Manolo Summers, el cineasta más perseguido por la censura, emerge del olvido y el silencio
Una exposición en Huelva, un seminario en la Universidad de Sevilla y el estreno de un documental recuperan la figura del director de cine y dibujante andaluz
El día del fallecimiento de Manolo Summers (Sevilla, 1935-1993), en un caluroso junio sevillano, el director de cine Basilio Martín Patino escribió en la necrológica que le dedicó en EL PAÍS: “Me duele constatar ahora precisamente, en esta ocasión tan obscena, que en la batalla contra las distintas formas represivas, políticas, críticas, industriales, a un creador de su talla se le rompa la oportunidad histórica de desquitarse”. A su juicio, desde su voluntad imposible de ser libre, el cineasta y viñetista andaluz...
El día del fallecimiento de Manolo Summers (Sevilla, 1935-1993), en un caluroso junio sevillano, el director de cine Basilio Martín Patino escribió en la necrológica que le dedicó en EL PAÍS: “Me duele constatar ahora precisamente, en esta ocasión tan obscena, que en la batalla contra las distintas formas represivas, políticas, críticas, industriales, a un creador de su talla se le rompa la oportunidad histórica de desquitarse”. A su juicio, desde su voluntad imposible de ser libre, el cineasta y viñetista andaluz llegó más lejos que nadie a la hora de “enfrentarse a la peste de los censores. O a los poderosos del cine, o a los críticos que en algún momento asumieron su acoso y derribo desde un dogmatismo vergonzante”. Han pasado 30 años y después de un larguísimo silencio, tan cruel como lo fue en su momento la censura franquista, le ha llegado a Manolo Summers su momento. Manolo y no Manuel, como lo quieren reivindicar su familia y allegados. Esa oportunidad para desquitarse de los clichés y de un olvido para muchos injusto.
En un divertido juego de palabras, It’s Summers Time es la gran exposición que se inaugura este miércoles 10 de enero en la Diputación de Huelva y que abre un tiempo de homenajes en sus dos patrias —la onubense, en la que vivió de niño este cineasta que miró siempre a su infancia, y Sevilla, donde nació y murió— que continuará con la celebración de un simposio en la Universidad Hispalense, previsto entre los días 25 y 28 de enero, y el estreno de un documental en marzo, que vendrán a refrendar “la tesis de que estamos ante uno de los 10 directores más destacados del cine español de todos los tiempos”, según sostiene con rotundidad el comisario de los actos, Miguel Olid, encargado también de la dirección del documental.
Olid, acompañado en la parte expositiva por el periodista y crítico literario Fran G. Matute, ha invertido los siete últimos años de su vida en estudiar la figura y la obra de Manolo Summers y quiso, antes de ver sus películas, “entender al personaje”. Para ello, la censura es un elemento clave. Su terrible relación con la Delegación Nacional de Propaganda, que velaba por el cumplimiento de la Ley de Prensa instaurada en la dictadura, marcaría el desarrollo de toda su obra, pero también de su personalidad, rabiosa, absolutamente irreverente, ácrata, inadaptada, “como queriendo escapar, hastiado, al otro lado del espejo”, tal y como escribió Patino.
Olid viajó a Alcalá de Henares, en cuyo Archivo General de la Administración se custodian todas las carpetas grises plagadas de dosieres con los informes de la censura sobre las películas de Manolo Summers. Encontró joyas como ésta: “Sacrílega, obscena, soez, responde a la obsesión del autor por la sexualidad y la juventud. En realidad, podría incurrir en delito de corrupción de menores por la intervención de jóvenes actores-niños, en secuencias pornográficas, especialmente de masturbación colectiva” (en relación a la película Ya soy mujer, 1975). No fue un informe aislado. “Director morboso”, “repugnante” y otros calificativos igualmente terribles adornan casi todos los expedientes de las películas que pasaron por la censura hasta su desaparición en 1977.
“Hubo tal animadversión hacia él que incluso cabe hablar de una summersfobia. Casi todas sus películas sufrieron cortes, más que ningún otro cineasta de su época, pero tal vez la más mutilada fue Juguetes rotos (1966)”, explica Olid. Summers no se calló nunca y se enfrentó a estos juicios en una batalla sin cuartel. “Lo decían los propios censores: es el cineasta que más problemas nos ha dado”, insiste el comisario.
“Hemos rastreado muchas de las entrevistas que realizó Manolo Summers en los medios de comunicación durante las décadas de los sesenta y setenta y no hay una sola vez en la que no hable y se meta con la censura. Definitivamente, es el gran tema de Summers. Saca a los censores en sus películas y se burla de ellos, también en las viñetas. Se estableció una guerra abierta entre la censura y él”, le apoya Matute, comisario de la exposición que se inaugura este miércoles y que recoge todo tipo de documentos originales custodiados por la familia, entre dibujos y viñetas, story boards, guiones escritos a mano, carteles originales, fotocromos y cortometrajes inéditos. “Summers era un coleccionista impresionante, así que teníamos que hacer algo a lo grande”, explica el comisario.
La exposición recorre, a través de todo tipo de objetos, lo que los comisarios aseguran que fueron “las siete obsesiones” del director de cine: la infancia, la religión, la autoridad y el poder, el sexo, la censura, el deporte y la muerte. Reconocido como un humorista singular, la ironía es una cuestión transversal que recorre toda la muestra. “Está presente siempre, no hay nada solemne en su obra, todo está mirado con ironía o directamente con humor”, explica Matute.
De la otra parte, tras el personaje, se encuentra su filmografía, apasionadamente desigual, por la que una parte de la crítica ejerció ese “acoso y derribo” al que hacía alusión Patino en su necrológica; y que será estudiada en la vertiente más intelectual de este homenaje desde la Universidad de Sevilla.
Se refiere el comisario a una trayectoria —cuando Summers murió acumulaba una veintena de títulos en su filmografía— que comenzó disparada tras el estreno de su primer filme, Del rosa... al amarillo (1963), con el que consiguió la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián. El sevillano logró con sus cuatro primeras películas el éxito del público, pero también el de la crítica y los certámenes. “¿Pero qué le pasó a ese cineasta prometedor, que rompía moldes con su agridulce visión del mundo, para que terminara orientando su cine hacia el oportunismo más descarado a medida que iba perdiendo, él y todos sus compañeros, el lugar de privilegio que el cine español parecía prometerles en sus inicios?”, escribía también en EL PAÍS el crítico Mirito Torreiro, figura central en el documental que se estrenará en marzo junto a cineastas como Fernando Trueba y José Luis Garci.
Es este el gran dilema que plantea la carrera del cineasta. “La imagen popular es muy difícil de vencer, de rehacer, porque a nivel popular se le recuerda por sus últimas películas, las de cámara oculta sobre todo y las que hizo con Hombres G [el líder de la banda, David Summers, es su hijo], y luego como dibujante, que es otra faceta muy importante en su carrera. Solo es recordado por sus trabajos más simplones, cuando detrás de esa última etapa hay un director de cine verdaderamente interesante”, asegura Fran G. Matute. Incluso El sexo ataca, “una de sus peores películas”, a juicio de Olid, es salvada por el comisario de la exposición por cuanto tiene de “psicodelia, es una película pop, experimental”.
Lo cierto es que el cine de Manuel Summers murió con él. Recientemente ha salido un pack de remasterización de películas, ahora ya se pueden ver algunas de ellas en las plataformas digitales, “pero hasta hace un año no había ninguna, era un cineasta absolutamente olvidado, sus películas estaban descatalogadas”. “Manolo Summers hijo ha sido el que ha ido recuperando sus películas, digitalizándolas, moviéndolas por las cadenas de televisión y comprándolas porque hasta hace poco no se podía ver nada”, lamenta Olid.
En este olvido puede haber algo también de injusticia hacia un cineasta que, a pesar de la crítica, obtuvo un enorme favor del público: “De las 20 películas que hizo Summers, 10 fueron vistas por más de 900.000 espectadores. Ahora hablar de 200.000 se considera ya un éxito”. En concreto, Adiós, cigüeña, adiós (1971) fue vista por tres millones de personas; y No somos de piedra (1968) por dos millones, cifras que hoy en día son imposibles. “En Colombia, por ejemplo, según la publicidad de la época, Adiós, cigüeña, adiós recaudó más que El padrino de Coppola. Un director andaluz que haya tenido ese éxito en España y fuera de España creo que no lo hemos tenido todavía”, sostiene Olid.