Tribuna:

El aire total de Jorge Guillén

La obra total de Jorge Guillén está al alcance de las manos españolas sin recurrir a la truculenta escenografía propia de la compra-venta de marihuana o de drogas más peligrosas. Su lectura es una de las más ricas experiencias por las que un lector pueda pasar yendo desde la serenidad de Cántico hasta la angustia, unas veces contenida y otras desgarrada de Clamor y Guirnalda civil de la perfección exigida y lograda del canto lírico hasta la escasísima perfección del poema de protesta de los versos que denuncian y de los que satirizan.La figura octogenaria del poeta preside el act...

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La obra total de Jorge Guillén está al alcance de las manos españolas sin recurrir a la truculenta escenografía propia de la compra-venta de marihuana o de drogas más peligrosas. Su lectura es una de las más ricas experiencias por las que un lector pueda pasar yendo desde la serenidad de Cántico hasta la angustia, unas veces contenida y otras desgarrada de Clamor y Guirnalda civil de la perfección exigida y lograda del canto lírico hasta la escasísima perfección del poema de protesta de los versos que denuncian y de los que satirizan.La figura octogenaria del poeta preside el actual panorama literario español, situada en un fondo de campo abierto sin montajes propagandísticos a cuerpo limpio de obra y conducta erguida en el mejor aire nuestro.

En el armónico crecimiento de esa obra, cuya autenticidad resalta en el sorprendente dinamismo humano que encierra su prodigiosa unidad circular, hay una completa adecuación del hombre a la poesía de la poesía al hombre. Año tras año, avatar tras avatar, la belleza creada se ha apoyado siempre en una inquebrantable dignidad personal.

Es verdad que toda creación artística vive fuera de su autor, objetivada para siempre en la obra, pero no lo es menos que el conocimiento del autor es siempre un excelente hilo para guiarnos por cuanto de laberínticas tienen las grandes creaciones del hombre. Y se trata de autores vivientes correlación vida-obra adquiere significación más intensa, porque son pocos los lectores que no exigen, o al menos les gusta, que el hombre esté a la misma altura que el artista. Tales exigencias o deseos están más justificados en épocas y países tan conflictivos como estos tiempo y espacio nuestros, el aquí y el ahora de los españoles.

No nos basta la admiración por la obra, pues de ella pasamos a juzgar a la persona, -ejerciendo un derecho irrenunciable, pero con frecuencia burlado e impedido- porque deseamos referir a ella nuestra admiración por la obra, esperando que sea digna de sustentarla. Es tina inclinación natural, a la vez que un derecho, porque los hombres públicos -políticos, artistas, etc,- han de pagar por su fama el precio de renunciar al secreto normal de las vidas privadas. Por lo menos en cuanto a la inevitabilidad de que toda su conducta sea juzgada.

No se trata de una intromisión de la ética en la estética -por lo que se refiere a los artistas-, sino de una legítima aproximación, porque ambas viven mejor citando se hermanan. (Bien lo recordó el poeta y catedrático José María Valverde en ocasión de su protesta contra la destitución arbitraria de Sus colegas Aranguren, García Calvo y Tierno... historia que pareciendo vieja está a menos de medio contar).

El hecho es que ética y estética han sido inseparables en la obra total y en la ya larga vida del poeta de Cántico y de Clamor. Así han estado durante años en que la corrupción fue el caldo de cultivo donde la vida española se coció a fuego lento. Un bien elaborado silencio, o más bien, un perfectamente montado ruido, impedía que obras y vidas como las de don Jorge estuvieran presentes; era necesario silenciarlas, porque podrían servir de contraste denunciador de la regular vividura española. Para ello se alzaban las cortinas de humo propagandístico con la arrogante creencia de que podrían pasar siempre por aire puro, en cotidiano insulto a la mentalidad española.

En cuanto los aires clarificadores han llegado, y por muy débil que su soplo sea todavía, las personalidades silenciadas pasan a la primera atención del público. Pocas lo merecen tanto como nuestro poeta, con la doble fuerza de su ancianidad lúcida y respetable (bien claro está que no todas lo son) y los nobles réditos de una creación de altísima calidad estética, universalmente estimada, en la que no hubo ni vacilaciones de cobardía, ni concesiones de mendicante facilidad o halago, ni convencionalismos ni cambalaches. Tampoco hubo en sus más desgarradas e iracundas protestas, o en sus más, ni demagogia. ni resentimientos menguados, ni arbitrariedad.

Por eso mismo, ahora, cuando las viejas estufas, los vigilados autoclaves del inmenso laboratorio nacional empiezan a ser cachivaches inutilizado, por la irreversible dialéctica de tiempo, asombra ver la desenvoltura con que individuos, que se somorgujaron muy gustosamente en tan espesos caldos sacan fuera la cabeza. escupen con furia teatral a cuanto fue su aceptado, y no mal ordenado, habitat, y tratan de emparejarse con quien se mantuvo tan dignamente fuera del mercado de las grandes y pequeñas prebendas. No sólo emparejarse. sino echarse a correr por vaya usted a saber qué atajos para ponerse unos pasos por delante.

Oportunismo

Uno de los versos más ejemplares de toda nuestra gran poesía, aquel de la Epistola moral a Fabio. Iguala con la vida el pensamiento, es susceptible de una cínica trampa: iguala con tu vida el pensamiento. Dicho así no con voluntad de inmutabilidad sino de flexibilidad oportunista, el verso clásico ha sido y está siendo norma de muchos españoles, cuya vocación -arte, política. literatura, docencia- es ser hombres públicos. La variante es un claro tiemplo de relativismo moral y a ella parecen acogerse muchos ilustres -unos que lo son y otros que aparentan serlo- españoles, aunque cada vez va a ser más difícil vivir de apariencias a medida que la verdad vava recuperando su condición de sustantividad.

Sería facil seguir intentando dar gato por liebre en la condimentación de las conductas públicas (trueque habitual entre nosotros y cuya eficacia no reside tanto en su capacidad engañadora como en la capital coacción que impide denunciarlo y aun rechazarlo) a no ser por la existencia de grandes hombres que mantienen su vida y su obra en la línea de la honradez. No de la santidad o el heroísmo, sino estrictamente de la honradez. Tales conductas acabaron haciéndose raras entre nosotros, porque la corrupción ha afectado a todos los niveles de nuestra vida pública y, consecuentemente, a los de la vida privada, raras sí, pero ya han dejado de ser islotes borrados de los mapas, mantenidos fuera del contexto histórico, y, vuelven a ser cimas humanas que ayudan a calibrar la altura real de los demás.

Que esto tenga que suceder así es lo que los hace incómodos e irritantes para quienes irguieron siempre su cabeza el milímetro que justamente les permitía destacar entre gentes obligadas a caminar en cuclillas, grotesco ejercicio circense notablemente extendido.

Jorge Guillén es una de esas islas silenciadas en nuestra vida literaria oficial. No se es menos isla por formar parte de un archipiélago, nuestro poeta no es caso único. ni en su obra, ni en su vida. Pero son muy pocos los que pueden medirse con él. Quienes pretendan hacerlo -como han pretendido valorado tantos favores oficiales y oficiosos a los que Guillén renunció- tendrán que acabar por darse cuenta de que hay bollos que sólo podían cocerse en hornos muy expresamente condicionados que se han ido quedando ya sin fuego, aunque conserven sus miajas de rescoldo.

Bastará hurgar un poco en las cenizas para mostrar que el horno no está ya, o va dejando progresivamente de estar, para ciertos bollos.

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