Rafael Cobos recupera el cine ‘quinqui’: “En el extrarradio, en la marginalidad, en los desamparados, también hay poesía”
El hasta ahora guionista de las películas de Alberto Rodríguez se estrena como director con ‘Golpes’, protagonizada por Luis Tosar y Jesús Carroza
Un golpe puede ser un atraco. La oportunidad, una vez conseguido el botín, de retirarse a un destino paradisiaco donde empezar una nueva vida. Pero puede ser también un impacto violento de un cuerpo contra otro, un movimiento brusco, una desgracia que sucede de pronto… Y un latido del corazón. Golpe a golpe, verso a verso, escribió Antonio Machado. De esta poética polisemia se ha servido ...
Un golpe puede ser un atraco. La oportunidad, una vez conseguido el botín, de retirarse a un destino paradisiaco donde empezar una nueva vida. Pero puede ser también un impacto violento de un cuerpo contra otro, un movimiento brusco, una desgracia que sucede de pronto… Y un latido del corazón. Golpe a golpe, verso a verso, escribió Antonio Machado. De esta poética polisemia se ha servido Rafael Cobos (Sevilla, 52 años) para firmar su primera película como director, Golpes (ya había dirigido, como primera experiencia detrás de la cámara, la miniserie El hijo zurdo en 2023), que llega a los cines de toda España este viernes.
La trayectoria profesional del propio Cobos contiene también cierta polisemia, célebre por su fecunda colaboración con el cineasta Alberto Rodríguez como coguionista en todas sus películas y series hasta la fecha. Porque Cobos es escritor, que quiere decir guionista, pero también quiere decir narrador, y también quiere decir poeta. Coguioniza otro escritor, Fernando Navarro. Todo esto está y cristaliza en Golpes, aparentemente un thriller de alto voltaje que mira al cine quinqui de los años 80, con sus dosis de adrenalina, atracos a sucursales bancarias y heroína; pero que contiene muchos otros géneros: el principal es el drama generacional de un país en plena transformación tras la salida de la Dictadura, una reivindicación de nuestra memoria histórica y un relato fraternal que, de pura emoción, acaba dejando desarmado al espectador.
Apenas dos semanas después de estrenar en Movistar+ la serie de Alberto Rodríguez Anatomía de un instante —donde vuelve a firmar el guion—, basada en la novela homónima de Javier Cercas y que recrea los acontecimientos en torno al intento de golpe —otra acepción más de la misma palabra— de Estado de Tejero en 1981, Rafael Cobos presenta su primera película en un mismo ambiente, los mismos años, la misma esperanza de cambio: “Es una época sobre la que yo he caminado mucho, digamos desde mediados de los 70 hasta finales de los 80. Es un momento sociopolítico y económico que nos determina y que nos ha hecho ser como somos como país. También confieso que me fascina la época, esos meses justo entre el Mundial de fútbol de 1982 y la primera victoria de un partido de izquierdas en unas elecciones democráticas. Por primera vez íbamos a tener un gobierno de apertura, marcadamente progresista, que iba a consolidar la transformación y la constitución de un país mirando y recuperando su pasado”, explica Cobos a EL PAÍS en una entrevista para la que nos desplazamos a la Sevilla de extrarradio que ya es marca de la casa como escenario de rodaje de la mayoría de las películas que ha escrito.
Y es que Rafael Cobos abandona en Golpes las moquetas y despachos de Anatomía de un instante para regresar en aquellos mismos años a la sociología del barrio y de la periferia, a la dignificación de los desheredados y excluidos del sistema que han estado siempre en su imaginario, sobrevolando unas veces, y de manera muy patente otras, sus películas anteriores. “Siempre me había apetecido acercarme al cine quinqui, y de modo directo lo había hecho en 7 vírgenes y algo en Grupo 7, cuyos protagonistas son periféricos, son personajes marginales, con vidas que son consecuencia del sistema. Hay un determinismo social en ese cine quinqui, lo que pasa es que fue tan inmediato, tan directo, tan frontal, que no permitió espacio para la reflexión. Pero 40 años después, me apetecía volver sobre él, aunque quería hacerlo de otra forma, no copiar, no emular, no ser continuista, sino darle una mirada más actual con ese mismo corazón: darle espacio a la reflexión, pero sobre todo, una cosa que tenía muy clara es que había poesía: en el extrarradio, en la marginalidad, en los desamparados, en los excluidos del sistema, también hay poesía. Quería que fuera una película reflexiva pero también lírica. Y que eso la diferenciara del cine quinqui”, reflexiona Cobos.
El resultado es así “un drama emocional”, describe él mismo, en el que dos hermanos separados de pequeños tras el fusilamiento de su padre en plena Guerra Civil, y que 40 años después continúa sin ser enterrado dignamente, representan la metáfora de las dos Españas durante la Transición: “La que no quiere mirar hacia atrás y está instalada en el status quo de forma inamovible; y la que quiere a toda costa, caiga quien caiga, y perdiendo lo que sea, que se restaure esa memoria. Y para ello generaba una poesía fantástica que fueran un policía y un ladrón, el representante del sistema y el excluido del sistema”.
Al madero, como se denominaba en el argot quinqui a la Policía Nacional, lo interpreta el actor Luis Tosar; mientras que el sevillano Jesús Carroza es el atracador que no tiene nada que perder y quiere dar el gran golpe para poder comprar el terreno bajo el que cree que está sepultado el cuerpo de su padre. Es curioso cómo Cobos además, en esa poética, presenta la paradoja de que el policía es un hombre perdido mientras el quinqui, sin embargo, tiene un horizonte, un objetivo claro en la dignificación de la memoria del padre. “Esto ha funcionado porque Jesús Carroza es verdad pura, es un actor de una intuición sobrenatural; y lo he podido colocar al lado de un animal escénico como es Luis, que todo lo hace bien”, reconoce el cineasta. La réplica femenina la da la debutante Teresa Garzón, cantante y bailarina además de actriz, que eleva y termina de moldear la credibilidad de la historia.
La película se sostiene así en ese difícil equilibrio entre el cine comercial y la película de autor, como una capa más del hojaldre que cruje en Golpes: “Yo necesitaba la capa entretenida, que para mí es importante, la de cine lúdico, cine de atraco, de acción, que me parece que hace que la película cabalgue; y combinarla con la capa más soterrada que tiene que ver con lo emocional y con político”. De este modo se da por estrenado Rafael Cobos en la dirección del largometraje, aunque más bien parezca Golpes una película de fin de ciclo y no una de debut, por cuanto condensa todo el imaginario creativo que ha ido desgranando a lo largo de sus dos décadas de trabajo en el cine.
“Estoy de acuerdo en que hay algo crepuscular, todas mis preocupaciones, todas mis faltas de certeza y mis complejidades que estaban repartidas a largo de seis, siete u ocho películas con Alberto, al final se concentran aquí. Era el momento de probablemente de despedirme de ellas, como morir para renacer, como la primera muerte del héroe, que resucita siendo otro, pues igual. Es mi primera muerte”.