de que en la Zarzuela podemos tener nuestro «pequeño teatro de ópera» capaz de mantener el interés, dar ocasión a nuestros artistas y poner al alcance de todos una parcela de la historia cultural plena de significaciones como es la ópera. Me parece que empeños como el acometido en el teatro de la Zarzuela tienden a lograr una normalidad quizá más importantes que el suceso extraordinario, la aparición esporádica de los grandes nombres estelares, por más que esto también convenga.

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