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Ian Bostridge, tenor: “Quien graba durante un concierto está robando la belleza del directo”

El cantante británico reflexiona sobre el arte de la interpretación en el ensayo ‘Pensar y cantar’, que llega a las librerías coincidiendo con su regreso a Barcelona para un recital en el Festival LIFE Victoria

Para el tenor Ian Bostridge (Londres, 60 años) los silencios son tan importantes como las notas. “Sin ellos no se puede entender la música de Schubert”, cuenta el cantante británico desde su casa de Dartmouth Park, cerca de Hampstead. “Contienen una información valiosísima, solo al alcance de quienes se toman la molestia de estudiar a fondo la partitura”. Él dedicó nada menos que cinco años a escribir un monumental ensayo sobre el Viaje de invierno que, ase...

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Para el tenor Ian Bostridge (Londres, 60 años) los silencios son tan importantes como las notas. “Sin ellos no se puede entender la música de Schubert”, cuenta el cantante británico desde su casa de Dartmouth Park, cerca de Hampstead. “Contienen una información valiosísima, solo al alcance de quienes se toman la molestia de estudiar a fondo la partitura”. Él dedicó nada menos que cinco años a escribir un monumental ensayo sobre el Viaje de invierno que, asegura, le aportó nuevos matices a su interpretación del ciclo del compositor vienés. Basta con escuchar su versión del lied Der greise Kopf acompañado al piano por Thomas Adès. “El silencio al final de la penúltima estrofa pide una duración más prolongada, casi antinatural, porque apunta directamente a la muerte”.

Bostridge regresa ahora a las librerías con una nueva entrega de sus reflexiones musicales. En Pensar y cantar (Acantilado) se adentra en la trastienda de obras tan alejadas en el tiempo como Il combattimento de Monteverdi y el War Requiem de Britten para ahondar en cuestiones tan actuales como la identidad y el género. “A diferencia de lo que ocurre en el teatro, donde el actor puede apropiarse del texto y hacerlo suyo, la tradición musical culta de Occidente ha tendido a invisibilizar al intérprete, a desdibujarlo en favor de una fidelidad excesiva al original”, explica el tenor londinense, que el 14 de octubre ofrecerá un recital con obras de Schubert y Britten en el Recinto Modernista de Sant Pau de Barcelona, dentro de la programación del Festival LIFE Victoria.

“Los cantantes no son marionetas”, leemos en una de sus muchas enmiendas a la estética objetivista de Stravinski. “Una de las experiencias más poderosas que puedes tener como intérprete es la sensación de que la obra te domina hasta tal punto de que es ella la que te canta ti y no al revés”, dice al respecto de una “búsqueda de la autenticidad” que es “en parte científica, en parte chamánica”. No en vano Bostridge trabajó hasta los 30 años en la Universidad de Oxford, donde se doctoró en Historia con una tesis sobre la brujería en la Inglaterra preilustrada, tras lo cual claudicó al hechizo de una vocación tardía, la de cantante lírico, que no surgió “de la comprensión académica del repertorio” sino de su compromiso con una suerte de “intensidad en la expresión”.

En su libro, Bostridge presenta a Monteverdi como el inventor de un lenguaje capaz de abordar la complejidad de las emociones en la forma simplificada del combate que libran Tancredi y Clorinda por el amor y la fe. “Il combattimento imita de manera magistral los sonidos de la guerra, pero su batalla adquiere una dimensión interior en tanto que se atreve a explorar las nociones de género, la fluidez de la sexualidad y el deseo, la performatividad de los roles y la conciencia del yo”. Esa misma inquietud lo lleva a analizar después la partitura del ciclo de canciones de Frauenliebe, en las que Schumann narra la vida de una mujer y que en 1882 interpretó el barítono Julius Stockhausen, el “ejemplo más claro de cómo se puede aflojar la camisa de fuerza de la interpretación normativa”.

Antes de su debut como liederista en el Purcell Room de Londres, Bostridge escribió guiones para televisión en el programa de entrevistas Answering Back. “Allí aprendí que las preguntas más urgentes no siempre admiten una respuesta fácil que nos satisfaga”. Por eso, tras esclarecer el contexto histórico en el que Ravel compuso sus Chansons madécasses a partir de poemas antiesclavistas de Évariste de Parny (algunos tan evocadores como Desconfiad de los blancos), se suceden los interrogantes: ¿debería prestar él su voz a esta idealización exótica del Madagascar colonial? “No lo sé”, admite. “Lo único que tengo claro es que descubrir al oyente la historia oculta de estas canciones intensifica la escucha y hace que resulte más compleja nuestra manera de reaccionar ante ellas”.

El último capítulo de Pensar y cantar reúne una serie de meditaciones en torno a la muerte como leitmotiv del catálogo de Britten: el alegato antibelicista de su Sinfonia da Requiem, Los sonetos sacros de John Donne que compuso tras visitar el campo de concentración de Bergen-Belsen, la ópera Muerte en Venecia y, por supuesto, el War Requiem en homenaje a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial que Bostridge ha cantado en 98 ocasiones. “Llegaré a las 100 interpretaciones el año que viene en Varsovia, y, sin embargo, tengo la sensación de que aún me queda mucho que aprender de Britten”, con quien comparte la experiencia de una cirugía cardiaca. “Su música se transforma y adquiere nuevos significados en un diálogo permanente con el presente”, celebra.

Su recital de Barcelona, con Julius Drake al piano, tiende un puente entre los universos de Schubert y Britten bajo el sugerente título de Sueños de paz y libertad. “Mi voz se ha vuelto más oscura y potente en los últimos años”, confirma Bostridge, que se volcará esta temporada en las conmemoraciones por el 50º aniversario de la desaparición del compositor británico. “Ahora me siento preparado para asumir nuevos roles, como el protagonista de Peter Grimes”. El pasado mes de abril, durante un concierto en Birmingham, Bostridge se giró hacia el público para pedir educadamente a algunos asistentes que guardaran sus teléfonos móviles. “Cuando alguien graba sin mi consentimiento durante un concierto siento que me está robando la frágil y efímera belleza del directo”.

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