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El arte ibérico malvendido a Francia se rencuentra después de un siglo en el Museo Arqueológico Nacional

El Louvre cede hasta mayo 10 obras magníficas que completan conjuntos escultóricos españoles de entre los siglos VI y I a. C.

En 1907, Géry Piéret, secretario del afamado poeta y dramaturgo francés Guillaume Apollinaire, se adentró en el Museo del Louvre y robó una enigmática y pequeña cabeza de piedra arenisca que se exponía en uno de los anaqueles de la Sala Ibérica de la institución museística. Se la regaló a Pablo Picasso, que tomó aquella figura como modelo de algunas de sus geniales obras, como Las señoritas de Aviñón. Lo que al pintor malagueño le fascinó enseguida fueron las grandes orejas del rostro, el óvalo de la cara, los párpados marcados o los cabellos esculpidos en grandes mechones. Picasso, quizás arrepentido, la devolvió al Louvre en 1911. Hoy martes, se ha inaugurado en Museo Arqueológico Nacional (MAN), en Madrid, la exposición Diálogos de la Escultura Ibérica,que reúne 10 de las magníficas piezas que el Louvre atesora del arte ibérico desde hace más de cien años con sus hermanas españolas. La muestra se mantendrá abierta hasta el 10 de mayo.

Pero, ¿como llegó la citada cabeza ibérica desde el Cerro de los Santos, en Albacete, al centro de París? La historia comienza a finales del siglo XIX, entre los años 1891 y 1903, cuando el horizonte arqueológico nacional se asemeja bastante al Lejano Oeste. Numerosos especialistas franceses, alemanes y belgas (Pierre Paris, Hugo Obermaier, los hermanos Siret o el abad Henri Breuil) llegan a España y comienzan a excavar los sitos donde los lugareños, o las propias autoridades, aseguran haber encontrado piezas antiguas (esculturas, monedas, armas o broches). Sin una legislación nacional de protección del patrimonio, los arqueólogos ―previo pago acordado con los dueños de los terrenos o de las autoridades― trasladan los objetos a París, Berlín o Bruselas. Entre ellos, la Dama de Elche. Se trataba en su mayor parte de piezas del arte ibérico y argárico, objetos únicos que no existían en ninguna otra parte del mundo.

Así, solo del arte ibérico, el Museo del Louvre recibió 150 piezas. Con la invasión de Francia por la Alemania nazi, el Gobierno del general Franco llegó a un acuerdo con el lugarteniente de Hitler, Henrich Himmler (según el programa de la exposición fue un acuerdo entre los Gobiernos de España y el títere de Petain) por el que 36 de esas obras ibéricas y otras de distintos periodos regresarían a España. El 21 de diciembre de 1940, llegan las 36 piezas ibéricas. En febrero de 1941, se exponen por primera vez en el Museo del Prado. En 1943, llega por vía férrea el resto de obras que España reclamaba, entre ellas el Tesoro de Guarrazar; es decir, la mayor parte de las coronas votivas de los reyes visigodos, actualmente en el MAN.

La exposición ―comisariada por las arqueólogas Hélène le Maux, Alicia Rodero e Isabel Izquierdo― está perfectamente señalizada para distinguir las piezas españolas de las francesas, algo que ha sido necesario porque fueron extraídas de los mismos yacimientos y algunas son gemelas.

Fueron precisamente los franceses Arthur Engel y Pierre Paris los primeros en darse cuenta en el siglo XIX de la existencia de una cultura hasta entonces completamente desconocida, la ibérica. Las piezas que se encontraban hasta ese momento en el centro y levante español eran adscritas indistintamente al arte fenicio, al cartaginés o, incluso, al visigodo. Los dos expertos franceses quedaron admirados por la belleza de los hallazgos, que incluían esfinges, seres híbridos o leones con cabezas de mujer. Así fueron comprando legalmente esculturas emblemáticas del Llano de la Consolación (Montealegre del Castillo, Albacete), el Cerro de los Santos u Osuna (Sevilla).

Cuando las autoridades españolas se dieron cuenta del desastre, intentaron reaccionar. Pero ya era demasiado tarde. Si bien la Ley de Excavaciones se firmó en 1911, la Ley de Patrimonio no se rubricará hasta 1933. Y eso que la Constitución de 1931, en su artículo 45, señalaba: “Toda riqueza artística del país, sea quien fuere el dueño, constituye el Tesoro Cultural de la Nación, y estará bajo la salvaguarda del Estado. El Estado protegerá también los lugares notables por su belleza natural o por reconocido valor artístico o histórico”.

Ahora el Museo del Louvre, con la financiación de la Fundación Ibercaja y el apoyo del Ministerio de Cultura, trae a Madrid una magnífica exposición de lo que las autoridades del momento no supieron proteger hace más de un siglo.

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