Fran Drescher, presidenta del sindicato de actores de EE UU, tras 118 días de huelga: “Pensé seriamente que no sobreviviría”

La actriz, popular por su papel en la serie de los noventa ‘La niñera’, se ha convertido en el icono de los paros de los intérpretes y en el rostro de la SAG-AFTRA: “Siempre he aprovechado quién soy y mi fama en pos de un bien mayor”

Fran Drescher, presidenta del sindicato de actores, y Duncan Crabtree-Ireland, jefe de los negociadores, en la sede central de SAG-AFTRA, en Los Ángeles (California), el 10 de noviembre de 2023.M. PORCEL

Fran Drescher (Nueva York, 66 años) está exultante. Feliz. Atiende a llamadas, charlas en la radio y entrevistas, firma pósters de su sindicato, SAG-AFTRA. Después de cuatro meses de lucha, la actriz, popular por la serie de los noventa La niñera, ha logrado su principal objetivo: un acuerdo que considera justo para los 160.000 intérpretes de la unión sindical que preside. En julio se plantó ante los estudios y les pidió más, mucho más, y pese a las curvas del camino ha conseguido un pacto que supera los 1.000 millones de dólares (936 millones de euros) de mejoras económicas. Se le pint...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Fran Drescher (Nueva York, 66 años) está exultante. Feliz. Atiende a llamadas, charlas en la radio y entrevistas, firma pósters de su sindicato, SAG-AFTRA. Después de cuatro meses de lucha, la actriz, popular por la serie de los noventa La niñera, ha logrado su principal objetivo: un acuerdo que considera justo para los 160.000 intérpretes de la unión sindical que preside. En julio se plantó ante los estudios y les pidió más, mucho más, y pese a las curvas del camino ha conseguido un pacto que supera los 1.000 millones de dólares (936 millones de euros) de mejoras económicas. Se le pinta la alegría en la boca tras anunciar las condiciones en la sede de la agrupación que preside, el viernes pasado, y, sin prisa por marcharse, se sienta a charlar con EL PAÍS para una entrevista —realizada junto a la agencia EFE— en la que la adrenalina le gana al cansancio.

El encuentro se celebra en una sala de la planta baja del imponente edificio del sindicato, donde a la intérprete se le une Duncan Crabtree-Ireland (Memphis, Tennessee, 1972), director nacional del sindicato y jefe de los negociadores, que también respira aliviado y se anima a responder a alguna pregunta (a veces, en español, idioma que domina). Si se les pide que definan en una palabra cómo están, cómo se encuentran después de los 118 días de lucha, él responde: “Muy emocionados”. Ella, conocida por su fina verborrea, no puede usar solo una: “Cansada, aliviada y eufórica”.

Los dos reconocen que la emoción es sobre todo por “todas las personas que se han dejado tanto en los piquetes” en esos casi cuatro meses. “Estoy muy orgulloso del acuerdo, justifica por completo lo que hemos tenido que hacer para llegar hasta aquí, y cuando miremos atrás dentro de cinco o 10 años, diremos que en este momento fijamos los estándares”, afirma Crabtree-Ireland. Drescher reconoce que “el peso de la responsabilidad sobre quienes estaban en la huelga y con los negocios auxiliares que sufrían a causa de la misma” le generó una enorme cantidad de estrés.

“Solo el Estado de California ha perdido 6.000 millones de dólares [5.600 millones de euros], así que esto tenía que merecer la pena. Si no lo conseguíamos nos convertiríamos en unos parias en esta ciudad. Si no hubiera tenido éxito... Al final, no quedaba más opción que conseguirlo”, reflexiona. Y lo han hecho: un poderoso acuerdo por más de 1.000 millones de dólares (935 millones de euros) con mejora de los salarios, la salud y las pensiones y con un avance en cuanto a la inteligencia artificial donde los intérpretes están más protegidos.

Teníamos que hacer que el acuerdo mereciera la pena o nos convertiríamos en unos parias en esta ciudad.

“Nunca había estado en un entorno donde hubiera tanta ira dirigida a mí por energías masculinas”, reconoce Drescher, de 65 años y ninguna novata en entornos hostiles: ella creó, escribió, produjo y por supuesto protagonizó La niñera en los noventa, una serie como pocas entonces, donde era casi una parodia de sí misma. Narra la historia de una carismática muchacha judía veinteañera del Bronx que estudia un curso de estética como casi única salida, pero de la noche a la mañana se encuentra trabajando como niñera de una familia rica y (spoiler, un cuarto de siglo después) se enamora y se casa con el padre. La serie (que se inventó junto a su entonces marido y hoy mejor amigo, después de que se separasen en 1996 y él le contara que era homosexual) le otorgó una fama de la que jamás ha renegado, le dio fortuna para el resto de sus días y la colocó en situaciones de poder que la han ayudado a lidiar con las actuales. Aun así, estas no han sido fáciles de superar.

“Todo esto ha sido muy, muy duro para mi cuerpo. Según pasaba el tiempo, cada vez venía [a la sede del sindicato, epicentro de las negociaciones] menos y menos, e intervenía por videollamada porque la única manera en la que podía entrar desde mi sala de negociaciones hasta la sala de negociaciones de la Amptp [que agrupa a los estudios] era pasando tanto tiempo como pudiera en albornoz y con mi perro”, reconoce. La presidenta reflexiona acerca de su salud mental durante estos casi cuatro meses de huelga. “Tenía que mantener mi mundo muy pequeño. Apenas socializaba, descansaba y descansaba y descansaba muchísimo. Solo mis muy íntimos, con los que me sentía muy apoyada, podían entrar [en mi círculo] y me sentí muy apoyada por ellos, y comprendieron que estaba profundamente agotada. Toda mi energía estaba puesta en esto. Liderar a un grupo de este calibre jugándonos tanto me lo quitó todo. Me preocupé, pensé seriamente que no sobreviviría”.

Crabtree-Ireland asegura que para él fue importante tener a Fran junto a él. “Hablamos prácticamente todos los días durante todo el proceso, y creo que para mí fue de gran ayuda para asegurarnos de que estábamos en el mismo punto y saber cómo ayudarnos”, asume. “Creo que la compañía que nos hacíamos Fran y yo se convirtió en un ejemplo para todos nuestros miembros. Y nos hizo más fuertes”.

Famosa desde hace casi 30 años, Drescher venía de un entorno poco artístico, con una madre vendedora y un padre ingeniero naval analista de sistemas que, como ella misma ha contado en alguna ocasión, la ayudó a observar y gestionar su visión del mundo de manera diferente. En su “ciudad de provincias”, como la llama (Flushing, un barrio residencial al norte de Queens), aprendió lo que era una unión sindical gracias a los muchos electricistas que solían hacer paros. Y eso llegó a reflejarlo en su serie años después, y ahora en su vida real. Su cargo no está remunerado, y acaba de presentarse y de ganar la reeleción por otros dos años. “He liderado este sindicato sin cobrar y he pagado un alto peaje. Pero siempre he aprovechado quién soy y mi fama en pos de un bien mayor”, afirma sin pudor.

“No podría haber tenido cáncer sin convertirlo en un movimiento en pos de la salud”, relata acerca del tumor que le detectaron en el útero con 42 años

“No podría haber tenido cáncer sin convertirlo en un movimiento en pos de la salud”, relata acerca del tumor que le detectaron en el útero con 42 años. Tras un angustioso peregrinaje buscando paliar sus dolores, la única solución fue, al final, una histerectomía urgente. Escribió un libro y creó una fundación al respecto. “Y fui a Washington para redactar una ley”, destaca. “Fui colchón de la comunidad LGTBQ mucho antes de que mi marido saliera del armario. Siento que tengo una habilidad para luchar por quienes han sido marginados, y siempre he sido así. Así que cuando me pidieron ser presidenta, pensé: quizá todo lo que he hecho sea para llegar a este momento tan definitivo. Y eso fue antes de saber que iríamos a la huelga. Pero sabía que podía ayudar a este sindicato a alcanzar todo su potencial, que la gente seguiría el buen camino y se uniría con un liderazgo correcto. Ahora estamos en el buen camino”, asegura.

Fran Drescher (en el centro, de negro) by Duncan Crabtree-Ireland (detrás de ella) posan con el comité negociador del sindicato de actores de EE UU en su sede de Los Ángeles, California, el viernes 10 de noviembre de 2023.ETIENNE LAURENT (EFE)

Como actriz, Drescher sabe bien que la imagen es muy importante. El pasado 14 de julio se presentaba ante sus colegas y ante el mundo circunspecta, con el gesto serio, la cara lavada, el pelo secado al aire, ropa de deporte y una camiseta del sindicato de los 160.000 trabajadores a los que representa. Como actriz con cuatro décadas de carrera y buena conocedora de la importancia que tiene el aspecto, sabía lo que se hacía. Lo mismo que lo supo el pasado viernes 10 de noviembre, cuando se mostraba triunfal, sonriente, perfectamente maquillada y peinada, sin estridencias, y con un discreto vestido negro. Estaba saliendo del duelo por las pérdidas de empleos, de salarios y hasta de hogares de sus trabajadores, que han permanecido al pie del cañón durante 118 días hasta lograr un acuerdo justo. Pero ella sabía qué quería mostrar.

Y esa proyección de sí misma, ese giro que ha conseguido dar en estos meses, lo ha logrado también con los actores. “Creo que el público lo aprecia, porque tenían una concepción equivocada de que éramos esa especie de ricos liberales desconectados con el mundo real. Y ahora, de hecho, han sido conocedores de que el 86% de nuestros miembros ni siquiera alcanzan el umbral de los 26.674 dólares (24.950 euros) anuales necesarios para tener seguro médico. La mayoría de los intérpretes son artistas de oficio de clase media que solo quieren comida en la mesa, ropa para sus hijos y pagar el alquiler. Tenemos una enorme cantidad de figurantes que son nuestros miembros peor pagados, pero esenciales para todas y cada una de las producciones”, afirma. De hecho, esos figurantes han conseguido el mayor aumento salarial: un 11%, aplicado desde el primer momento (los actores normales, un 7%), un 4% más en julio de 2024 y un 3,5% en julio de 2025. “Así que creo que el público estadounidense ha podido llegar a vernos a través de una lente diferente”.

Con un discurso claro, profundo y culto sin perder lo didáctico, Drescher ha ido calando en el público hablando de huelgas, sindicatos y de construir “con ladrillos” la unión de sus miembros. “Me gusta citar a Frederick Douglass”, un hombre negro que primero fue esclavo para lograr convertirse en orador, activista y abolicionista estadounidense de finales del siglo XIX, “porque él mejor que nadie sabía que el poder nunca da nada sin pedir algo a cambio. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará. Así que espero que este sea el principio de una nueva sensibilidad para la industria y la relación con los trabajadores”, asegura. Entonces, ¿ha enterrado el hacha de guerra con los grandes estudios de cine con los que ha pasado 120 días enfrentada? “Nuestro trabajo es que se trate a nuestros miembros con respeto. Si les tratan bien, les pagan adecuadamente y protegen su imagen... entonces sí, estaremos en buenos términos con ellos. Y también les haremos cumplir plenamente todos los aspectos del acuerdo, y nos aseguraremos de que se cumplan todos esos compromisos”.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Sobre la firma

Más información

Archivado En