La esclava liberta en Rota que consiguió prosperar
El Archivo de Cádiz difunde un curioso testamento del siglo XIX de una africana que legó una casa, una excepción en unas vidas marcadas por la precariedad y el racismo, incluso cuando eran libres
María Antonia Varela nació en el Congo en algún momento ignoto entre 1740 y 1741 de unos padres que ni ella conoció. Llegó a Cádiz en 1755, cuando apenas era una adolescente. Vivió bajo la esclavitud la mayor parte de su vida y solo alcanzó la libertad con la muerte de sus últimos amos. Su biografía se asoma a duras penas tras su testamento, fechado en la villa de Rota en 1813. La dura vida de una esclava negra en el Cádiz del siglo XVIII está tan escrita en los márgenes de la historia que el mero hecho de que la de Varela ...
María Antonia Varela nació en el Congo en algún momento ignoto entre 1740 y 1741 de unos padres que ni ella conoció. Llegó a Cádiz en 1755, cuando apenas era una adolescente. Vivió bajo la esclavitud la mayor parte de su vida y solo alcanzó la libertad con la muerte de sus últimos amos. Su biografía se asoma a duras penas tras su testamento, fechado en la villa de Rota en 1813. La dura vida de una esclava negra en el Cádiz del siglo XVIII está tan escrita en los márgenes de la historia que el mero hecho de que la de Varela acabase tímidamente reflejada en una disposición testamentaria ya es poco común. Más excepcional aún es que, al morir, dejase una casa e incluso pudiese disponer de un entierro medio. El escueto testimonio de esta africana entre dos continentes y dos siglos, vislumbrada ahora a partir de un documento difundido en estos días por el Archivo Provincial de Cádiz, da pistas de la existencia estigmatizada por el racismo y la pobreza que sufrían los esclavos, incluso cuando alcanzaban la libertad.
“La existencia cotidiana de los libertos se caracterizaba por su precariedad”, resume el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz, Arturo Morgado, en su libro Una metrópoli esclavista. El Cádiz de la modernidad. Y precisamente por eso que Varela consiguiese legar y que su herencia incluso incluyese patrimonio inmueble, “no es habitual”, como apunta el investigador a EL PAÍS. Morgado dedicó un año a asomarse a los protocolos notariales atesorados en el Archivo Provincial y de ahí llegó a la estimación —analizando los años acabados en cero y en cinco— de que solo entre 1650 y 1750 en Cádiz capital se pudieron producir 17.000 actos de compraventa de esclavos, teniendo en cuenta que hay documentación perdida y que no era extraño que una misma persona fuese enajenada varias veces a lo largo de su vida. Frente a ese dato, solo encontró 642 ahorrías, documentos de compra de libertad, y “apenas un centenar de herencias” de libertos que consiguieron dejar algo que legar a sus descendientes, como el catedrático.
El testamento de Varela es uno de esos documentos excepcionales, aunque no forma parte de los contabilizados por Morgado, ya que él se centró en la ciudad de Cádiz y en la transición del XVII al XVIII. “Un alumno en prácticas lo localizó y nos llamó la atención”, resume el director del Archivo, Santiago Saborido, sobre un hallazgo que se produjo hace años y que ellos ya difundieron por primera vez en redes sociales en 2021. “Aquella vez pasó sin pena ni gloria, pero ahora lo hemos vuelto a publicar y ya suma miles de reproducciones”, añade el archivero, en referencia a la publicación compartida el pasado 28 de julio en X (antes Twitter) y que ya tiene más de 89.000 visualizaciones. La inicial publicación de hace dos años sí sirvió para que el investigador local Joaquín Arévalo reconstruyese los pocos datos que los archivos guardan sobre Varela.
El primer amo de la mujer fue Manuel de Letrán, tal y como ella misma deja constancia en su testamento, un contramaestre de la Armada “de clase media”, como apunta Arévalo. Varela lega “una casa con sala baja, con alcoba y un cuartito alto”, deja dicho que se le disponga un entierro medio —“con cruz alta y diez capellanes de la iglesia parroquial”— y que se recen por ella 50 misas, a cuatro reales por cada una. Aunque en su disposición la liberta asegura ser soltera y no habla de ellos, el investigador de Rota dio con la pista de dos hijos: Antonio Cayetano (muerto seis años antes que su madre) y Antonio de Padua, del que no hay constancia de su fallecimiento. De hecho, la mujer legó todo su patrimonio a Petrolina de San Telmo y Varela. Por los apellidos, Saborido sospecha que podría ser familiar del último dueño de la congoleña, Manuel Isidro Jaén Varela, quien le otorgó la libertad a su muerte. El director del archivo también cree que el hecho de que la africana estuviese soltera, pese a tener hijos y en contra de la norma social de la época, podría ocultar que fuesen vástagos nacidos “fuera de una relación conyugal, quizás tras ser forzada”.
“Lees cosas que te ponen los pelos de punta. Los protocolos notariales están llenos de documentos de esclavitud. En Cádiz no había tierras, ni ganado, y el negocio era ese. Portugal, Inglaterra y Holanda fueron los que más esclavos vendieron, pero los españoles se lucran con las tasas fiscales a estos países. A Cádiz llegaban los barcos, se compraban aquí, se firmaban y se mandaban al Caribe”, apunta Saborido, que ejemplifica casos como el de Dominga de la Candelaria y su hija Teresa, de año y medio, esclavas ambas y en el que la madre estaba marcada en “las sienes”, como si fuese ganado. Arturo Morgado documenta en sus investigaciones decenas de referencias personales, pese a la dificultad de hilar detalles: “No son vidas que se puedan reconstruir de principio a fin. Hacerlo a partir de que consiguen la libertad es muy difícil”. En muchos casos, el catedrático se encontró existencias como libertos marcadas por la estigmatización y el racismo, en caso de personas negras, y unas biografías “con lo mínimo que se despachaba”, analfabetos, con poca familia a quienes legar bienes muy escasos.
Los esclavos accedían a su libertad por medio de actos de ahorramientos o cartas de ahorría, bien porque el dueño les dejase libre o bien porque ellos la comprasen. “Hay de todo, desde dueños animados por intenciones sinceramente filantrópicas, hasta propietarios que se portan como auténticas sanguijuelas”, apunta Morgado. En esa amalgama, destacan historias como las del guineano Antonio Machuca que, ya como liberto, consiguió hacer una importante carrera como financiero. O Sebastiana de Oleaga, una mora a la que le costó la libertad 280 pesos, pero debió pagar otros 10 ducados “por cada barriga de las que se hiciere preñada antes de los partos salga o no a luz y si dicha esclava estuviere preñada lo que saliere ha de ser mío”.
Nada más se sabe, por ahora, de la vida de Varela. Ni que fue de su segundo hijo, ni a qué dedicó ella su vida, una vez se convirtió en liberta. También se desconoce cómo llevó su existencia social como mujer negra en una calle que brindaba “un espacio de libertad y un cierto anonimato, limitado por la visibilidad del color”, explica Morgado. La única certeza es que, al menos, prosperó tanto como para poderse permitir legar una casa y dejar dispuesto un entierro medio. Y fue mucho, a juzgar por cómo ese Cádiz que presumió de ser cuna de la primera Constitución española, la de 1812, aún estaba un año después —el de la muerte de la liberta— anunciando en sus periódicos la venta “de una negra de 27 años sin defectos”. A fin de cuentas, como asegura el catedrático Morgado, “los nuevos vientos no soplaron para todos por igual”.