Material altamente inflamable: la historia del teatro más antiguo de Europa de incendio en incendio
El Español de Madrid celebra sus 440 años de programación ininterrumpida con el espectáculo ‘Arder y no quemarse’, una exposición y un libro conmemorativo
A finales octubre de 1975, el periodista Javier Basilio narraba en un reportaje de Informe semanal en TVE un suceso que había conmocionado a la ciudad de Madrid días atrás. “A las seis menos veinte del pasado día 19 se detectaba el incendio que había de destruir una gran parte del que fue, sucesivamente, corral de comedias del Príncipe, inaugurado en 1583; teatro del Príncipe y, finalmente [en 1849], teatro Español. (…) El incendio fue provocado por un cortocircuito. (…) A las nueve menos cuarto se desplomaba la a...
A finales octubre de 1975, el periodista Javier Basilio narraba en un reportaje de Informe semanal en TVE un suceso que había conmocionado a la ciudad de Madrid días atrás. “A las seis menos veinte del pasado día 19 se detectaba el incendio que había de destruir una gran parte del que fue, sucesivamente, corral de comedias del Príncipe, inaugurado en 1583; teatro del Príncipe y, finalmente [en 1849], teatro Español. (…) El incendio fue provocado por un cortocircuito. (…) A las nueve menos cuarto se desplomaba la araña central de la sala, de cristal de roca, con un peso aproximado de tres toneladas. Al sofocarse el siniestro, el escenario, telón de acero o cortafuegos y parte del patio de butacas quedaban total o parcialmente destruidos”.
No era la primera vez que ardía ese coliseo: en 1802, el fuego lo devoró por dentro y solo dejó en pie la estructura exterior. Ni la última: las tablas volverían a ser pasto de las llamas en 1991, aunque en esa ocasión el telón de acero impidió que el fuego se extendiera. Además, a lo largo de su historia el edificio ha sido declarado en ruina varias veces, ha sufrido inundaciones, humedades y otros problemas derivados del terreno acuoso sobre el que se asienta. En 1887 recibió incluso una orden de demolición que no llegó a ejecutarse. Pero 440 años después de que se oyeran los primeros aplausos en ese lugar, el Español no solo sigue activo, sino que se ha convertido en el teatro más antiguo de Europa con programación ininterrumpida.
Que el teatro es un material altamente inflamable lo atestiguan las hemerotecas de todo el mundo. La madera, los focos, los terciopelos, las prisas, la pasión. El Bolshói de Moscú, la Ópera de París, el Covent Garden de Londres, la Zarzuela, el Real o la Comedia de Madrid. La mayoría de los coliseos guardan algún expediente de incendio en sus archivos. Algunos todavía en la memoria como el que destruyó el Liceu de Barcelona en 1994 y otros legendarios como el de la Fenice de Venecia, rebautizado en 1774 con ese nombre (que significa fénix) precisamente porque se alzó sobre las cenizas del antiguo San Benedetto.
Justo esa historia cíclica de renacimiento tras la destrucción vertebra el espectáculo con el que el Español celebra sus 440 años: Arder y no quemarse, concebido por la compañía Grumelot (Iñigo Rodríguez-Claro, Carlota Gaviño y Javier Lara) en colaboración con el dramaturgo Jose Padilla, que se estrena el próximo martes en ese escenario que tantas veces ha resurgido de sus cenizas. Literal y metafóricamente: a la vez que recrea la eterna resurrección del Español, la obra atraviesa la propia historia del teatro. “Es una historia de resiliencia. Muchas veces se ha dado por muerto este arte, pero eso nunca ha ocurrido. Ha evolucionado y se ha reinventado constantemente para adaptarse al curso del tiempo. Como el Español, que empezó siendo un corral de comedias y hoy es un edificio de estilo neoclásico”, explica tras un ensayo Carlota Gaviño, que participa también como actriz en el montaje.
La obra comienza con la recreación del incendio de 1975 y va hacia delante y hacia atrás en el tiempo deteniéndose en los hitos que han marcado el devenir del Español, en una sucesión vertiginosa de escenas protagonizadas por personajes clave en su historia. Por ejemplo, los arquitectos Juan Bautista Sachetti y Juan de Villanueva, responsable el primero de la reconversión del corral de comedias en coliseo en 1745 —”Vengo a cubrir el cielo”, dice— mientras que el segundo se encargó de su reconstrucción tras el incendio de 1802. O los actores Jerónima de Burgos, Isidoro Máiquez, María Guerrero y Margarita Xirgu. O los autores Lope de Vega, Moratín, Galdós, Valle-Inclán, Lorca, Benavente. O los técnicos, regidores, tramoyistas, apuntadores, escenógrafos. Y hasta la mítica peluquera Antoñita viuda de Ruiz.
Hay en la obra momentos desternillantes como la escenificación de las 170 páginas de cartas cruzadas entre trabajadores del Español, funcionarios del Ayuntamiento de Madrid y funcionarios de la Sección de Arquitectos del Consistorio de noviembre de 1887 a julio de 1888, que dan cuenta de cómo se gestó y posteriormente se anuló la orden de derribo del coliseo. Se desarrollan también escenas que sintetizan las constantes mutaciones que han experimentado las artes escénicas en su batalla de supervivencia a lo largo de los siglos: desde las modernas técnicas de interpretación introducidas desde Europa por Isidoro Máiquez a los continuos avances tecnológicos, todo ello al grito de una frase que le dice Moratín a la actriz Antonia Prado y que resuena de manera sostenida en la función: “¡Corren nuevos tiempos, Antonia!”. Y sentencias deliciosas que parecen encerrar la historia entera del teatro y de sus gentes, como la que le suelta el director Cipriano Rivas Cherif a Margarita Xirgu: “¿Sabes lo que es el éxito? Cuando los guardarropas y tramoyas agujerean el decorado para ver y oír desde dentro la función”.
Actas municipales, epistolarios, fotografías, grabaciones… de todo eso ha echado mano la compañía Grumelot para crear un espectáculo que no solo es un brillante destilado de la historia de un coliseo emblemático, sino también un canto de amor al teatro y a quienes lo hacen posible, incluidos los espectadores. Iñigo Rodríguez-Claro, que ejerce como director del montaje, lo resume así: “Es increíble la cantidad de cosas que puede desvelarnos un edificio cuando lo observas en detalle. Cada una de sus cicatrices y vicisitudes te cuenta algo. Por ejemplo, cuando Sachetti cubrió el techo del corral de comedias y lo convirtió en un teatro a la italiana no solo estaba haciendo una reforma arquitectónica, sino que posiblemente eso introdujo cambios en la forma de escribir de los autores, la manera de actuar de los actores y hasta la actitud del público”. Su compañero Javier Lara, miembro también del reparto junto a Carlota Gaviño y otros ocho intérpretes, añade: “Y no hay que olvidar tampoco la energía que ha acumulado un lugar por el que han pasado centenares de artistas y espectadores. El emplazamiento es parte fundamental del ritual teatral”.
El ingente trabajo que supone condensar en un espectáculo de dos horas y media más de cuatro siglos de dichas y desdichas se ha visto suavizado por la labor previa realizada por la investigadora Noelia Burgaleta Areces, contratada hace cuatro años por la directora del Español, Natalia Menéndez, para poner en orden la enorme cantidad de documentación acumulada en diferentes instituciones, con el objetivo de organizar una exposición y publicar un libro conmemorativo este año en que se cumple el 440 aniversario del teatro. A ella se unió el profesor y crítico Eduardo Pérez-Rasilla como coordinador de la publicación y comisario de la muestra, que se inaugurará el 8 de noviembre.
Tampoco ha sido fácil condensar en una exposición tan larga trayectoria. “Nos hemos centrado también en los momentos más representativos. Por ejemplo, el hecho de que el corral primigenio fuera levantado con urgencia es un reflejo de la eclosión del teatro en España durante el Siglo de Oro. Cabían mil espectadores, lo que supone mucha gente para el Madrid de la época”, explica Pérez-Rasilla. “Recordamos también estruendosas polémicas como la que siguió al estreno de la Electra de Galdós en 1901, con manifestaciones incluidas, que demuestran la importancia que han tenido las artes escénicas dentro de la sociedad española”, añade el experto. ¿Y ahora? “Evidentemente, ahora mucho menos. Pero el Español nunca ha dejado de ser epicentro de la vida cultural madrileña. Su arquitectura, su ubicación y toda su historia lo han convertido en un lugar magnético que sigue despertando el respeto de los ciudadanos. Digamos que es como un templo civil que te traslada a otra dimensión en cuanto cruzas la puerta”.