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Así descubrí la identidad de la mujer de una de las imágenes icónicas de la Guerra Civil, tomada por la fotógrafa Kati Horna

La joven Francisca Fernández Quesada es quien amamanta a un bebé en una conocida fotografía en la localidad almeriense de Veléz Rubio en agosto de 1937

Este verano, sumergida en la elaboración de un catálogo detallado de la obra de la fotógrafa húngara Kati Horna (Budapest, 1912-Ciudad de México, 2000), reflexionaba sobre la importancia de dar nombre a los rostros anónimos en las imágenes de la Guerra Civil. Identificar a quie...

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Este verano, sumergida en la elaboración de un catálogo detallado de la obra de la fotógrafa húngara Kati Horna (Budapest, 1912-Ciudad de México, 2000), reflexionaba sobre la importancia de dar nombre a los rostros anónimos en las imágenes de la Guerra Civil. Identificar a quienes aparecen en estas fotografías no es solo un acto de memoria, pensaba, es también hacer historia. Supone resignificar la fotografía, amplificarla, dotarla del peso documental que da vida a la imagen.

Casualmente, esa tarde, recibí un mensaje inesperado que daría nombre a uno de los retratos más emblemáticos en la obra de Kati Horna. “Esa mujer es mi tía Francisca”, me escribió Cristóbal Fernández Monteagudo (Alhama de Granada, 1956). De ese modo, Cristóbal me revelaba la identidad de uno de los rostros más icónicos de la retaguardia republicana. Francisca Fernández Quesada, la mujer que amamanta a un bebé en la célebre fotografía tomada por Kati Horna en la Casa de Maternidad de Vélez Rubio (Almería), en el verano de 1937, recuperaba por fin su nombre. Como puede prever el lector, la monotonía que a veces nos sacude a los y las historiadoras se transformó de inmediato en una pulsión vital y en una larga llamada telefónica entre Ámsterdam y Barcelona.

Francisca Fernández Quesada, Frasquita para los suyos, había nacido en una familia campesina de siete hermanos y vivía en Alhama de Granada. Hija de Cristóbal Fernández Miranda y Josefa Quesada Cabello, se casó con Miguel Jiménez Guerra, un campesino anarquista de Alhama. En 1937, durante la Guerra Civil, la familia huyó de Granada en coincidencia con la Desbandá —la matanza de civiles que escapaban de Málaga de las bombas de las tropas sublevadas— y logró llegar a Almería, donde encontró acogida en la Casa de la Maternidad de Vélez Rubio.

“Esta es una historia que he ido reconstruyendo a partir de los relatos de mis tías Encarna y Juanita, hermanas de Francisca. Ellas me contaron que mi abuelo, también llamado Cristóbal, trabajó como ayudante de cocinero en la Casa de la Maternidad de Vélez Rubio. Fue Juanita, que vivió la guerra en el bando nacional, quien me mostró la fotografía de su hermana, publicada en la revista Umbral en 1937. La conservaba como oro en paño”.

Cristóbal comparte su historia conmigo por teléfono y me confiesa que lo único que desea es devolverle su nombre a su tía, una tarea de años, solitaria, en la que ha contado con el apoyo y la compañía de Salvador Rodés y Didac Salou, del Sindicat de la Imatge UPIFC de Barcelona.

El encuentro entre Francisca y Kati Horna tuvo lugar en agosto de 1937. Horna, con apenas 24 años, había llegado a España en enero de ese año, para trabajar como fotógrafa de la CNT. Durante sus primeros meses en Barcelona, tomó fotografías en la ciudad, viajó al frente de Aragón y se encargó de crear la Spanish Photo Agency, destinada a comercializar y dar salida a las fotografías producidas en la oficina anarquista. Sin embargo, el curso de la guerra avanzó con rapidez y, tras los sucesos de mayo de 1937 y el cierre de la agencia, Horna se trasladó a Valencia para trabajar en la revista gráfica anarquista Umbral.

Fue en agosto cuando Horna viajó a Vélez Rubio, acompañada de la escritora y anarquista madrileña Lucía Sánchez Saornil (1895-1970), una de las fundadoras del colectivo Mujeres Libres y colaboradora de la revista homónima. Juntas debían documentar la campaña impulsada por Federica Montseny (1905-1994) como ministra de Sanidad y Asistencia Social. La Casa de la Maternidad, instalada en el antiguo convento de María Inmaculada, ofrecía refugio y atención a madres e hijos evacuados de Madrid. Conviene recordar que el Madrid del ¡No pasarán! resistía desde el inicio de la guerra a los bombardeos franquistas en su intento de tomar la ciudad, lo que provocó que el Gobierno republicano se trasladara a Valencia. Durante su visita, Sánchez Saornil tomó nota de sus conversaciones con el doctor Carreras, responsable del centro, y Horna retrató a las mujeres y a los bebés, en fotografías que más tarde ilustraron el artículo La maternidad bajo el signo de la revolución, publicado en el número 12 de Umbral.

En un negativo de su habitual cámara, una Rolleiflex, Horna inmortalizó a Francisca amamantando a un bebé, acompañada por cuatro mujeres, dos de las cuales sostienen un bebé en sus brazos. Tres de ellas, incluyendo a Francisca, miran atentas a algo que ocurre fuera de encuadre, dotando a la imagen de un halo de misterio habitual en la obra de Horna. Cristóbal cree reconocer también a la madre de Francisca, Josefa, a la derecha en la imagen. En esta ocasión, la identificación no está exenta de dudas.

“El bebé al que está amamantando puede que no fuera su hijo. Puede que acabara de perder uno. Ella tuvo siete niños y ninguno sobrevivió a la infancia”, me explica Cristóbal. Lo cierto es que el delantal que lleva puesto sobre su vestido podría indicarnos que Francisca trabajara como matrona en el centro. A diferencia del resto de mujeres de la serie, compuesta por siete negativos conservados en el archivo de Kati Horna en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, Francisca es la única que lleva este atuendo. También es cierto que el uso del delantal podría estar relacionado con las labores de la cocina, donde trabajaba su padre, Cristóbal.

La redacción gráfica de Umbral, también a cargo de Horna, manipuló la fotografía, dejando a Francisca y al bebé en un recorte que, junto con el resto de imágenes, ilustraron el artículo. Curiosamente, la copia de época que en 2020 pasó a formar parte de la colección permanente del Museo Reina Sofía se presenta también recortada, aunque en este caso se respeta la figura que, según Cristóbal, podría ser la madre de Francisca, así como a los dos bebés.

Francisca Fernández y Kati Horna sobrevivieron a la guerra; también la fotografía y el negativo que hoy las permite dialogar de nuevo. Tras sobrevivir a la ofensiva de la Navidad de 1937 en el frente de Teruel, Horna regresó a Barcelona en enero de 1938 y continuó trabajando en la revista Umbral. Tras conocer la noticia de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, estando en París junto a su compañero, el anarquista y artista jiennense José Horna, la pareja decidió no regresar a España. En octubre de 1939 se exiliaron a México y Kati logró llevarse con ella 270 negativos, incluida la serie de Vélez Rubio, que en 1983 vendió al Estado español.

Aquel legado tendría que esperar 80 años para verse ampliado con la obra que se vio forzada a dejar en Barcelona y que, en 2016, fue identificada por mí en el Instituto Internacional de Historia Social en Ámsterdam. Por su parte, la familia de Francisca consiguió regresar a Alhama. Cristóbal recuerda: “Francisca y Miguel no tardaron en marcharse a Barcelona. Ella trabajó rellenando sacos de patatas en unos almacenes y él recogía flores secas del campo que luego vendía en el negocio de la decoración”. Asentados en la barraca de La Perona, en el Poble Nou, murió Miguel. Francisca lo haría más tarde en su casa del barrio de La Mina.

Hasta ahora, la fotografía de Kati Horna había sido leída por la historiografía como símbolo del amor maternal y de la esperanza de futuro frente al horror de la guerra. Sin embargo, al despertar la memoria personal de Cristóbal y otorgar a la imagen una identidad, esta se desprende de la abstracción simbólica y se enraíza con su realidad. El rostro de la maternidad de Vélez Rubio recupera su nombre y trae consigo el cruce de miradas entre la joven húngara y la granadina, formando parte ya de la historia y la memoria colectiva.

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