Bob Dylan también fue abucheado en Madrid, y en más lugares, mucho después de Newport
‘The Complete Unknown’ camina entre la historia y la leyenda sobre el enfado del público folk. En 1989 tuvo una mala noche en la capital por motivos no tan distintos
La actuación de Bob Dylan en el festival de folk de Newport, el 25 de julio de 1965, es uno de esos episodios de la cultura popular que se mueven entre lo histórico y lo legendario. Según lo narra la película A Complete Unknown, Dylan se presenta por primera vez con una banda de instrumentos eléctricos, en un recinto repleto de puristas del folk, y es abucheado por la tremenda osadía. Hasta le gritan “¡Judas!”. No fue exactamente así, lo verem...
La actuación de Bob Dylan en el festival de folk de Newport, el 25 de julio de 1965, es uno de esos episodios de la cultura popular que se mueven entre lo histórico y lo legendario. Según lo narra la película A Complete Unknown, Dylan se presenta por primera vez con una banda de instrumentos eléctricos, en un recinto repleto de puristas del folk, y es abucheado por la tremenda osadía. Hasta le gritan “¡Judas!”. No fue exactamente así, lo veremos, pero la secuencia sirve para retratar bien a un espíritu libre, que reniega de su propio personaje, que no hace lo que se espera de él, que elige su camino artístico.
Si aquel fue el primer abucheo contra Bob Dylan, no fue el último. El 15 de junio de 1989 Dylan se presentó en el Palacio de los Deportes de Madrid, que entonces era un velódromo cuyas formas ovaladas y cuya cubierta determinaban un sonido nefasto con ecos que rebotaban en todas partes (los melómanos celebraron su destrucción en un incendio en 2001 y reconstrucción como WiZink Center, hoy Movistar Arena). La entrada costaba 3.000 pesetas, que al cambio de hoy son 18 euros, pero en la España de entonces eran una pequeña fortuna. Si quedaban puristas del folk, ya se habían rendido. Aquella mañana Dylan había estado montando en bicicleta por el Retiro mientras la prensa lo esperaba en su hotel. En aquel montaje, interpretaba un repertorio corto pero repleto de grandes éxitos aunque modificados (a los que ha ido renunciando en giras posteriores).
El primer problema era que al fondo de la pista o en las gradas altas era imposible reconocer las melodías, distinguir si cantaba o tocaba la armónica. El segundo, que en menos de una hora y cuarto despachó la actuación y no se dignó a regalar ningún bis. El público montó en cólera. No le gritaron “Judas” sino insultos peores y más castizos. Se lanzaron botellas y latas contra el escenario vacío. “Dylan supo a poco al público de Madrid”, tituló su crónica EL PAÍS. Quien firma este artículo da fe.
El episodio de Newport ha vuelto al primer plano porque es el momento cumbre de A Complete Unknown, espléndida y creativa reconstrucción de la vida del músico de Minnesota de 1961 a 1965, desde que irrumpe en la escena neoyorquina con su guitarra acústica y su armónica hasta que lo increpan por agarrar la eléctrica. Es muy creíble este joven Dylan, interpretado por Timothée Chalamet, pero esto no es un documental ni lo pretende: son sus muchas licencias las que hacen el relato convincente. La cuestión era capturar al personaje en su enigmática personalidad, sin soslayar su lado huraño, antes que registrar fielmente cada uno de sus pasos. (Una de las inexactitudes más comentadas, de las muchas observadas, es ese foco en el triángulo amoroso del músico con Joan Baez y Suze Rotolo: falta Sara Lownds, con quien se casó en noviembre del mismo 1965, embarazada ella del primero de sus cuatro hijos en común).
En la película se simbolizan en Newport los muchos abucheos que recibió Dylan en esa época. No está clara la magnitud de la bronca en el festival de folk, donde él era bien conocido. Hay versiones contradictorias, y las grabaciones no son concluyentes: se oyen tantas palmas como pitos. Ya habían pasado por allí otros artistas enchufados, y todo el mundo conocía su disco recién publicado: Bringing It All Back Home, con una cara más de rock y blues y la otra más acústica. Algún testigo sostiene que el malestar se debía a lo mismo que pasaría en Madrid: que el sonido era atronador, y no permitía escuchar su voz, y que se fue demasiado pronto, en ese caso después de solo tres canciones, electrificadas las tres (Maggie’s Farm, Like a Rolling Stone y It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry). Después volvió al escenario e interpretó dos temas más (It’s All Over Now, Baby Blue y Mr. Tambourine Man), ya en formato acústico para calmar a las fieras.
Elijah Wald, autor del libro Dylan Goes Electric!, en el que se basa la película, sostiene incluso que el director Murray Lerner, el primero en documentar el incidente en Festival (1967), manipuló el montaje para que el abucheo que siguió a la retirada del músico del escenario se superpusiera con la primera canción, según ha dicho a The New York Times. Lo que trascendió no era lo que había pasado.
Sí es cierto que el tránsito eléctrico de Dylan generó controversia entre sus seguidores durante meses, y que en su gira mundial de 1966 eran frecuentes las protestas cuando, a mitad de actuación, soltaba la acústica, agarraba la Stratocaster y salía la banda (que luego se llamaría The Band).
La historia real puede entenderse mejor en el documental, este sí lo es y también espléndido, No Direction Home, de 2005, dirigido por Martin Scorsese y disponible en Movistar+, que se centra en el mismo periodo de su carrera (no es casual: en julio de 1966 se esfuma tras un accidente de moto y no volverá a montar una gira en ocho años). En una escena muy significativa, Dylan va en el asiento de atrás de un coche tras un concierto cuando se sincera: “Dios, no aguanto los abucheos. No consigo afinar cuando me están abucheando. Ni siquiera quiero hacerlo”. En otra, le pregunta a las fans que se acercan al coche si ellas también le han abucheado. “¡Nosotras no!”, le responden. Y en una actuación provoca así a su público: “¿Queréis folk, verdad?”, dice con la guitarra eléctrica en la mano.
En este documental, Dylan recuerda que lo que le gritaron en Newport fue: “¿Estás con nosotros?”, pero dice que no le dio importancia ni pensó que fuera por las canciones. Pero el filme también da voz a los críticos, quienes lamentaban que Dylan hubiera renunciado a ser la voz de su generación, que eludiera la caliente actualidad de ese tiempo, que no estuviera tan comprometido. Para muchos, pasarse al rock era bajarse de una causa noble, la canción protesta, por interés comercial. Una decepción tan política como musical.
El grito de “¡Judas!”, por último, no se pronunció en Newport, sino casi un año después, el 17 de mayo de 1966 en el Free Trade Hall de Mánchester. Está filmado y aparece al final de No Direction Home. Cuando Dylan escucha el insulto en la sala, responde: “No te creo. Eres un mentiroso”. Se gira y le pide a la banda: “Play it fucking loud!”, algo así como: “¡Tocadla fuerte de la hostia!”, para que empiece a sonar una versión muy enérgica de Like a Rolling Stone.
Una relación conflictiva con el público es parte de lo que hace tan grande la figura de Bob Dylan. Alguien que nunca persiguió el aplauso fácil.