Brad Pitt y George Clooney resuelven (casi) todos los problemas en el festival de Venecia

La visita de las dos estrellas al Lido, por ‘Wolfs’, de Jon Watts, desata el entusiasmo de sus seguidores, aunque los mayores aplausos fílmicos van para ‘The Brutalist’, de Brady Corbet

George Clooney y Brad Pitt, el domingo a su llegada al Lido en Venecia.Foto: Stephane Cardinale - Corbis (Corbis via Getty Images) | Vídeo: EPV

Una acampada para ver las estrellas. Pocos planes tan veraniegos. Aunque, en lugar de la oscuridad, una veintena de chiquillas prefirió plantar esta mañana su esterilla a plena luz del día. No en un bosque aislado, sino en medio del meollo: ante la alfombra roja del festival de Venecia. Les aguardaban horas de espera. A cambio disfrutarían de la noche de San Lorenzo del cine: Brad Pitt y ...

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Una acampada para ver las estrellas. Pocos planes tan veraniegos. Aunque, en lugar de la oscuridad, una veintena de chiquillas prefirió plantar esta mañana su esterilla a plena luz del día. No en un bosque aislado, sino en medio del meollo: ante la alfombra roja del festival de Venecia. Les aguardaban horas de espera. A cambio disfrutarían de la noche de San Lorenzo del cine: Brad Pitt y George Clooney, juntos. Todo un acontecimiento.

No sucedía desde 2008, precisamente en el Lido. Entonces presentaban Quemar después de leer, de los Coen. Ahora Wolfs, de Jon Watts, fuera de concurso. Ambos ya sesentones —Pitt subrayó que es “mucho más joven”, aunque Clooney le atribuyó “74″ a su amigo—. Aún capaces de movilizar a los jovencísimos. Y a los más mayores, a juzgar por la inaudita cola previa a la rueda de prensa. Está claro que el tiempo pasa para todos. De eso también trata el filme. Pero los dos tienen el secreto para congelarlo. Ante los periodistas, por desgracia, no lo desvelaron. Regalaron, eso sí, chistes, sonrisas, reflexiones sobre política o sobre el futuro del séptimo arte. Como dirían en Hollywood, un show.

The Brutalist, de Brady Corbet, en el concurso oficial, también se atreve a retar al tiempo, pero de otra manera: lo dilata. Sin duda, la obra más monumental del certamen hasta el momento. Su duración ya es imbatible: tres horas y media. Pero su ambición narrativa, su coherencia y los temas abordados levantan toda una catedral cinematográfica. Nada que envidiar a los edificios que inventa, en la película, el arquitecto al que encarna magníficamente Adrien Brody: un genio, superviviente de los campos de concentración y huido a EE UU. Busca una nueva vida. Tal vez no encuentre lo que esperaba. Hasta la factura del filme contribuye a su magnitud: está rodada en celuloide, en 70 milímetros. Lo que obligó a una larga planificación para traer los 26 rollos, que pesaban 136 kilos, en avión hasta aquí. Y augura un desafío para su distribución en salas. En todo caso, la Mostra vivió dos acontecimientos. Uno mediático, popular. El otro, fílmico. Una jornada ideal para un certamen como este.

George Clooney y Brad Pitt en el festival de venecia donde han prsentado la película 'Wolfs'.FABIO FRUSTACI (EFE)

El espectáculo de Clooney y Pitt empezó enseguida. Americana azul claro uno, gris como su pelo el otro. Se encargaron incluso de la tarea que normalmente asume la moderadora: rebotar preguntas al resto del reparto, como Austin Abrams o Amy Ryan. La primera, cómo no, fue para ellos. ¿Por qué vuelven ahora?

—El dinero lo mueve todo.

—En Quemar después de leer pude dispararle en la cara. Fue bonito.

—Esta vez me golpeas.

Y así. “A medida que envejezco trabajar con gente que me gusta se vuelve más importante”, confesó Pitt. “Ambos somos también productores. Es muy poco frecuente que se ruede un primer borrador de un guion. A veces, cuando lo recibes, piensas: ‘¿qué hacemos con esto?’. Pero no en este caso”, agregó Clooney. Los dos querían reconocer así la importancia de Jon Watts, que no estaba presente en Venecia. Dirigida por el responsable de los últimos taquillazos de Spiderman. Protagonizada por dos ganadores de premios Oscar y de no se sabe cuántas listas de los hombres más sexies del planeta. Y, aún así, Wolfs casi no se verá en salas.

Así que su proyección en Venecia, de alguna manera, también fue única. Tras unos cuantos fracasos recientes, Apple TV+ recortó a unos pocos días su paso por cines en EE UU. Luego, directa al streaming, el 27 de septiembre, en todo el mundo. A pesar del reclamo de Pitt y Clooney. “Estamos claramente en declive”, se rio el segundo. Pero el asunto, en realidad, se antojaba serio. Como las promesas que habían recibido.

Los actores renunciaron a parte de su retribución para garantizar que la película pasara por la gran pantalla. Aunque, a la vez, precisamente su sueldo pudo suponer parte del problema. The New York Times estimó que ascendía a 35 millones de dólares cada uno. Clooney lo rebajó “unos cuantos millones” y quiso matizar: “Un salario así haría imposible hacer películas”. Pero admitió que ambos querían la difusión en cines, que hay “elementos” que aún deben entender y que resulta “sorprendente” que no haya distribución internacional. Los dos defendieron que el streaming trae más historias, trabajo, talentos y público. “Cuando Brad y yo éramos jóvenes existía el llamado studio system: había un gran sentido de protección y tutela, una maquinaria detrás que los actores ya no tienen, pero puede ser positivo porque trae más democratización”, apuntó Clooney. Y ambos terminaron usando el mismo término: “Equilibrio”, entre los beneficios que aportan las plataformas y la proyección en sala.

En la de Wolfs, se oyeron unas cuantas risas. Objetivo logrado, para una comedia. Aunque el filme las busca incluso demasiado. El título es un homenaje al personaje de Harvey Keitel en Pulp Fiction: el señor al que llamar para resolver el peor de los apuros. Pero aquí, para el mismo lío, aparecen los dos. Y eso, por supuesto, es un problema. Con la fórmula que encumbró la saga de Ocean’s y tanto ha aprovechado Marvel, Pitt y Clooney disparan más frases ingeniosas, puyas y chistes entrelazados que balas. El guion no para de girar, casi siempre hacia la dirección más previsible. Al principio se desprecian. Fácil imaginar cómo terminan.

George Clooney y Brad Pitt posan ante la prensa en el festival de Venecia donde han presentado la película 'Wolfs'. Joel C Ryan (Invision/AP/Lapresse)

El filme quiere homenajear a sus protagonistas, con un guiño a Dos hombres y un destino. Pero, por lo menos, también se ríe de ellos. Simbolizan al dominador desde hace milenios del planeta: el hombre blanco mayor y hetero. Maestro del mansplaining, acostumbrado al aplauso, mucho menos a ser contrariado. O a reconocer sus fallos, su escasa modernidad, o incluso los achaques en la espalda. Pero los reyes del mambo ya están para pocos bailes. Su receta favorita, a base de testosterona e incomunicación, se ha vuelto indigesta para la mayoría. Aunque Wolfs también se le atraganta al espectador: entretenimiento puro, simple y, a ratos, incluso aburrido.

“Crecí cortando hojas de tabaco por tres dólares la hora. No he trabajado mucho como actor recientemente. Estoy volviendo. Tengo 63 años y sigo haciendo lo que me divierte”, dijo Clooney. Es cierto que su última nominación al Oscar es de 2012. Y que su recorrido como director experimenta altibajos. Pitt está viviendo una nueva era dorada, con papeles relevantes, la estatuilla de 2019 y el olfato como productor: solo en la Mostra acompaña cuatro filmes. Aunque en el Lido, hace días, estuvo también su exmujer la actriz Angelina Jolie. Y con ella la mayor sombra que sobrevuela al intérprete: en la pelea judicial que mantienen, Jolie le acusa de abusos y violencia hacia ella y algunos de sus seis hijos.

George Clooney y Brad Pitt, en 'Wolfs'.

No se abordaron, en todo caso, asuntos incómodos. Salvo uno, quizás: a Clooney le plantearon qué impacto cree que tuvo su artículo en The New York Times pidiendo que Joe Biden renunciara a los comicios contra Donald Trump para dejar paso a Kamala Harris. Contestó: “Nunca he tenido que responder y quizás sea el momento justo. A quien hay que dar las gracias es a un presidente que ha hecho el gesto más valiente desde George Washington. Un acto nada egoísta, con lo que difícil que es dejar el poder y decir: ‘Hay una forma mejor de proceder”.

El avance de The Brutalist resulta fascinante. El arquitecto judío László Toth cruza el océano para huir de los horrores. Se supone que desembarca en el lugar de los sueños. Tras muchas dificultades, hasta parece cumplirse el suyo: un extraño mecenas le encarga un colosal edificio que asombre y trascienda. Y accede a que la familia al fin se reúna con el artista. Pero la tierra de las oportunidades, también lo es de la explotación, el racismo, la violencia o la condescendencia. En definitiva, de la brutalidad. Protagonista y filme comparten la firmeza: fieles a su idea a toda costa, sin compromisos. Ya sea para construir la película, el palacio, la vida.

Se añade la estética sucia que garantiza la película física. Y la inspiración de El manantial, polémica novela de 1943 de Ayn Rand, considerada un baluarte del individualismo y de la búsqueda de la libertad más absoluta: instaba a cada uno a perseguir su felicidad, y veía el éxito productivo como la “actividad más noble”. Corbet, desde luego, va a lo suyo desde el comienzo de su carrera como director. En sus dos anteriores filmes, La infancia de un líder y Vox Lux, había tocado personalidades geniales y controvertidas. Y creado arranques ambiciosos. Pero ahora, en lugar de caerse poco a poco, la estructura solo se debilita un poco, y se mantiene sólida hasta el final. Por su duración, y la necesidad de cambiar los rollos, el filme tiene un intervalo de 15 minutos. El murmullo que se oía en la pausa se hizo estallido de aplausos cuando terminó.

Finalmente, el concurso también incluyó Ainda estou aquí, del veterano brasileño Walter Salles. El cineasta de Los diarios de la motocicleta y Central do Brasil rescata una historia que su país conoce, y él incluso más: la desaparición en 1971 a manos de la dictadura del exdiputado Rubens Paiva, la búsqueda por parte de su mujer, Eunice, y el vacío que quedó en la familia. Salles era amigo de los hijos de Paiva. Y uno de ellos, Marcelo, estuvo en el Lido. Justo él escribió el libro que inspiró la película. Puede que el largo, correcto y emotivo, no quede en la memoria. Lo que cuenta, sin embargo, no habría que olvidarlo nunca.

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