El reto de encajar arte contemporáneo donde rezaban monjas de clausura
La Sala Verónicas, en Murcia, lleva cuatro décadas de exposiciones de artistas a los que se reta a crear obras a propósito para ser mostradas en la antigua iglesia barroca de un convento
Detrás de la doble reja del coro bajo, desde donde las monjas de clausura seguían la misa, hoy se proyecta en un ambiente tenue una videoinstalación en tres pantallas de áridos paisajes de explotaciones salitreras y mineras en Suecia, Bolivia, Perú, Chile y España, con su sonido ambiente. Es el largo camino recorrido desde que este edificio era la iglesia del convento de Verónicas, en Murcia, fundado en 1529, aunque el templo, barroco, es del siglo XVIII, hasta el nuevo uso que se le dio hace casi cuatro décadas, cuando el templo fue desacralizado y acondicionado para convertirse en la ...
Detrás de la doble reja del coro bajo, desde donde las monjas de clausura seguían la misa, hoy se proyecta en un ambiente tenue una videoinstalación en tres pantallas de áridos paisajes de explotaciones salitreras y mineras en Suecia, Bolivia, Perú, Chile y España, con su sonido ambiente. Es el largo camino recorrido desde que este edificio era la iglesia del convento de Verónicas, en Murcia, fundado en 1529, aunque el templo, barroco, es del siglo XVIII, hasta el nuevo uso que se le dio hace casi cuatro décadas, cuando el templo fue desacralizado y acondicionado para convertirse en la Sala Verónicas de arte contemporáneo.
El interior de la iglesia es un espacio blanco en el que se mantienen pocos de sus elementos decorativos originales. Cada año se organizan tres exposiciones. “Normalmente, nos fijamos en artistas de trayectoria, consolidados, a los que proponemos que presenten un proyecto; en otras ocasiones es un comisario quien nos habla de algún posible candidato y luego hay otra línea, en la que se admiten proyectos que ofrecen los artistas y que evalúa una comisión”, explica la responsable de la sala, Rosa Miñano.
De los tres elegidos cada año, “uno siempre es regional y los otros dos son artistas nacionales o internacionales”, dice Mari Carmen Ros, técnico de museos, que trabaja en la sala. “Para los artistas supone un reto montar una exposición ex profeso para este lugar tan connotado. Siempre tienen que aportar algunas obras nuevas, específicamente pensadas para este lugar”, añade.
Es una de las características distintivas de la Sala Verónicas, situada en la planta baja de la iglesia y dependiente del Gobierno de la Región de Murcia, donde se ha hecho un hueco en el arte contemporáneo más allá del tradicional eje Madrid-Barcelona. Cada muestra se monta en función de los 43 metros lineales de pared expositiva de un edificio declarado Bien de Interés Cultural (BIC), una protección que en ocasiones ha impedido plasmar alguna de las propuestas de los artistas. “La sala se transforma con cada uno de ellos, les condiciona porque es muy poderosa”, apunta Miñano, para quien, por otro lado, esta circunstancia permite que el espacio “participe formal y espacialmente en cada proyecto, lo que convierte las exposiciones en apuestas arriesgadas”.
Desde 1989 han pasado por aquí Peter Greenaway, José Manuel Ballester, Juan Uslé, Joan Fontcuberta, que recibió 19.000 visitantes este 2024; Antoni Abad, Juan Muñoz, Marina Núñez, Isidoro Valcárcel Medina, Eva Lootz, Daniel Canogar, Pablo Genovés y Concha Jerez, entre otros, además de exposiciones colectivas. Poco a poco los murcianos han ido haciendo suya esta sala, señalan sus responsables, ya que es el público que la visita mayoritariamente. Otra seña de identidad de la Sala Verónicas (que invitó a este periodista) son los bellos y cuidados catálogos que se publican con cada muestra.
La que puede verse hasta el 5 de enero es una retrospectiva de la artista Rosell Meseguer, nacida en Orihuela (Alicante), titulada Tierra en blanco, que picotea en algunas de sus series más significativas, “y con un 60% de piezas nuevas”, explica la artista por teléfono.
Entre las piezas expuestas las hay de su serie Ovni archive, que recogen “las consecuencias de la Guerra Fría en la actualidad a partir de libros, fotografías y grabados, algunos de estos muestran la peculiar arquitectura de la época, que en algunos casos nos recuerdan a ovnis”. También están sus inquietantes imágenes de arquitectura militar abandonada, como diques para submarinos o refugios antiaéreos, que se exhiben en lo que fueron las antiguas capillas. Esta artista, cuya obra está muy apegada a la tierra como material, muestra asimismo libros de contabilidad abiertos pintados a mano, que representan cada uno un elemento de la tabla periódica, sobre los que aplica pinturas, emulsiones y pigmentos.
Con la historia, la guerra, la costa y la minería y cómo estos afectan al paisaje y a la sociedad, como temas principales sobre los que ha trabajado en sus dos décadas de trayectoria, Meseguer señala que “lo más importante” en cada proyecto “es la relación entre la idea y su formalización material”.
Así llegamos a la pieza más impactante de la exposición, un políptico que ha desplegado donde estuvo el altar mayor, en la cabecera del templo. Con cinco metros de ancho y 10 de alto, está formado por 15 filas, cada una con cinco rectángulos en papel sobre los que ha aplicado pintura en distintos tonos que representan los diferentes minerales de la Región de Murcia y la Vega Baja del Segura (Alicante): del blanco de la sal, al negro del lignito, pasando por el manganeso, talco, zinc... Un retablo de materiales terrestres.
“Es una sala complicada porque tienes que pensar sobre todo en la altura y, además, las capillas son muy estrechas, así que las piezas principales tienen que ir en los transeptos”, explica. “Es habitual que en ese espacio los artistas pongan su gran pieza. Mientras que para el coro bajo refieren, por su iluminación, algo más íntimo y recogido”, completa Miñano.
En el centro de la sala, Meseguer ha colocado varias vitrinas con abundante documentación, como sucede en sus exposiciones: desde tratados antiguos, piezas procedentes del Museo Arqueológico de Murcia, como un lingote de plomo o unos proyectiles romanos; libros de artista, fanzines y juguetes, que configuran una idea de los archivos, en los que bucea para sus trabajos, más allá de ser meros contenedores de documentos, para convertirlos en gabinetes de curiosidades.
Cuando finalice la exposición de Meseguer, Miñano adelanta que la próxima tendrá como invitada a Victoria Civera, una creadora en la que, aunque predomina la pintura en su producción, también se ha expresado a través de otros lenguajes, como la fotografía, el fotomontaje, la escultura y la instalación. Será el siguiente artista que tendrá que enfrentarse al reto de una sala particular, en la que al entrar se siente algo del recogimiento en que vivían aquellas monjas de clausura que seguían la misa tras una doble reja.