La sequía permite localizar el foro romano y un posible templo en Pintia, la ciudad vaccea de los 100.000 muertos
El asentamiento céltico de Valladolid, que sobrevivió cuatro siglos a siete destrucciones, sucumbió ante las legiones de Roma
Fue excavando un pozo artesiano en el yacimiento arqueológico de Pintia, la gran ciudad vaccea de Valladolid, cuando los expertos descubrieron que esta había sido destruida siete veces entre finales del siglo V a. C. y el I a. C. Las huellas de los incendios aún eran visibles en las capas de la tierra que iban desenterrando desde la profundidad. “La ciudad resurgió una y otra vez de sus cenizas antes de que se ...
Fue excavando un pozo artesiano en el yacimiento arqueológico de Pintia, la gran ciudad vaccea de Valladolid, cuando los expertos descubrieron que esta había sido destruida siete veces entre finales del siglo V a. C. y el I a. C. Las huellas de los incendios aún eran visibles en las capas de la tierra que iban desenterrando desde la profundidad. “La ciudad resurgió una y otra vez de sus cenizas antes de que se instaurase la Pax Romana”, afirma Carlos Sanz, profesor de Prehistoria de la Universidad de Valladolid y director del Proyecto Pintia, un yacimiento de 125 hectáreas que se extiende por los actuales términos municipales de Padilla de Duero, Peñafiel, Pesquera de Duero, Curiel de Duero y Torre de Peñafiel (Valladolid).
Un vuelo de dron, realizado el pasado 16 de mayo, ha desvelado ahora que los campos agostados por la falta de agua dejan entrever una nueva área de la ciudad, el foro romano, la parte más desconocida, además de una estructura de unos 40 metros cuadrados que puede corresponderse a un templo o a un edificio notable. “Todo está oculto bajo capas de tierra, a pocos centímetros están unos restos arqueológicos únicos, que en otros países serían objeto de culto y veneración. En España, el acrónimo BIC (Bien de Interés Cultural) no deja de ser una marca de bolígrafos...”, sostiene entristecido Sanz.
Pintia era una ciudad rodeada de una muralla de 1,1 kilómetros y casi siete de anchura defendida por tres fosos inundados, con estacas de maderas y espinos. En su momento de máximo apogeo, albergó una población de entre 7.000 y 10.000 personas. Estas ciudades-estado, como el resto de asentamientos vacceos, estaba regidos por una aristocracia guerrera.
Estos núcleos urbanos célticos se articulaban en manzanas regulares y calles rectas. Las casas, de entre 30 y más de 100 metros cuadrados, según la riqueza del propietario, se construían en madera y adobe. De momento, hay doce excavadas. “Para evitar posibles incendios en la ciudad, su industria ―fabricaban todo tipo de armas, cerámicas, joyas, juguetes, pinzas de depilar o brazaletes― se levantó al otro lado del río, en lo que se conoce como zona de Carralaceña”, indica Sanz.
Tras el proceso de conquista romana, la ciudad continuó su existencia, hasta que entre los siglos V y VII d. C. se produjo el progresivo declive, con abandono completo a raíz de la presencia árabe.
Como se trataba de una gran ciudad, también contaba con cementerio de incineración vacceo-romano (necrópolis de Las Ruedas). Es un espacio sepulcral, de unas seis hectáreas, que estuvo en uso hasta el siglo II. Hoy en día es visitable y los expertos calculan que pudo albergar más de 100.000 cuerpos en los seis siglos que estuvo en uso.
Hasta ahora, se han recuperado en este lugar más de tres centenares de tumbas de incineración, de las que destacan las vinculadas a la aristocracia pintiana, tanto de guerreros como de sus mujeres e hijas, algunas de ellas con más de cien piezas por tumba y, en general, con ajuares y ricas y variadas ofrendas que permiten acercarse al tipo de organización social de los pobladores. La cerámica vaccea era, por ejemplo, muy delicada. Eran capaces de tornear piezas que no superaban los pocos milímetros de grosor para usarlas como cerámica, juguetes o urnas. Según Sanz, “cuando los vacceos morían, con independencia de su edad, se le enterraba con ajuar. Si el fallecido era un niño, se le colocaban sus juguetes y si se trataba de un guerrero, con sus armas. En este último caso, si había muerto en combate, no se le incineraba, sino que se entregaba el cuerpo a los buitres para que su alma volase lo más alto posible”.
Su religión era universalista y se plasmaba en el dios Lug o Dis Pater. No contaban por días, sino por noches y fijaron el inicio del año en el 1 de noviembre, festividad de Samain, lo que la entronca con el Día de los Santos o de Halloween. En verano, celebraban la fiesta de Lughnasadh, de carácter agrario.
Apenas han llegado escritos vacceos, ya que prácticamente eran ágrafos y se limitaban a imitar la escritura íbera. Las representaciones que hacían eran siempre con elementos geométricos, como círculos, ondas, rombos, pero también representaciones de animales en perspectiva cenital, posiblemente lobos. Durante los últimos treinta años, el Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg (CEVFW) ha dedicado todos sus esfuerzos a la protección del yacimiento, a la investigación de la cultura material de este extinto pueblo y a la difusión de los hallazgos realizados en las 29 campañas de excavación realizadas.
No obstante, pese a la atención y vigilancia, los furtivos han provocado graves daños en el yacimiento. “En una noche de febrero de 1990, excavaron más de un millar de hoyos sobre una hectárea de la necrópolis de Las Ruedas para extraer de las tumbas las piezas de su interés. Profundizaron hasta 60 centímetros, afectando al nivel arqueológico y a tumbas que se encontraban intactas y que sufrieron daños irreversibles”, se lamenta Sanz.
En abril de 2004, los expoliadores regresaron de nuevo y realizaron más de trescientos hoyos en una superficie de diez hectáreas. Por fortuna, el proyecto de restauración del paisaje funerario de Las Ruedas, merecedor del premio Hispania Nostra 2020, combinado con las visitas guiadas desarrolladas todo el año, han dignificado este singular patrimonio arqueológico y alejado definitivamente a los furtivos, al menos, de esta zona tan sensible y rica del enclave.