El ‘Napoleón’ de Ridley Scott no convence en Francia: “Un filme muy antifrancés”

Los historiadores apuntan a los errores factuales y a un sesgo hostil al emperador en la película del director de ‘Blade Runner’

El director británico Ridley Scott y el actor estadounidense Joaquin Phoenix, a la izquierda, en la presentación de la película 'Napoleón', el pasado lunes en Madrid.Foto: Juanjo Martín (EFE)

Un inglés contando la vida del César francés. Una historia que comienza con un error (Napoleón Bonaparte asistiendo a la decapitación de María Antonieta, cuando no estaba ahí) y concluye con una retahíla de cifras sobre los millones de muertos que dejó en Europa (el subtexto: fue un antecesor de Hitler y Stalin). Peor aún: con el Empereur y el resto de protagonistas franceses hablando en inglés. ¿Qué podía ...

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Un inglés contando la vida del César francés. Una historia que comienza con un error (Napoleón Bonaparte asistiendo a la decapitación de María Antonieta, cuando no estaba ahí) y concluye con una retahíla de cifras sobre los millones de muertos que dejó en Europa (el subtexto: fue un antecesor de Hitler y Stalin). Peor aún: con el Empereur y el resto de protagonistas franceses hablando en inglés. ¿Qué podía salir mal?

La película de Ridley Scott, que se estrena esta semana, ha tocado una fibra sensible en Francia. No hay tantos líderes en el mundo que tengan su mausoleo en el centro de la capital: Lenin, Mao... Y Napoleón, cuyos restos reposan en el monumento de los Inválidos. No se entiende este país sin el hombre que encarnó el último verdadero momento de potencia francesa en el mundo, y construyó la arquitectura del estado moderno.

“Soy un incondicional de Ridley Scott”, decía el martes por la noche el historiador Jean Tulard. Además de incondicional del director de Blade Runner, Alien y Gladiator, lo es de Napoleón, o al menos uno de sus estudiosos más insignes y biógrafo de referencia. Tulard intervenía en un coloquio organizado por la revista Le Figaro Histoire en L’Arlequin, un cine parisino en el que el público acababa de asistir al preestreno de Napoleón. Precisó el historiador: “Les hablo en tanto que cinéfilo”.

La precisión era importante. Porque, a continuación, tanto Tulard como los otros historiadores que participaron en el coloquio procedieron a desmontar ―con elegancia, pero implacables― la película que acabábamos de ver. Algunas valoraciones escuchadas en el escenario de L’Arlequin: ”Escamotea el paisaje político”; “me ha decepcionado la ambientación”, “en la batalla de Austerlitz, no se entiende nada”; “es un Napoleón incompleto”; “a veces, monolítico”.

Tulard, que a sus casi 90 años exhibe una bibliografía de decenas de libros sobre Napoleón Bonaparte, se sinceró al final de la charla cuando se le preguntó si la nueva película era una buena puerta de entrada para quien no conociese a Napoleón. Su respuesta: “Admiro a Ridley Scott, pero como profesor de Historia en la Sorbona desaconsejaría ver esta película”. Aplausos en el patio de butacas. “Como cinéfilo, sí”, resumió. “Como historiador, ¡no!”.

Joaquin Phoenix, en una escena de 'Napoleón'.KEVIN BAKER

Como sucede con cualquier recreación ficticia del pasado —desde el parque temático Puy du Fou hasta la mejor novela histórica— las críticas al Napoleón de Scott se despliegan en dos planos. El primero es el de los hechos. Y ahí la audiencia francesa quizá sean más puntillosa e irritable que el resto, porque se habla de lo suyo. Hay un sentimiento, aunque no se use esta expresión, de apropiación cultural. Suele hablarse de apropiación cultural cuando una mayoría usa los símbolos o tradiciones de una minoría oprimida. En este caso el apropiador sería un inglés y el apropiado, el francés.

Tulard señala, por ejemplo, que Napoleón nunca cargó con el sable en Waterloo, aunque lo entiende porque “es el lado Gladiator, y se le perdona a Ridley Scott”. Otro historiador especialista en la época y el personaje, Patrick Gueniffey, ha denunciado en el semanario Le Point más errores. Uno es la mencionada presencia del futuro dictador en la decapitación de la reina María Antonieta, cuando en ese momento Bonaparte se encontraba en el sitio de Tolón, a más de 800 kilómetros de París. Otra escena inventada es el bombardeo de las Pirámides.

Hay un segundo plano en la crítica, que apunta a la imagen que de Napoleón transmite Ridley Scott. No es que en Francia se soslayen sus pecados, como la dictadura, el restablecimiento de la esclavitud o las guerras sin fin. Pero molesta que el protagonista aparezca como “la caricatura de un ambicioso, el ogro corso, un patán enfurruñado y al mismo tiempo zafio con su esposa”, según Gueniffey. “Ridley Scott”, añade, “no se da cuenta de la absurdidad lógica: ¿cómo un personaje tan bobo, tan mediocre y ridículo llegó a escribir semejante destino?”.

El historiador, autor del monumental Bonaparte, considera que Scott “retoma la vieja caricatura que se hizo de Napoleón justo después de su caída, y que procedía de la Restauración o del enemigo inglés en el momento del congreso de Viena”. “Visiblemente, no ama a Napoleón”, lamenta. Y aquí aflora una idea que recorre una parte de la recepción de la película en Francia: “Es un filme contra Napoleón, quien, ciertamente, no merece solo elogios, pero está hecho sin matiz ni inteligencia”. Es un filme, remata, “muy antifrancés”.

¿Antifrancés? “El final lo es”, respondió Tulard mientras salía del cine. “La enumeración de los soldados muertos, que aparece de improvisto, muestra que hay una voluntad de hostilidad hacia Napoleón”. Otro participante en el coloquio, Geoffroy Caillet, redactor jefe de Le Figaro Histoire, añade: “Ridley Scott tiende a hacer creer que el Imperio se reduce a una historia de muertos, pero el Imperio es otra cosa: es la fundación de la Francia moderna después del caos de la Revolución y recuperando también una parte de la herencia de la monarquía, y toda esta dimensión, desgraciadamente, desaparece”.

La cifra de tres millones de muertos, que cierra dos horas y media de batallas y amoríos, disgusta. “Hay que recordar que Napoleón no cometió ningún genocidio. Se habla de muertos en el campo de batalla”, dice Caillet. Y sintetiza: “No es un filme antifrancés, pero sí con un punto de vista muy anglosajón”. Pero este incómodo y polémico final remite a otras visiones británicas del emperador, como la de Paul Johnson, autor de una pequeña biografía que concluía: “Ningún dictador del trágico siglo XX —desde Lenin, Stalin y Mao Zedong hasta tiranos pigmeos como Kim Il Sung, Castro, Perón, Mengistu, Saddam Hussein, Ceaucescu y Gadafi— estuvo libre de los ecos del prototipo napoleónico”.

Durante la proyección en L’Arlequin, nadie abandonó la sala, ni hubo abucheos. Tampoco aplausos. Un espectador suspiró al ver la cifra de los tres millones. Otro comentó: “No es que sea una película antifrancesa, es que es simplemente vacía.” La crítica no ha sido entusiasta. En algunos casos, directamente hostil, más allá de ideologías. El diario de izquierdas Libération ha escrito: “Sin realmente adoptar un punto de vista ni un enfoque particular, Napoleón es un filme tranquilamente indecente, muy seguro de su inanidad”. Napoleón no se toca. O se toca con cuidado. Al final del coloquio en L’Arlequin, varios gritaron: “¡Viva el Emperador!”.

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