Cómo el hijo de Norman Bates se ha convertido en el director de moda del terror al lidiar con la homosexualidad secreta de su padre
Osgood Perkins explora la relación con su madre, que murió en el avión que chocó contra las Torres Gemelas el 11-S, en ‘Longlegs’, película en la que convierte a Nicolas Cage en histriónico asesino
Osgood Perkins tenía 18 años cuando un secreto familiar hizo tambalear su mundo. Una revelación que, además, se hizo visible en todos los periódicos. Su padre acababa de morir de una neumonía relacionada con el sida que le habían diagnosticado dos años antes. Era 1992 y Anthony Perkins sería recordado para siempre como el Norman Bates de Psicosis, un irrepetible mito del terror. Pero ahora s...
Osgood Perkins tenía 18 años cuando un secreto familiar hizo tambalear su mundo. Una revelación que, además, se hizo visible en todos los periódicos. Su padre acababa de morir de una neumonía relacionada con el sida que le habían diagnosticado dos años antes. Era 1992 y Anthony Perkins sería recordado para siempre como el Norman Bates de Psicosis, un irrepetible mito del terror. Pero ahora su madre debía explicar a sus hijos un secreto imposible de conciliar con una vida familiar de película en Hollywood: su padre era homosexual. Iban a entrar en su propia historia de terror psicológico.
Aquellos fantasmas personales nutren hoy el cuarto largometraje como director de Osgood Perkins (Nueva York, 50 años), Longlegs, que llega este viernes a las salas españolas. Muy resumida, la trama de la película se centra en la investigación que rodea una serie de asesinatos infantiles perpetrados por un maniaco, interpretado por Nicolas Cage, aunque los terrores que diseña Perkins esconden en realidad su propia historia de secretos: “El centro emocional es un concepto que entendía bien: una madre que inventa una mentira muy elaborada porque ella cree que está protegiendo a su familia y al mundo”, cuenta a EL PAÍS por videoconferencia.
Es el discurso de alguien que ha trabajado para sanar esas mentiras construidas por amor que le explotaron en la cara a los 18 años. Entonces tuvo que conciliar que había vivido en otra realidad: “Nuestros padres pueden imprimir lo que ellos quieren que seamos. A los niños puedes contarles lo que quieras para que vean el mundo de una manera. Esa maraña me encanta”. Tampoco es casualidad, por ejemplo, que Longlegs suceda en 1993, el año posterior a su trauma, con una foto de Bill Clinton observando todo en numerosas secuencias de la película.
Entre espíritus y posesiones demoniacas, es habitual en el cine de Perkins encontrar adolescentes traumatizados, familias desestructuradas por la muerte y figuras paternales con pasado misterioso, pero esta, reconoce, es su versión más personal: “Cada vez lo serán más. Estoy más relajado y abierto. Cuanto más te abres, más entiendes el universo y a ti mismo. Cuanto más confianza tienes, tus traumas se vuelven más accesible”, cuenta sobre una introspección que solo se entiende en la película al conocer su historia real.
Su trauma personal abarca desde 1992 a 2001, cuando su madre, la fotógrafa y modelo Berry Berenson, murió en uno de los aviones que chocaron contra las torres gemelas el 11-S: “Tardé tanto en ponerme a hacer películas y expresarme porque mi conexión con la realidad se perdió. Todo el mundo alrededor de mi padre sabía lo que pasaba [su homosexualidad]. Pero cuando saltó la noticia, no cuadraba con el lenguaje de nuestra familia, así que la minimizaron. Yo me planteaba que si esto era obviamente verdad, ¿por qué no estaba bien? Era tratada como una enfermedad, como algo malo. Aprendí que la verdad era algo que no debía decir, y eso te coloca en un lugar extraño. Perdí la sensibilidad, y esa lección me puso a la defensiva. Que se negara, me hizo no entender la realidad. No sabía lidiar con la verdad, no te crees nada”, rememora relajado desde su despacho de Los Ángeles.
Su historia familiar todavía tenía más capas. Al pasar los años, las biografías han confirmado las relaciones de Anthony Perkins con actores como Tab Hunter o Groover Dale, y que, antes de casarse en 1973, participó en seudoterapias de conversión heterosexual que incluían electrochoque. En su familia siempre se aseguró que había sido fiel a su compromiso. En 2016, Osgood dedicó a su memoria la película Soy la cosa bella que vive en esta casa, sobre una enfermera que intenta entender el pasado de la señora a quien cuida. El filme de Netflix incluye además la presencia de su padre en un fragmento de la película La gran prueba y con una canción en la que suena su voz. Allí lidiaba con los deseos de haber conocido mejor a su padre; ahora, con Longlegs, es el turno de la relación maternal.
Su respuesta a El silencio de los corderos
En la superficie, sin embargo, Longlegs es una nueva vuelta de tuerca a El silencio de los corderos o Se7en: Un drama policial donde una agente del FBI (Maika Monroe, de It Follows) debe dar con el críptico asesino que empuja a varios padres a cometer parricidios. Entre las sombras se esconde un Nicolas Cage histriónicamente caracterizado, que, como Hannibal Lecter, solo ocupa unos minutos de metraje para crear mayor tensión. El filme ha costado menos de 10 millones de dólares y ya supera los 60 en EE UU; es la película más taquillera en la historia de la productora independiente Neon. “Creo que el punto clave fue vender una temática reconocible, un procedimental de asesino en serie, para ir desentrañando algo más extraño, personal y visualmente atrevido. Parte del terror reciente triunfa porque da algo inesperado a la audiencia. Estamos rodeados de lugares comunes, y llegan Háblame, Barbarian o Hereditary para demostrar que estamos hambrientos de nuevas perspectivas”, explica el director, muy crítico con el cine y las series de Netflix, las secuelas de terror y la explosión del true crime, que reconoce no consumir.
Esta pasión por el terror, sin embargo, no es algo que mamara en casa junto a su padre, que pasó ausente gran parte de su adolescencia y no llevaba el negocio familiar a casa. “No hubo tiempo de conocerlo. Psicosis era historia antigua para mí. En el tiempo que compartí con él, en realidad estaba relegado a películas muy malas. Yo me preguntaba: ¿qué es toda esta mierda? Así que tenía sentimientos encontrados con el terror y lo que hacía mi padre, aunque ese jugueteo casi porno que dirigió en Psicosis III también me inspiró aquí”, cuenta Perkins sobre el oficio del que aprendió con otro mentor: el director Mike Nichols.
Lo que sí compartió con su padre fue su inquietante debut en el cine, con seis años, en Psicosis II. Era el jovencito Norman Bates, a través de quien conocíamos los años de abuso que habían forjado la personalidad del psicópata. ¿Cuándo decidió que la actuación no era la suyo? “En realidad es al revés. De adolescente hacía películas con amigos, emulábamos a Kubrick o Tim Burton, pero entonces la vida me pegó su golpe y me desvié. La actuación era lo que conocía, y algo tenía que hacer... así que probé un tiempo. Estaba perdido y dolido por lo que había pasado, pero nunca creí en mí como actor”, explica quien fue también el apocado Dave de Una rubia muy legal: “Fue con treintaymuchos cuando desperté y pensé: la vida ha sido dura, extraña, traumática y dramática, ha habido mucho dolor y dificultades, pero ¿qué me gustaba hacer con 17? Debería volver a intentarlo. Escribí mi primer guion a los 38, La enviada del mal. Funcionó bastante bien, y no he mirado atrás”. Sí que ha participado en películas recientes como ¡Nop!, de Jordan Peele, y actúa en su próxima cinta, El mono, basada en el relato de Stephen King sobre la muerte y “la reconciliación de padres e hijos”.
Todo acaba siempre en la familia. En Longlegs, su hija tiene un pequeño papel, y su hermano, Elvis Perkins, compone la música. Hollywood es lo que conoce, y su cine también habla de cine. En una conversación, la protagonista de la película cuenta que de pequeña quería ser actriz, pero concluye que los niños intérpretes acaban fatal. “Ser actor jode a los niños, eso es indiscutible”, exclama el director, que cuenta en su reparto con estrellas infantiles como Kiernan Shipka (la niña de Mad Men) y Alicia Witt (actriz infantil en Dune y Twin Peaks).
Además, aunque el personaje de Nicolas Cage basa su aspecto en varias estrellas de rock, no es difícil atisbar a Michael Jackson en su voz, en el maquillaje blanco y en cómo utiliza a los padres como cómplices. El director no había pensado en la similitud: “Lo bonito de hacer películas es que proyectas tu sueño y luego dejas que sea de otros. Jamás pensé en eso. Pero ¿tiene sentido? Totalmente, estoy de acuerdo”. Perkins solo tiene elogios para Cage, que fichó como productor tras leer el guion. Junto a él diseñó su manierismo y movimientos. El actor no se mezcló con el resto del reparto para que, cuando aparece por primera vez, la respuesta a su caracterización, escondida también del material promocional, fuera real.
Pero el éxito de una propuesta así también le trae opiniones polémicas. Como la del director Paul Schrader en su Facebook, quien recordaba cómo jugaba con sus padres a las charadas en casa para después concluir que, pese a que Osgood le parezca talentoso, no aprueba que se estanque en el “gueto del terror (...) ¿Por qué los cineastas independientes solo reciben financiación en el miedo?”. A Perkins no le gusta esa expresión: “Implica que el terror es algo menor y que está todo dicho. Pero hay apetito. Hay películas tontas, pero el horror trata del infinito, de la curiosidad alrededor de los grandes misterios de la existencia, sobre lo que no podemos tocar ni responder. No hay jardín más fértil”. En él, Perkins seguirá plantando todos los traumas que ahora no son solo de su familia, sino de todos.