Soldados estadounidenses presencian una prueba nuclear.GETTY

EE UU se planteó lanzar la primera bomba atómica en Alemania antes de capturar intacto el puente de Remagen

Una apasionante exposición en Berlín debate sobre qué hubiera sucedido de tomar la historia alemana caminos alternativos y señala que la muerte de Hitler en el atentado frustrado del 20-J no habría cambiado el Holocausto

Alemania y no Japón podría muy bien haber sido el primer país en sufrir un ataque nuclear en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. EE UU se planteó arrojar la bomba atómica sobre una ciudad alemana para conseguir la rendición del III Reich, con lo cual habría sido una urbe en el centro de Europa y no Hiroshima la primera en sufrir esa nueva y atroz clase de devastación. Lo recuerda y explora una interesantísima exposición de historia alternativa en el ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Alemania y no Japón podría muy bien haber sido el primer país en sufrir un ataque nuclear en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. EE UU se planteó arrojar la bomba atómica sobre una ciudad alemana para conseguir la rendición del III Reich, con lo cual habría sido una urbe en el centro de Europa y no Hiroshima la primera en sufrir esa nueva y atroz clase de devastación. Lo recuerda y explora una interesantísima exposición de historia alternativa en el Deutsches Historisches Museum (DHM), el Museo Histórico Alemán de Berlín. Las consecuencias políticas y morales de esa decisión habrían cambiado profundamente la historia de Alemania y del mundo (¿se hubiera alineado la Alemania Federal con la Alianza Atlántica?, ¿hubiera tenido el mismo peso la culpa alemana por el Holocausto?). La victoria sobre la contraofensiva de Hitler en las Ardenas (16 de diciembre de 1944 a 25 de enero de 1945) y la fortuita captura el 7 de marzo de 1945 del puente de Remagen intacto (“el milagro de Remagen”), que ofreció a los Aliados un paso inesperado sobre el Rhin —cuyo cruce se preveía dificilísimo— fueron decisivos, se señala en la exposición, para que EE UU no lanzara la bomba atómica sobre Alemania, pues acortaron la guerra en Europa y permitieron acabarla de manera convencional (el 8 de mayo de 1945), haciendo ya innecesario el uso del nuevo arma nuclear.

La posibilidad de que Alemania hubiera sido el blanco de una bomba como Little Boy (la lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945) es uno de los temas que aborda el DHM en la exposición titulada, en una mezcla de inglés y alemán, Roads not Taken. Oder: Es hätte auch anders kommen können (Caminos no tomados. O: podría haber sido diferente). La muestra, muy extensa y documentada, ocupa la planta sótano del espectacular anexo moderno Pei-Bau, obra de Ieoh Ming Pei, que es la única parte del centro abierta al público (entrada por Hinter dem Gieshaus) hasta que concluya en 2025 la reforma del edificio histórico que alberga la colección permanente, el monumental Zeughaus (Arsenal), en Unter der Linden.

La exhibición, que puede visitarse hasta el 11 de enero de 2026, propone un insólito ejercicio de What if?, (¿Y si…?), como se conoce a la historia alternativa o contrafactual, sobre 14 momentos claves de la historia alemana que podrían haber ido de manera distinta (todos de los siglos XIX y XX). La muestra incluye fotografías, vídeos, carteles, pinturas, y objetos tan variados como una papeleta de elecciones para el Reichstag en la que sólo puedes votar a Hitler, un Pickelhaube (casco prusiano con pincho), un rifle Dreyse de 1862 o un juego de habilidad estadounidense de 1955 que requiere colocar sendas bombas de juguete sobre Hiroshima y Nagasaki.

Un blindado alemán avanza sobre la nieve durante la batalla de las Ardenas.Cordon Press

Otra fascinante especulación que se incluye es qué hubiera sucedido de morir Hitler en el atentado del 20 de julio de 1944 llevado a cabo por Stauffenberg en la Wolfschanze, la Guarida del Lobo, en la Operación Valkiria. La exposición subraya que aunque la muerte del líder nazi hubiera conducido al armisticio habría llegado demasiado tarde para las víctimas del Holocausto, pues el exterminio de los judíos en la esfera de dominio nazi prácticamente ya se había consumado del todo. En cambio, se hubieran salvado muchas vidas alemanas: el 34% de las bajas del Ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial se produjo entre verano de 1944 y el final de la contienda, 348.960 solo en el mes de agosto. Otros momentos cruciales de la historia alemana de los que se imaginan evoluciones distintas son las protestas y manifestaciones de octubre de 1989 en la República Democrática Alemana (RDA) que desembocaron en la caída del Muro de Berlín —¿qué hubiera pasado si hubieran sido reprimidas brutalmente como las de ese mismo año en Beijing?—, o la genuflexión de Billy Brandt en Varsovia ante el monumento a los mártires del gueto —¿qué hubiera sucedido de perder el canciller la moción de censura de 1972?—.

Figuran también en la muestra un ámbito sobre el supuesto de que la construcción del Muro de Berlín en 1961 desencadenara una tercera guerra mundial (se puede ver el mobiliario del búnker anti nuclear que se construyó el gobierno de la RFA), otro sobre una posible reunificación alemana bajo auspicio comunista, y otro más imaginando que el bloqueo de Berlín llevara a un enfrentamiento abierto. El supuesto de que Francia impidiera la remilitarización de Renania en 1936, que se hubiera producido una dictadura militar en Alemania en vez de la dictadura nazi, o que se hubiera mantenido la monarquía en lugar de dar paso a la República de Weimar también son analizados.

Imagen tomada en Hiroshima el 12 de agosto de 1945, seis días después del lanzamiento de la bomba. A unos 300 metros del hipocentro se ve la estructura de un tranvía en medio de un terreno devastado. Los pasajeros de baja estatura sobrevivieron al quedar "protegidos" por los más altos.Asociación de Fotógrafos Japoneses de la Bomba Atómica

En cuanto a la bomba atómica, la muestra invita a imaginar que EE UU hubiera lanzado una sobre Alemania en 1945 “lo que no sucedió, por supuesto, pero no es tan descabellado como podría parecer”, se subraya. De hecho, la exposición recoge un fragmento de las memorias del general Leslie R. Groves, director del Proyecto Manhattan, el programa para fabricar la bomba, en las que el militar señala: “El presidente Roosevelt me informó de que si la guerra en Europa no había acabado antes de que tuviéramos nuestras primeras bombas quería que estuviéramos listos para lanzarlas en Alemania”. Groves detalla que era “el 30 o 31 de diciembre” de 1944, Roosevelt estaba “muy preocupado con la Batalla de las Ardenas y me preguntó entonces si podía bombardear Alemania además de Japón”. La exposición recuerda que un millón de soldados lucharon en la última finta de Hitler en el Oeste, que infligió más bajas en las fuerzas estadounidenses que cualquier otra batalla terrestre de la Segunda Guerra Mundial. Y concluye que, de haber tenido éxito, “podría haber incitado a desplegar la bomba”.

Otro episodio que habría sido decisivo en el lanzamiento o no de la bomba, indica la exposición, es el del puente Ludendorff de Remagen. En la muestra, que incluye un trozo de piedra de dicho puente (quien firma tiene uno, mucho más pequeñito) se especula con que los explosivos puestos por los alemanes no hubieran fallado como lo hicieron y el puente se hubiera venido abajo antes de poderlo cruzar los Aliados. Como consecuencia, puede leerse en una cartela, “el fin de la guerra en Europa se extiende meses. Para forzar a los alemanes a capitular el presidente Harry Truman (que había sucedido a Roosevelt, decide lanzar la primera bomba atómica en Alemania”.

Personal militar estadounidense desmonta el reactor experimental nazi en Haigerloch al final de la guerra.

Invitado por los organizadores de la muestra a dar su opinión, el director del Departamento de Guerras Mundiales en la Oficina Alemana de Investigación de Historia Militar (Militärgeschichtliches Forschungsamt), Karl-Heinz Frieses, afirma: “La respuesta a este asunto no requiere mucha imaginación, y hace estremecerse a los historiadores. La primera bomba atómica no habría caído en Hiroshima sino en una ciudad alemana”.

La exposición incluso sugiere qué ciudad habría sido esa (de no haberse apostado por la mayor y haberla lanzado en Berlín, pero recordemos que en Japón se optó por no realizar el ataque nuclear contra la capital, Tokio): Ludwigshafen. Se trata de una ciudad del actual land de Renania-Palatinado que con Mannheim y Heidelberg es de las más importantes de la región del Rin-Neckar. Originario de la ciudad y a la sazón entonces, con 15 años, sirviendo en las defensas antiaéreas como miembro de las Juventudes Hitlerianas, era Helmut Kohl (1930-2017), que no habría tenido luego una carrera tan destacable de haberle caído la bomba encima.

El general John Leslie R. Groves y Robert Oppenheimer inspeccionan el sitio del primer test de la bomba atómica en 1945. AP

Ludwigshafen, conocida como la “ciudad de la química” y un blanco habitual de los bombarderos Aliados por su complejo industrial y armamentístico (en ella estaba la planta de IG Farben) era un objetivo lógico. En la Segunda Guerra Mundial contaba con una población de 170.000 habitantes y la exposición calcula (para especial horror de los visitantes alemanes), basándose en los efectos en Hiroshima y Nagasaki, que unos 50.000 habrían muerto instantáneamente con la bomba y otros tantos lo habrían hecho al cabo de un año a causa de sus efectos.

No todos los historiadores están de acuerdo en que EE UU hubiera lanzado la bomba sobre Alemania. Consultado por este diario, Antony Beevor señala que él no hace historia alternativa pero que en todo caso los estadounidenses no la habrían tirado estando las líneas del Ejército Rojo tan cerca. “El viento dominante en el norte de Europa es del oeste así que las consecuencias de la explosión habrían ido a caer directamente sobre las líneas soviéticas. ¡Es fácil imaginar cómo habría reaccionado un paranoide Stalin!”.

Un cubo de uranio de los experimentos nucleares alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, en la exposición del Museo de Historia Alemana en Berlín.

Paradójicamente, EE UU, recuerda la exposición, había iniciado su desarrollo del arma nuclear como una manera de prevenir que los alemanes fueran los primeros en tenerla, conscientes de que Alemania era pionera en la investigación de la fisión nuclear. De hecho, los aliados siempre temieron que los nazis tuvieran un as atómico en la manga: llegaron a considerar la posibilidad de que los alemanes desplegaran una suerte de barrera radioactiva en las playas de Normandía para evitar el desembarco.

La muestra recorre en un apartado la historia de los intentos de Alemania por lograr la bomba, un arma que afortunadamente Hitler nunca llegó a poseer. Qué tan cerca estuvieron los nazis de lograrla es algo sobre lo que se sigue especulando. Entre los objetos que se exhiben, figura un cubo de uranio, reliquia del programa de investigación nuclear nazi y uno de los 664 recuperados tras el test de un reactor nuclear experimental en Haigerloch (en un centro que parecía el castillo de Drácula en comparación con los vastos espacios y modernas instalaciones de Los Álamos) hacia el final de la guerra.

Werner Heisenberg.

La exposición apunta que la marcha inicialmente favorable de la guerra para los alemanes ralentizó la investigación nuclear (en la que eran punteros) y luego, en una contienda que se volvió de supervivencia ya no hubo suficientes recursos para ella (sin olvidar, por supuesto, la hazaña de los héroes de Telemark saboteando la planta de agua pesada de Vermok). Probablemente jugaron un papel asimismo la falta de imaginación y cultura científica de Hitler, que prefería invadir Polonia por los medios tradicionales —donde se ponga un Panzer…—, y su desprecio por lo que le parecían elucubraciones judías (además de la purga de talento científico que provocó el antisemitismo nazi). Se ha señalado también que la figura más célebre del programa alemán, el ambiguo y enigmático Nobel Werner Heisenberg, no era, a diferencia de Robert Oppenheimer en el otro bando, mucho más centrado en la tarea, la personalidad adecuada. Lo que sí parece incuestionable es que si Hitler hubiera tenido la bomba la hubiera empleado sin ningún problema (pues bueno era Hitler), y que si no la tuvo fue porque los científicos alemanes no supieron hacérsela y no porque tuvieran ningún prejuicio moral o principios como intentaron sugerir algunos tras la guerra (véase el clarificador y apasionante Hitler’s Scientists, Science, War ant the Devil’s Pact, de John Cornwell, Viking, 2003).

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Sobre la firma

Más información

Archivado En