Paco León se pierde por el camino de baldosas amarillas en su Mago de Oz ibérico y ‘queer’
El director es capaz de lo mejor y lo peor en su revisión de uno de los grandes iconos del cine
Una de las ideas más poderosas de Rainbow, la película de Paco León inspirada en El mago de Oz, es la de Dora, su protagonista, atravesando un campo amarillo manchego, tan parecido en sus 360 grados de horizonte al del medio oeste americano, desafiando su soledad generacional como una quijote multicolor. Es esa Dora de la Mancha la que impuls...
Una de las ideas más poderosas de Rainbow, la película de Paco León inspirada en El mago de Oz, es la de Dora, su protagonista, atravesando un campo amarillo manchego, tan parecido en sus 360 grados de horizonte al del medio oeste americano, desafiando su soledad generacional como una quijote multicolor. Es esa Dora de la Mancha la que impulsa un filme desequilibrado pero a la vez muy fértil, capaz de lo mejor y de lo peor. El célebre camino de baldosas amarillas imaginado por un director osado y audaz entre los molinos de viento de una juventud que reivindica su lugar, multicultural y fluido, en el mundo.
Rainbow, presentada antes de su estreno el 23 de septiembre y luego en Netflix en las sesiones del Velódromo de Anoeta, las más populares del festival de San Sebastián, es la historia de una adolescente que, siempre acompañada de su perro Totó, se embarca en una road movie tan iniciática como alucinógena. Dora, personaje, y Dora Postigo, cantante y ahora sorprendente actriz, se funden en un camino de aventuras en el que lo ibérico y lo queer conforman un mundo imaginario rico en sonidos e ideas visuales que, por desgracia, acaba desembocando en una disparatada fiesta final plagada de innecesarios guiños fashion y cameos cuya supuesta catarsis no está a la altura de lo que se propone este ambicioso filme. Esa chapuza final resultaría imperdonable si no fuese por el bonito epílogo que cierra el filme.
Dora emprende su huida el día de su cumpleaños, en busca de la madre que nunca conoció y después de pelearse con el bueno de su padre (Hovik Keuchkerian). Aquí la ciudad de Oz es la Ciudad Capital, un lugar con ecos del neoliberalismo rampante que nos somete. Atrás queda un camino mesetario de carreteras secundarias en las que el personaje de Dora se cruza con tres tipos tan averiados como ella. El rapero granadino Ayax Pedrosa encarna a un descerebrado que alguien mantiene encadenado en un desguace de carretera; el actor Luis Bermejo, que está maravilloso, es un hombre de corbata que antes de suicidarse descubre, a lo Bartlebly, que preferiría no hacerlo y el diseñador y músico nigeriano Wekaforé Jibrily da vida a un africano queer cuya loca excentricidad lo margina de los suyos. Cuatro outsiders que en busca del sentido de la vida, o algún sentido sin más, descubren los placeres de los viajes físicos y… químicos. Las brujas, la buena y la mala, serán las, por momentos sembradas, Carmen Machi (la buena) y Carmen Maura (la mala).
El Mago de Oz es uno de los grandes fetiches de la historia del cine y del arte, un icono de la cultura popular que nació el primer año del siglo XX con el libro infantil de L. Frank Baum, siguió con la obra de teatro de Broadway de 1903 y se disparó a la eternidad con la incomparable película musical que firmó Victor Fleming en 1939, aunque su legado e imaginario se debe también a George Cukor, King Vidor, Richard Thorpe y, como no, a su actriz principal, Judy Garland, quien con su Over the rainbow se convirtió en bandera LGTBI.
El verdadero éxito del filme no llegó hasta los años sesenta, cuando una generación desencantada descubrió en ella el reflejo de un viaje alucinógeno cuya metáfora destilaba el desencanto de un mundo que se enfrentaba a la gran farsa del llamado sueño americano. El Mago de Oz siempre fue una película infantil profundamente ácrata y política.
Con su habitual perspicacia, el director de Carmina o revienta, Kiki, el amor se hace o la serie Arde Madrid, ha concebido Rainbow en un momento histórico que vive incertidumbres que pueden recordar a las rodearon a la película de 1939, rodada cuando la amenaza de la Segunda Guerra Mundial se cernía sobre la recuperación de la Gran Depresión. Este mundo de hoy, nacido del descalabro financiero de 2008, también se precipita a lo desconocido.
Ha habido otros Oz, de dibujos animados, o incluso el de blaxploitation que dirigió Sidney Lumet en 1978 con Diana Ross en la piel de Dorothy y con un debutante ¡Michael Jackson! en el papel de espantapájaros. Paco León, y eso es un mérito, se ha atrevido con una leyenda y lo ha hecho a su manera, con esa capacidad de arrastre que posee un director desbocado cuyo innegable talento está en una película irregular y en gran medida fallida pero con el valor de querer mirar al futuro.