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Juan Uslé recrea el viaje artístico de su vida a través del Atlántico

El pintor abstracto, una de las figuras más internacionales del arte contemporáneo español, protagoniza una retrospectiva de cuarenta años de trayectoria en el Reina Sofía

Hay recuerdos infantiles que atraviesan toda una vida y, en el caso de Juan Uslé (Santander, 71 años), también toda una obra. A los seis años, el pintor supo por el revuelo que causó entre sus vecinos y, más tarde, por las fotografías que se publicaron en prensa, que un buque se había hundido en las costas de Langre (Cantabria), muy cerca de su casa. Más de 25 años después, recién instalado en su estudio de Nueva York en 1986 gracias a una beca Fulbright, el pintor inauguró...

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Hay recuerdos infantiles que atraviesan toda una vida y, en el caso de Juan Uslé (Santander, 71 años), también toda una obra. A los seis años, el pintor supo por el revuelo que causó entre sus vecinos y, más tarde, por las fotografías que se publicaron en prensa, que un buque se había hundido en las costas de Langre (Cantabria), muy cerca de su casa. Más de 25 años después, recién instalado en su estudio de Nueva York en 1986 gracias a una beca Fulbright, el pintor inauguró una nueva etapa de su vida en América —el mismo lugar desde donde en su día había zarpado el naufragado Elorrio— recreando aquel episodio de su niñez. Sin embargo, en aquella pintura de gran formato titulada 1960, el barco ya no estaba sumergido en las aguas, sino que se sostenía en la seguridad de un islote encima del mar.

A partir de esa obra, y terminando nuevamente en ese punto, la retrospectiva Juan Uslé. Ese barco en la montaña (desde el 26 de noviembre de 2025 hasta el 20 de abril de 2026), en el museo Reina Sofía de Madrid, propone un recorrido temporalmente cronológico y espacialmente circular de los 40 años de trayectoria del pintor, una de las figuras más internacionales del arte contemporáneo español. De aquella Nueva York que, desde el momento en que la pisó por primera vez, sintió como “su casa”, un lugar en el que “ya había vivido antes”, hasta el pueblo de Saro en Cantabria, su casa primigenia y donde se ubica su segundo estudio, el pintor ha repetido una y otra vez a lo largo de su vida el mismo viaje transatlántico del Elorrio. De uno y otro lado ha bebido, se ha inspirado y ha creado: desde el corazón del mundo cultural al rincón más apartado posible de todo aquel barullo.

La muestra —“pequeña”, para el pintor— ocupa 11 salas de la primera planta del edificio Nouvel, donde a partir de ahora se alojarán las exposiciones temporales, dejando las plantas superiores para la colección permanente. Esta reordenación de los espacios y la propia colección forma parte del proyecto museístico del director de Reina Sofía, Manuel Segade, que también busca ampliar la visibilidad del arte contemporáneo español. Comisariada por Ángel Calvo Ulloa, perteneciente a una generación más joven que la de Uslé, esta panorámica de un centenar de obras busca ofrecer una relectura del trabajo del pintor desde el punto de vista del presente. Se trata, además, de una suerte de exposición de exposiciones, en la que las muestras históricas del artista en instituciones y galerías conforman la arquitectura del paseo concéntrico, en cuya almendra se sitúa la obra fotográfica de Uslé, donde se vislumbra, como dijo Calvo Ulloa en la presentación a los medios, “una manera muy particular de entender el medio y de entender el mundo”.

A pesar de ser un pintor puro —un oficio con el que, dijo el artista, presente en la rueda de prensa, ha “dado forma” a su vida y por el que siente un poderoso “compromiso”—, la imagen fotográfica y en movimiento ejerce un papel decisivo en su perspectiva artística. Inserta en su mirada desde aquellas instantáneas del Elorrio yéndose a pique, la fotografía le sirve a Uslé como medio para pensar la pintura. De esa inquietud sensorial e intelectual surge la Línea Dolca (2008-2018), una serie de 170 fotografías que no representan las imágenes que plasma en sus lienzos, sino su manera de acercarse a la realidad. Desde una vieja fotografía donde el niño Uslé sujeta una tableta de chocolate Dolca hasta retratos distraídos, reflejos en ventanas y paisajes de toda índole, estas instantáneas, colocadas a modo de friso por la estancia, acercan al espectador al contexto que rodea al artista y que forja su universo interior, una de las ideas claves del concepto expositivo de Calvo Ulloa: vincular la vida y la obra del pintor.

Desde ese centro fotográfico, la muestra —la segunda que el Reina Sofía le dedica al artista cántabro tras Open Rooms en 2003, en el Palacio de Velázquez— irradia espacios ocupados por las series pictóricas de Uslé, denominadas familias, que se expanden a lo largo de su trayectoria. En vez de dedicar las salas a familias, el comisario ha optado por mezclarlas en estancias repartidas en diferentes periodos que vienen a demostrar una de las máximas del pintor: “No quedarse en la zona de confort del estilo”. “Yo me comprometo con lo que he podido disfrutar, que es la pintura”, agregó el artista, ataviado con un sombrero gris y coloridas zapatillas deportivas. “Pero también me comprometo con la palabra: por eso pongo títulos a mis obras, que son historias, o chistes, siempre algo que es el resultado de una vivencia en el proceso de creación de una pintura”.

De lo vivido a lo soñado, de lo orgánico a lo geométrico y de lo emocional a lo intelectual, el recorrido va mostrando las formas mutantes con las que Uslé aborda la abstracción, el lenguaje que cultiva y que volvió a ocupar un lugar destacado en la creación contemporánea a partir de la década de los ochenta. Son paradigmáticas familias como Soñé que revelabas, comenzada materialmente en 1997, aunque concebida tiempo atrás, y pintada en el silencio de las noches neoyorquinas siguiendo la “música de fondo” de los latidos de su corazón. Una sala está dedicada a la participación de Uslé en la Documenta IX de Kassel, en 1992, un hito en su carrera que lo encumbró críticamente y alentó a galerías de todo el mundo a cortejarle. “Aquello me sobreexcitó y me llevó a intentar esconderme”, recordaba él entre risas.

No se olvidó Uslé de mencionar a su pareja y su hija, las también artistas Victoria Civera y Vicky Uslé, así como a sus “pocholos” (sus nietos) como estímulos fundamentales de su fructífera carrera en la vida y el arte. Con Civera desembarcó en aquella Nueva York de los ochenta que por primera vez les permitió llamarse a sí mismos pintores, y con ella vivió “como francotiradores” la Movida madrileña en la que “las hordas que iban a tus openings te desbordaban”. De ese joven un tanto “desorientado” que a un tiempo disfrutó de “la aventura” y experimentó el “desarraigo”, alguien que fue creciendo personal y profesionalmente “sobre la marcha”, hoy queda “menos músculo, aunque más ambición”, como aseguró. “Lo que sigue presente es el hambre”, resumió. “Sigo teniendo esa inercia, la que se mueve por un motor llamado deseo”.

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