A vueltas con el matrimonio y sus (casi) infinitas posibilidades

El ensayo ‘Vidas paralelas’, ahora reeditado, encabeza la lista de ficciones y no ficciones que se preguntan qué lugar debería ocupar la pareja en el siglo XXI

Erland Josephson y Liv Ullmann, en una imagen de la serie 'Secretos de un matrimonio' (1973), de Ingmar Bergman.

Si la vida es un relato, ¿qué ocurre cuando se decide compartir ese relato? Que el matrimonio, o su idea, esté regresando a la ficción y la no ficción contemporáneas, en cuanto posibilidad repleta de otras posibilidades, no tiene nada de casual. En un tiempo en el que se exploran los límites, redibujando a su paso aquello que pretendía dictarlos, no es extraño que el matrimonio, esa forma clásica en la que una pareja —que no ...

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Si la vida es un relato, ¿qué ocurre cuando se decide compartir ese relato? Que el matrimonio, o su idea, esté regresando a la ficción y la no ficción contemporáneas, en cuanto posibilidad repleta de otras posibilidades, no tiene nada de casual. En un tiempo en el que se exploran los límites, redibujando a su paso aquello que pretendía dictarlos, no es extraño que el matrimonio, esa forma clásica en la que una pareja —que no tenía por qué ser de dos, ni siquiera en la época victoriana, y mucho menos depender de lo que ocurría en la cama, ni del sexo de sus integrantes: el matrimonio bostoniano, el que se daba entre mujeres de mediana edad que pasaban, gustosamente, como compañeras de vida sin más— decide compartir su vida, esté volviendo a analizarse. Porque en una sociedad en la que predomina el yo, ¿qué se diría que ocurre con él cuando se cede espacio al yo del otro? ¿Es el matrimonio un peligro para la sociedad contemporánea repleta de selfis, esto es, individuos que se pretenden únicos y no invadidos?

La académica, crítica literaria, ensayista y biógrafa estadounidense Phyllis Rose publicó en 1983 un sugerente e iluminador ensayo, titulado Vidas paralelas (oportunamente rescatado este año por Gatopardo), en el que analiza cinco matrimonios victorianos. Entre ellos se encuentra nada menos que el de Charles Dickens y Catherine Hogarth. Fue el suyo un pequeño tormento que, sin embargo, comenzó como una tórrida historia de amor —o aquello que ocurre cuando el huérfano que no pretende más que llamar la atención porque necesita un amor infinito encuentra a alguien a quien cuidar y por quien, sobre todo, dejarse cuidar—, prosiguió como una familia feliz —Dickens haciendo aparecer tartas en chisteras ante su cada vez mayor colección de hijos y encargando retratos de estos para llevárselos en sus giras mundiales, en las que le acompañaba Catherine— y se deshizo en una colección de infidelidades. Desde la seguridad del hogar, Dickens soñaba con escapar, pero teniendo a donde regresar.

Glenn Close y Jonathan Pryce, en un fotograma de 'La buena esposa', adaptación cinematográfica de la novela homónima de Meg Wolitzer, estrenada en 2017.

Opina Rose, y coincide con John Stuart Mill, filósofo y economista cuya pareja —a tres, pues incluía al amante de ella— también se disecciona en Vidas paralelas, que el matrimonio “es la principal experiencia política que la mayoría de nosotros emprendemos como adultos”. Fue, de hecho, su interés por descubrir cómo se gestiona el poder entre hombres y mujeres en esa relación microcósmica lo que la llevó a escribir el libro que Nora Ephron leía cada cuatro años en busca de algún tipo de entendimiento. Porque al final es de lo que se trata. De entender qué bien o mal puede hacerte compartir la vida con alguien y, también, de qué manera podría ese mal evitarse, o ese bien expandirse. La historia de la literatura, desde el clásico Casados, del dramaturgo sueco August Strindberg —un experto en el canibalismo psíquico de la pareja— hasta el reciente Retrato de casada, de Maggie O’Farrell, pasando por el demoledor La buena esposa, de Meg Wolitzer, está repleta de análisis directos de tan omnipresente vínculo.

Los relatos incluidos en Mi marido, de Rumena Bužarovska (recién publicado por Impedimenta), se sumergen en la vida de 11 matrimonios y, puesto que las narradoras son mujeres, es el papel del hombre el que se estudia y se critica. Resulta de lo más absurdo y, a su vez, de lo más humano, con sus mezquindades y una idea del uno mismo que pasa, a menudo, por ignorar al otro. Bužarovska dispara contra todo aquello que convierte la pareja en un callejón sin salida, hermetismo propiciado por la culpa de la elección de la protagonista, a quien, en su momento, le pareció una idea estupenda compartir su vida con su marido, pero que, con el tiempo, no pudo más que empezar a odiarlo a medida que se odiaba, inevitablemente, a sí misma. El factor espejo es fundamental en estos relatos, como lo era en la serie de los setenta que dirigió Ingmar Bergman que se recuperó en una nueva producción a mediados de 2021: Secretos de un matrimonio era una pequeña carnicería con a la vez todo y ningún sentido.

Oscar Isaac y Jessica Chastain, en una escena de la nueva versión de 'Secretos de un matrimonio'.

Si en otro tiempo, el tiempo en el que Jeffrey Eugenides, el autor de Las vírgenes suicidas, publicaba La trama nupcial, el matrimonio trataba de concebirse como un ideal de inalcanzable perfección —corría el año 2011—, está claro que en el presente busca rehabitarse, en cuanto institución que se da a sí misma por perdida y caduca, insuficiente o reaccionaria. El imprescindible ensayo —construido a partir de una correspondencia experimental— El matrimonio anarquista (Hurtado y Ortega), de Begoña Méndez y Nadal Suau, luchaba a favor de la idea de que, si se lo vaciaba de sentido, podría dársele uno nuevo que pasase por hacer de él aquello que cada pareja pretendiera. Invocaba Méndez a Julia Kristeva y Philippe Sollers, y a su ensayo Del matrimonio como una de las bellas artes, al decir que “dos personas que se enamoran son dos infancias que se entienden”, y defendía que todo lo que se diese a partir de ahí, incluida la posibilidad de fundar un planeta de dos inaugurado por el sí, quiero”, no podía regirse por ninguna preconcepción. Es decir, el matrimonio podía ser cualquier cosa, y debía serlo.

Pero, ¿no lo ha sido desde el principio? Esa sensación deja la lectura de Vidas paralelas al descubrir que, por ejemplo, la idea de que el matrimonio está ligado al sexo y la atracción por el otro solo apareció después de Sigmund Freud y el psicoanálisis, y que antes la institución había mutado tanto como le había sido posible, porque era casi un estamento social, es decir, algo que existía como marco, pero que podía hackearse desde dentro. Porque cada unión era entonces su propia y particular pequeña multitud, una pequeña multitud en la que, a menudo, era ella quien mandaba. Ese fue el caso del escritor John Ruskin, que parecía buscarle a su mujer amantes de todo tipo para que le dejase en paz —jamás consumaron el matrimonio: su noche de bodas es un hito de lo victoriano—, tan ocupado como estaba viajando con sus padres por todo el mundo. No existía entonces, como no existe ahora, nada que debiera tomarse en serio. Así que se exploran sus (casi) infinitas posibilidades otra vez.

Portada de 'Vidas paralelas', de Phyllis Rose, editorial Gatopardo.Gatopardo

Pensemos en la reina Victoria, que, sin ir más lejos, decidió que no iba a pasar más de tres días de luna de miel. Le horrorizaba la sola idea de tener que aburrirse con su marido. Así que volvió a palacio. El novelista Charles Kingsley escribía apasionadas misivas a su futura esposa en las que le dejaba claro que si no le apetecía en absoluto verle desnudo, no tenía por qué hacerlo. Los Kingsley dedicaron las primeras cuatro semanas de su matrimonio a sentirse cómodos el uno con el otro. Y en cierto sentido fueron siempre la misma cosa.

La igualdad, dice Rose, es el fin de cualquier discusión sobre la idea del matrimonio. Hasta qué punto puede el poder compartirse en la justa medida como para que una y otra parte se sientan igualmente representadas y respetadas. Para que ocupen el mismo exacto espacio. La respuesta, según la ensayista, está en el matrimonio del filósofo Thomas Carlyle y la escritora Jane Welsh, “en el que la igualdad consiste —como es tal vez inevitable en una época imperfecta como la suya o la nuestra— en la lucha perpetua, la perpetua rebelión”.

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