El plan de exterminio contra los gitanos que no estudiamos en el colegio
La Gran Redada ordenada por Fernando VI es una olvidada de la historia. El libro de Raúl Quinto y el monólogo de Silvia Agüero rescatan el salvaje encarcelamiento de miles de personas durante 16 años
Estudiamos las conquistas y batallas, bodas y sucesiones, revoluciones y acuerdos de paz o cómo Carlos III sucedió a Fernando VI, que a su vez sucedió a Felipe V. Pero lo que no sabemos, porque no se estudia de ningún modo en los colegios, es que la Corona española supuestamente ilustrada intentó exterminar a los gitanos. Por orden de Fernando VI, con el apoyo de la Iglesia y bajo la batuta del Marqués de la Ensenada, las fuerzas del orden apresaron en una sola noche a millares de ellos en todas las ...
Estudiamos las conquistas y batallas, bodas y sucesiones, revoluciones y acuerdos de paz o cómo Carlos III sucedió a Fernando VI, que a su vez sucedió a Felipe V. Pero lo que no sabemos, porque no se estudia de ningún modo en los colegios, es que la Corona española supuestamente ilustrada intentó exterminar a los gitanos. Por orden de Fernando VI, con el apoyo de la Iglesia y bajo la batuta del Marqués de la Ensenada, las fuerzas del orden apresaron en una sola noche a millares de ellos en todas las ciudades españolas para encarcelarlos, separar a hombres de mujeres, acabar con ellos y esclavizarlos en pro de la reconstrucción de la Armada. La Gran Redada dictada en 1749, que apenas se está empezando a rescatar del olvido, llega ahora por todo lo alto gracias a un autor, Raúl Quinto, que este año ha ganado el Premio de la Crítica con su libro Martinete del rey sombra (Jekyll&Jill), y a una obra de teatro, No soy tu gitana, estrenada hace dos temporadas y que este otoño vuelve a recorrer España de la mano de la escritora y activista Silvia Agüero.
“Yo soy profesor de Historia en un instituto de secundaria, doy historia contemporánea, incluidos Fernando VI y el Marqués de la Ensenada, y nunca encontré una mención en los libros de texto a este acontecimiento, cuenta Raúl Quinto. “Sencillamente, no está en los decretos curriculares. Para mí fue una conmoción”.
Al enterarse gracias al dosier de una revista de historia, Quinto (Cartagena, 1978) empezó a investigar y lo que encontró fue un intento de exterminio que duró 16 años, que mató a incontables personas y que dejó secuelas terribles y perdurables en la convivencia de gitanos y payos. El recelo cuando no se ha hecho un esfuerzo de memoria solo puede pervivir.
“La idea es llevárselos lejos, separarlos de la sociedad sana, evitar que se reproduzcan y que expandan su semilla maldita, su corona podrida de Caín”, escribe Raúl Quinto. Mientras todo eso ocurre, Fernando VI y su esposa, Bárbara de Braganza, celebran los conciertos de Farinelli como la corte más culta de Europa y ensanchan la imagen ilustrada de una España que persigue y vive en supuesta paz. Entre fiesta y fiesta, ese decreto. En una sola noche, la del 30 de julio de 1749, miles de personas son detenidas en Málaga, Granada, Zaragoza, Murcia, Jerez, Guadalajara, León, Almagro, Badajoz, Alicante, Cádiz y decenas de ciudades y villas más. Las detenciones siguen durante varios días. Se les incautan los bienes. Los hombres son conducidos a los arsenales y astilleros para trabajar de forma forzosa. Sin letrinas, sin apenas comida, sin ropa, sin más sitio para dormir que el suelo y el barro. Las mujeres dan con sus huesos en lugares como la Alcazaba de Málaga o la Casa de la Misericordia de Zaragoza. Hay motines, hay horcas. Días rabiosos. Y lo que no hay hoy en estos sitios, asegura Quinto, es un triste recuerdo, una placa, un memorial, del sufrimiento que pasaron.
“La Gran Redada es gravísima, y a la vez un jalón más de una constante de persecuciones. Desde finales de siglo XV hay cerca 250 disposiciones legales de expulsión, de prohibición de determinados trabajos para evitar que los gitanos se arraiguen. Sus negocios se vieron obligados a la clandestinidad. De ahí que la desconfianza entre gitanos y payos esté arraigada en estas raíces históricas. La historia no pasa por los pueblos de manera inocente, la historia es memoria. Y son las propias instituciones del Estado las que han buscado la expulsión, el exterminio y la desintegración de la identidad gitana”.
Antes de este libro, el divertidísimo y hondo monólogo que protagoniza Silvia Agüero abrió los ojos a muchos espectadores desde que empezó a interpretarse en Madrid, en 2022. Esta autora, madrileña de 38 años, se ríe de los tópicos sobre la gitanería mientras documenta ese historial de exclusiones que llegó a su apogeo en la Gran Redada. “Aquello fue un intento de genocidio con gravísimas consecuencias”, responde hoy. “Fueron 12.000 personas capturadas, encarceladas, sometidas a trabajos forzosos, separadas de sus seres queridos, confinadas en lugares insalubres, sin acceso a una higiene o una alimentación correcta. No sabemos ni cuántos fallecieron, pero todos ellas fueron despojadas de sus pertenencias, de sus casas, de sus terrenos, de sus animales”.
Silvia Agüero critica que el Estado español jamás haya reconocido “su responsabilidad, ni pedido perdón, ni tiene una política de justicia reparadora”. Mientras no se ponga en marcha un mecanismo de reparación de esta injusticia, asegura, “no se puede hablar de convivencia”. La activista recuerda que el propio Carlos III, hermano y sucesor de Fernando VI, decretó el olvido.
El retrato de este monarca, Fernando VI, que dibuja Raúl Quinto en su novela es portentoso. Llegó al trono en la estela locoide de su padre, Felipe V, al que el autor llama “el rey agujero”, quien mantuvo durante décadas a la Corte en permanente estado de estrés por sus ataques, su mugre acumulada, sus uñas infinitas, sus visiones paranoides, su incapacidad de cumplir obligaciones y más síntomas que hoy encontrarían diagnóstico y tratamiento. A los 15 años casaron a Fernando con la portuguesa Bárbara de Braganza, con la que vivió tan intensa historia de compenetración y amor que él mismo enloqueció cuando ella murió hasta fallecer él mismo un año después. “El rey sabe que es el reino, pero el reino le interesa menos que la caza o los relojes. Sobre todo, que los relojes”, escribe Quinto.
Con sus fiestas, sus demencias y sus excesos, aquellos gobernantes pusieron en práctica lo que el odio al diferente puede llegar a producir. “En el libro me fijo en un caso concreto que sufrieron los gitanos, pero la persecución del diferente y el deseo de homogeneizar a la población es universal, pasó con otros pueblos y sigue pasando con los gitanos”, asegura el autor.
Los males del pasado tuvieron unos culpables. Los males del presente incluyen olvidarlo. Y es la asignatura pendiente de nuestro tiempo.