Ángeles Caso: “La tele me quemó desde el día uno: la popularidad y la cosificación”
La autora de ‘Las olvidadas’ y ahora ‘Las desheredadas’ ahonda en su nuevo libro en la búsqueda de un nuevo canon femenino de la literatura y el arte
Fue un rostro de lo más popular pero no pudo soportar eso más de dos años. Así que de presentar el telediario en TVE cuando no había otros canales pasó a la radio y después a retirarse casi completamente del periodismo para escribir y seguir lo que era su vocación desde los ocho años. Hoy, Ángeles Caso (Gijón, 1959) es una autora de éxito que ha dado la vuelta al canon al introducir un equilibrio injustamente oculto, el de las mujeres que pueblan libros suyos como ...
Fue un rostro de lo más popular pero no pudo soportar eso más de dos años. Así que de presentar el telediario en TVE cuando no había otros canales pasó a la radio y después a retirarse casi completamente del periodismo para escribir y seguir lo que era su vocación desde los ocho años. Hoy, Ángeles Caso (Gijón, 1959) es una autora de éxito que ha dado la vuelta al canon al introducir un equilibrio injustamente oculto, el de las mujeres que pueblan libros suyos como Las olvidadas, Ellas mismas, Todo ese fuego o ahora Las desheredadas (Lumen).
Pregunta. Si le digo la palabra canon, ¿se echa a temblar?
Respuesta. Ay, sí, no me gusta nada, solo los cánones musicales, que son formas de expresión que transmiten serenidad.
P. En cuanto a los literarios, ¿a quién se le ocurrió hacerlo un día y por qué le saldría tan mal?
R. Se le ocurriría a un señoro amante de las listas, claro. Nada, cero interés.
P. Lleva usted unos años equilibrando esos cánones masculinos con varias mujeres, antes en Olvidadas o Ellas mismas y ahora en su nuevo libro, Las desheredadas. ¿Se atreverá a llegar hasta el siglo XXI?
R. La idea es seguir, pero hasta la Segunda Guerra Mundial y cerrar con ello una trilogía con las modernas.
P. ¿Llegamos a tiempo para reivindicar todo ese talento femenino oculto?
R. Existe ahora mucha investigación en el ámbito académico, ha cambiado por completo desde hace 20 años. Eso es genial, aunque falta más gente que se dedique a la divulgación, que esos trabajos magníficos no queden en el ámbito universitario. Debemos convertir esto en la conversación común.
P. En el caso de Las olvidadas, ¿lo escribió para que fueran recordadas o para que se convirtieran en figuras presentes?
R. Para que fueran presentes, sí. Me gusta mucho más esa idea. Para dejarlas aquí ya definitivamente colocadas en el lugar que merecen. Debemos deconstruir esa ficción nacida en el siglo XIX, cuando aparece la Historia como materia moderna. Porque no cuenta con la mitad de la población, que son las mujeres. Y ya está. Terminemos con eso y reconstruyámoslo al cincuenta por ciento, porque así es la realidad. A mí no me gusta pasarme la vida escribiendo libros sobre mujeres. No debería ser necesario, pero aún lo es.
P. ¿Qué deberíamos heredar de estas desheredadas?
R. La valentía y la firmeza que tuvieron para escuchar su propia voz. Cuando todo el mundo te está diciendo que las niñas no valen para escribir, pintar o investigar, ¿de dónde sacas el valor y la fuerza para oponerte a ello y perseverar en tu talento? Llevo, ya ves, una camiseta de las hermanas Brontë: Charlotte, Emily y Anne. Las dediqué mi novela Todo este fuego. La manera en que estas mujeres se respetaron a sí mismas por encima de todos los convencionalismos sociales, pagando precios altísimos, ese respeto a lo que eran de verdad por dentro…
P. Se llama dignidad…
R. Se llama dignidad, sí. Yo no sé si hubiera podido, eh.
Cuando te dicen que las niñas no valen para escribir, pintar o investigar, ¿de dónde sacas el valor y la fuerza para oponerte a ello?
P. ¿Cuántas veces le dijeron a usted que no valía?
R. A mí nunca, mis padres fueron todo lo contrario, en mi casa, tanto mi padre como mi madre nos educaron en valores de igualdad. ¿Sabes quién me lo ha dicho mucho, por el contrario? Gente de la crítica, de los medios, que me menospreciaron. En mi casa alimentaron lo opuesto y encontré mi fuerza ahí. Yo no me enteré de lo que era el machismo hasta que me fui de casa. Debía vivir en un mundo muy raro.
P. ¿Cuándo fue consciente?
R. Cuando empecé a trabajar. Ahí me di cuenta de que había gente que dudaba de mi capacidad intelectual por tener el pelo largo.
P. ¿En la tele?
R. En la tele, sí. Es un instrumento que a las mujeres nos cosifica claramente. Yo sufría muchísimo con los comentarios del tipo: hoy te han peinado mal, no me gusta la blusa que llevas. Y yo pensaba: me cago en tu puta madre…
P. ¿Seguirá esa dinámica?
R. Sigue, sí. Esa cosificación la alimenta mucha gente. Ahí me di cuenta de que había que remangarse.
P. ¿Le quemó mucho el medio?
R. Buah… Desde el día uno. Me quemaba todo, la popularidad y eso, la cosificación. Por otra parte, he pensado muchas veces: si hubiera seguido, si me hubiese dado igual, en este momento, estaría mucho mejor. Cuando llegaron las privadas, me llovieron ofertas que yo rechacé.
P. ¡Qué me dice!
R. Sí, y si yo me hubiera prestado a todo eso, agachado la cabeza, si no hubiera reclamado mi propia libertad… Pero no era mi mundo. Yo creo poco en el periodismo, perdóname. Entiendo que es fundamental, pero tengo mentalidad de historiadora, que fue lo que estudié. Ese descreimiento hacia la actualidad me afectaba, ese escepticismo ante lo que quedará.
Yo creo poco en el periodismo, perdóname. Entiendo que es fundamental, pero tengo mentalidad de historiadora, que fue lo que estudié
P. ¿Cómo resistió?
R. Duré dos años y me pasé a la radio. Me gustaba, me divertía y me dejaba tiempo para escribir. Eso es lo que quería ser desde los ocho años y me había extraviado. Hoy, escribiendo sobre todo sobre historia, el hecho de meterme en los archivos y quitar polvo, todo eso, me excita. Investigar, visualizarlo narrativamente y después contarlo, me fascina.
P. Decía Emilia Pardo Bazán, que si se hubiera llamado Emilio…
R. A lo mejor no hubiera sido lo mismo, ella es una gigante. También porque se lo pudo permitir. Pertenecía a una clase privilegiada. Tuvo unos padres que la apoyaron siempre, todo eso alimentó esa grandeza que no le hizo moverse ni medio centímetro del lugar que ocupó, cuando el índice de alfabetización de las mujeres era del 12%, en una España donde quien más influencia tenía era el confesor. Ella se autoconfirió su propio poder.