Rosario de Velasco, la pintora olvidada del 27, resucita en el Thyssen

Tras un exitoso llamamiento en redes, el museo y su sobrina nieta recuperan la obra de la pintora madrileña, de gran reconocimiento antes de la Guerra Civil, cuyo recuerdo fue diluyéndose hasta casi desaparecer de los libros de historia

'Gitanos' (1934), de Rosario de Velasco.

La trayectoria de la pintora y dibujante Rosario de Velasco (Madrid, 1904-Barcelona, 1991), especialmente su etapa más temprana, fue una concatenación de éxitos. Enmarcada en la generación de las Sinsombrero, la de las mujeres del 27, se formó con Fer­nando Álvarez de Sotomayor, pintor académico y di...

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La trayectoria de la pintora y dibujante Rosario de Velasco (Madrid, 1904-Barcelona, 1991), especialmente su etapa más temprana, fue una concatenación de éxitos. Enmarcada en la generación de las Sinsombrero, la de las mujeres del 27, se formó con Fer­nando Álvarez de Sotomayor, pintor académico y director del Museo del Prado. Expuso sus obras dentro y fuera de España —en París, Pittsburgh y la Bienal de Venecia—, fue premiada y celebrada, los periódicos hablaban asiduamente de ella e intimó con intelectuales de la talla de Dionisio Ridruejo y María Teresa León. Sin embargo, hasta hace apenas un año, ni usted ni yo habíamos oído nunca su nombre. Si acaso, podía sonar de vista su lienzo Adán y Eva, una obra expuesta en el Reina Sofía y situada entre las más populares de las postales que despacha el museo. Pero más allá de esa pintura, casi nadie sabía nada de Rosario de Velasco.

'Adán y Eva', 1932. Museo Reina Sofía.

Quien sí la conocía, por puro vínculo de parentesco, era su sobrina nieta, la periodista Toya Viudes, que creció admirando las obras de la artista colgadas en las paredes de su casa. A Viudes le constaba que aquella mujer vivió, pintó y fue reconocida profesionalmente, sobre todo antes de la Guerra Civil, aunque tampoco tenía mucha más información sobre el paradero de sus obras, de las que no existía inventario, ni imaginaba el interés que despertaría una posible exposición con la que fantaseaba con cada vez más nitidez. La casualidad quiso que se topara con el gestor cultural Miguel Lusarreta, y por su recomendación acudió al Thyssen en busca de un apoyo que, para su sorpresa y alegría, les fue brindado.

Una vez asegurada la posibilidad de montar una retrospectiva —que finalmente se inaugura este martes y se prolongará hasta el 15 de septiembre— vino este mensaje en Twitter, el 13 de mayo de 2023, para tratar de localizar las obras de De Velasco:

¿Reconoces esta firma? ¿La has visto en algún cuadro? Para una exposición en el @MuseoThyssen buscamos obra de mi tía abuela ROSARIO DE VELASCO (1904-1991).

Por favor, comparte y ayúdanos a encontrarla.

Gracias

'Retrato del doctor Luis de Velasco' (hacia 1933), de Rosario de Velasco.

Aquellas palabras lanzadas en el océano de datos encontraron quien las escuchara y hoy se han hallado cerca de 400 piezas. En las semanas que siguieron al tuit fueron apareciendo propietarios de las obras de la artista, cuya firma, un monograma de sus iniciales, RdV, dificultaba su identificación como autora. Las instituciones que conservan su legado (del Reina Sofía y el Museo del Traje al Centro Pompidou de París), las casas de subastas que habían vendido sus obras y las galerías que las habían expuesto se sumaron a la expedición localizando piezas y compradores, muchos de ellos allegados a la pintora. Después apareció una doble página en La Vanguardia, periódico al que recurrieron los organizadores, dado que la artista residió la segunda mitad de su vida en Barcelona. Al fin, siguieron otra ristra de medios como la SER o El diario de Burgos, que sacó a la luz la etapa de la pintora en un pueblo de la provincia, Espinosa de los Monteros, donde realizó un mural, hoy desaparecido, en el santuario de Nuestra Señora de las Nieves en Las Machorras.

A Burgos, De Velasco llegó huyendo de un Madrid asolado por la guerra. Allí pasó unos años antes de recalar definitivamente en Barcelona, donde, como siempre había hecho, se siguió relacionando con los círculos intelectuales del momento, siendo particularmente cercana al escritor Eugenio D’Ors. También continuó pintando —lo haría hasta caer enferma dos años antes de su fallecimiento—, pero ya nada fue igual que en Madrid. En plena guerra se casó con un médico y tuvo una hija y, bajo la dictadura, perdió la cota de libertad que habían alcanzado las mujeres durante la República. Su estilo fue transformándose desde una rotunda modernidad clasicista inspirada por el Quattrocento italiano —su devoción como pintora— hacia una figuración más tendente a la abstracción que no casaba con los gustos de la época. Tampoco quiso tener un marchante que le llevara la obra. Y, poco a poco, pero inexorablemente, su nombre fue borrándose de la historia.

Rosario de Velasco pintando, década de 1920.

Tras la I Guerra Mundial, un grupo de artistas europeos abandonó los experimentos de las vanguardias y abogó por un retorno a la figuración: es el movimiento de “vuelta al orden” en el que Elena Rodríguez, la comisaria técnica, enmarca a De Velasco. “Ella es una de las representantes más notables de la vuelta al orden en España, que realizó una obra muy brillante y se situó entre los grandes artistas de la primera mitad del siglo XX español”, resume Rodríguez. En Italia, el exponente es la pintura metafísica de Giorgio De Chirico. En Alemania, la Nueva Objetividad de Otto Dix y George Grosz. Ahí, en ese hueco, encaja Rosario de Velasco, quien siempre se autodefinió como moderna, pero dentro de los cánones de lo clásico.

Entreguerras

La exposición deslumbra no solo por lo que se refiere a la desconocida obra de De Velasco, sino también por el descubrimiento de lo que España aportó a aquel movimiento artístico de Entreguerras. El recorrido arranca con un delicioso autorretrato de la autora que marca el pulso de lo que se irá viendo a cada paso: retratos de familiares como su hermano, médico representado a través de los objetos propios de su profesión; bodegones y maternidades, muchas maternidades, escenas domésticas y carnavalescas, un estudio preparatorio con tres cabezas de ángeles para el mural perdido de Las Machorras, momentos de su hogar en Villanova y el famoso Adán y Eva del Reina Sofía, con una original perspectiva a vista de pájaro en la que Eva, la mujer, aparece situada por encima del hombre. Aquel cuadro, como recuerda la comisaria, ganó en 1932 la segunda medalla de pintura en las Exposición Nacional de Bellas Artes. Si no se llevó el primer premio, fue porque “le dijeron que no había precedentes” de que una mujer fuera galardonada.

'Carnaval' (anterior a 1936), en el Centro Pompidou. Bertrand Prévost / RMN-GP

“En muchos casos maneja grandes formatos, lo que no era tan común en una mujer, y en figuras como las de la pintura Las lavanderas puede verse mucho del primer Renacimiento de Botticelli. En varias entrevistas ella menciona a pintores como Masaccio y Mantegna, porque siempre tuvo predilección por el Renacimiento”, agrega Rodríguez, que subraya, también, la inclinación de la pintora por la máscara y la teatralidad. “Tiene una línea de trabajo dedicada al espectáculo en general y al carnaval en particular, y en la exposición tenemos algunas obras, pero sabemos que hay más porque las hemos visto en la prensa. Con esta muestra, que tendrá una segunda vida en el Museo de Bellas Artes de Valencia, no perdemos la esperanza de que puedan aparecer más piezas de ese momento, y así poder seguir aumentando este legado”.

Pintora de educación clásica en lo formal y mujer católica en lo espiritual, procedente de una familia de posición holgada que siempre favoreció su vocación, De Velasco llegó a estar afiliada en sus primeros años a La Falange, lo que no influyó en su visión artística ni tampoco impidió su profunda amistad con adscritos a otras ideologías como su íntima María Teresa León, comunista. Para ella creó las ilustraciones de su libro Cuentos para soñar, con maravillosos personajes oníricos que se exponen al final de la muestra del Thyssen junto a otros dibujos que De Velasco realizó para distintas publicaciones. “Para muchas artistas de la época”, recuerda la comisaria, “la ilustración era un medio para ganarse la vida, porque a pesar de los aires de modernidad de la República, el mundo del arte era una carrera de obstáculos para las mujeres”.

'Las blancas hojas de un nenúfar se entreabrieron' (1927), ilustración para 'Cuentos para soñar', de María Teresa León. © Jonás Bel

Un siglo después, los agentes de la historia del arte intentan enmendar los errores del pasado devolviendo el foco a mujeres olvidadas como Rosario de Velasco o Isabel Quintanilla (1938-2017), pintora del grupo de los Realistas de Madrid a quien el Thyssen dedicó recientemente otra exitosa monográfica, la primera protagonizada en ese museo por una artista española. “Las exposiciones son siempre una oportunidad para seguir estudiando, por eso ahora hay que seguir investigando a estas artistas, agrandándolas en su contexto y poniéndolas en relación con sus colegas femeninas y masculinos”, subraya Elena Rodríguez. “En el caso de Rosario de Velasco, no nos podemos quedar solamente con su primera época”, remata Toya Viudes, su sobrina nieta. “Creo que es de justicia enseñar todo lo que hizo, y es verdad que ahí hay una labor. Pero yo digo que, si hemos conseguido una exposición en el Thyssen, ¿por qué no vamos a conseguir otra?”.

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