Crítica:

Los cuentos de Cortázar

Cortázar, antes de ser el autor de Rayela, la novela que le dio a conocer a millones de lectores, era autor de varios libros de cuentos. La novela sirvió para descubrir al cuentista y su valor como tal no desmerece del que el relato largo había revelado. No son obras menores, preparación para obra de más aliento, sino piezas importantes pertenecientes a un género más preciso y exigente que la novela. Aún más, forman con ella un mismo mundo y una misma expresion de ese mundo.Él mismo ha reunido sus libros de cuentos -de Bestiario a Octae- y los textos que se pueden considerar como...

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Cortázar, antes de ser el autor de Rayela, la novela que le dio a conocer a millones de lectores, era autor de varios libros de cuentos. La novela sirvió para descubrir al cuentista y su valor como tal no desmerece del que el relato largo había revelado. No son obras menores, preparación para obra de más aliento, sino piezas importantes pertenecientes a un género más preciso y exigente que la novela. Aún más, forman con ella un mismo mundo y una misma expresion de ese mundo.Él mismo ha reunido sus libros de cuentos -de Bestiario a Octae- y los textos que se pueden considerar como tales en Ultimo round, y les ha dado una ordenación y distribución nueva, haciendo desaparecer su orden cronológico para obedecer a otro más vital y secreto.

Los relatos

I RitosJulio Cortázar Alianza Editorial. Libro de Bolsillo, 615 Madrid, 1976

En todos ellos, el atractivo y lo sorprendente surgen de una constante manifestación de dos realidades: una, la que tenemos por tal y de puro cotidiana no nos preocupa, y otra, que se aparta de la razón y que muchas veces preferimos no mirar. Los hombres y mujeres de los cuentos de Cortázar -de los primeros cuentos, sobre todo- realizan hechos insólitos o viven situaciones extremadamente absurdas. Un hombre que vomita conejitos, un feroz tigre que pasea por las habitaciones de una casa, muertos que circulan tranquilamente entre los vivos... Fantasías, en todo caso, que Cortázar nos invita a tomar por realidad. Si lo hacemos, todo lo demás vendrá por añadidura. No es otro el procedimiento que convirtió en asqueroso y desamparado insecto al Gregorio Samsa de La metamorfosis. La aceptación de una hipótesis absurda es un buen método para iluminar la grisura de la realidad.

Pensamos en ruptura con normas establecidas, en brusca interrupción de lo cotidiano. Introduciendo lo que la razón nos prohíbe, el cuento se carga de fantasía, de atrayente ambigüedad y, al fin, de una realidad «más real». La angustia del hombre de hoy, la insolidaridad, la soledad en un mundo de colectividades surgen de estos cuentos si aceptamos entregarnos al juego que nos propone Cortázar.

Juego. Eso es. Así ha titulado a este grupo de cuentos, seccionados del conjunto de su obra. Un juego que es algo muy serio y trata de buscar la esencia del hombre. Volver a dar al juego el papel que tuvo en sus orígenes cuando se institucionalizaba en el rito (así llama Cortázar al segundo grupo de sus cuentos) y trataba de mostrar al hombre los caminos ocultos que siempre ha buscado.

En este juego o en esta busca de camino, el guía o la clave no es la razón. Hay que buscar, precisamente aquello que la razón no es capaz de iluminar. La actitud del escritor no es ya la del afanoso captador de la naturaleza o lo inmediato en su presencia visible. Sustituye, ha dicho él mismo, la fórmula por el ensalmo, la descripción por la visión, la ciencia por la magia.

Así son, mágicos, visionarios, estos cuentos de Julio Cortázar, capaces de mostrar lo que nuestra realidad es, desde la alucinación o la incomprensible anécdota que escapa a un mundo, al qué viene a dar nueva luz.

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