La protagonista de una fotografía icónica de la Guerra Civil ya tiene nombre: Anita Garbín Alonso, costurera, exiliada y anarquista
La identidad de la miliciana se da a conocer en una amplia exposición en Montpellier de su autor, Antoni Campañà
Era una mujer sin nombre, de pie sobre una barricada en la Barcelona de 1936, una bandera rojinegra detrás. La imagen se imprimió en carteles y libros, se pintaron murales, y ella se convirtió en un icono de la Guerra Civil. Se desconocía su identidad. Y la del fotógrafo.
Hace cinco años se destapó el primer enigma: ...
Era una mujer sin nombre, de pie sobre una barricada en la Barcelona de 1936, una bandera rojinegra detrás. La imagen se imprimió en carteles y libros, se pintaron murales, y ella se convirtió en un icono de la Guerra Civil. Se desconocía su identidad. Y la del fotógrafo.
Hace cinco años se destapó el primer enigma: el fotógrafo era Antoni Campañà, un nombre hasta entonces reconocido pero menor en la historia de la fotografía local. Ella continuó siendo anónima: una idea casi abstracta –de la Guerra Civil, del anarquismo, de la revolución– más que una persona de carne y huesos. Hasta ahora.
Porque la miliciana anarquista tenía un nombre y una vida. Había nacido en Almería en 1915. De niña sus padres se trasladaron a Barcelona. Tenía 21 años en el momento de la fotografía. Quizá estaba embarazada. Cuando terminó la guerra, cruzó junto a sus hermanas la frontera en el éxodo republicano de 1939 y acabó en Béziers, a 130 kilómetros de la frontera franco-española. Era modista. Jamás volvió a pisar España, pero su casa siempre fue una pequeña España: las risas, las canciones, la comida. Murió en 1977.
Se llamaba Ana Garbín Alonso y era la madre de Pepito y la tía de Alain y François. Un mediodía a mediados de junio, en una conversación con EL PAÍS, estos tres jubilados tan franceses, y al mismo tiempo tan españoles, desenterraban recuerdos de “mamá”, de la “tía Anita” y de sus hermanas –las madres de Alain y François– mientras comían tortilla en el jardín de François y su esposa, Liliana, en Sérignan, cerca de Béziers. Hablaban castellano y francés. “Era muy guapa, pero la mamá de uno siempre es la más guapa”, sonreía Pepito Lumbreras Garbín, el hijo de la miliciana y de José Lumbreras, un comunista español que combatió en la Resistencia. “Era simpática y jovial, le gustaba cantar, recibir a sus amigos y familiares”.
Pepito, Alain, François y Liliana oscilaban entre la impaciencia y la emoción. Faltaba poco para que se revelase el enigma de la miliciana. Y finalmente se ha destapado este martes al presentarse en la sala Pavillon Populaire de Montpellier la exposición Icônes cachées. Les images méconnues de la guerre d’Espagne (Iconos escondidos. Las imágenes desconocidas de la guerra de España)’.
La exposición ofrece una selección de la obra de Campañà, descubierta en 2018 por su nieto, Toni Monné, en dos cajas rojas. Las cajas contenían miles de fotografías de la Guerra Civil que Campañà quiso mantener ocultos hasta su muerte en 1989, a los 83 años.
Una antología de estas fotos se expuso en 2021 en el MNAC de Barcelona. Los comisarios de la exposición de Montpellier son el propio Monné, el periodista de La Vanguardia Plàcid Garcia-Planas y el historiador Arnau Gonzàlez i Vilalta.
Esta es una historia de encuentros fortuitos y casualidades.
Monné descubrió las cajas rojas cuando iban a derribar la vieja casa familiar en Sant Cugat, y encontró un tesoro que cambió el lugar de su abuelo en la historia de la fotografía: hasta entonces era conocido por sus imágenes artísticas antes de la guerra, y por sus fotos deportivas a partir de la posguerra y las postales turísticas en los años del desarrollismo. Las fotos representaban un documento extraordinario de la Guerra Civil: no la mirada exterior de los fotoperiodistas extranjeros, ni la del fotógrafo comprometido con una causa, sino la de alguien que documentaba lo que ocurría durante la guerra desde dentro: un autorretrato bello y terrible de la ciudad. Campañà tanto fotografiaba a refugiados que huían de la represión franquista como a monjas asesinadas y calcinadas.
El segundo momento decisivo en esta historia sucedió hace dos años, cuando François Gómez Garbín, sobrino de Anita, y su esposa, Liliane Hoffman, visitaron la exposición de Campañà en el MNAC de Barcelona. De golpe, ven el cartel de la exposición en la fachada del MNAC. ¡La tía Anita!
“Se nos puso la piel de gallina”, describe François. En casa sabían desde hacía tiempo que la miliciana de los pósteres anarquistas y los libros sobre la guerra era Anita, pero nadie más lo sabía. Daba la casualidad de que en aquel momento Toni Monné estaba en el museo. “Es mi tía”, le dijo el sobrino de la miliciana al nieto del fotógrafo. “No me lo podía creer”, confiesa Monné. “Fue un momento de emoción compartida: el reencuentro entre la familia del fotógrafo con la familia de la fotografiada”.
Antes de todo esto, hubo el primer instante de alineamiento de los planetas: el de la foto, el 25 de julio de 1936. Acaba de estallar la guerra. El fotógrafo pasea por la Rambla. En la esquina con la calle Hospital, ve a la miliciana en la barricada. Ella le ve a él, posa; él dispara su cámara Robot. Hay un breve incidente: un joven anarquista detiene a Campañà y le acusa de espionaje. Después le deja marchar.
El muchacho ignora que del encuentro de Antoni Campañà con Anita Garbín acaba de nacer una imagen icónica del anarquismo, lo que Garcia-Planas, en el catálogo de la exposición de Montpellier, llama “la Madona anarquista”. El muchacho tampoco sabe que hay algo más que une al fotógrafo burgués –lo delata su aspecto, sus maneras– y la miliciana de clase trabajadora: ambos son católicos. Campañà pertenece a una familia catalanista y de orden, Garbín es hija de anarquistas y, a la vez, cristiana.
“A veces iba a la iglesia, a encender una vela o rezar por uno o por otro”, recuerda Pepito, el hijo. “Y me mandó a catequesis, formaba parte de la integración, debíamos ser como todo el mundo”.
Y se integraron. Los primos se dedicaron al comercio. François conoció en París a Liliane, hija de supervivientes del Holocausto. Alain pasó un tiempo en París, después regresó a Béziers. Pepito siempre vivió aquí pero, como los primos Alain y François, mentalmente también estaba en España.
“Yo siempre dije: ‘Soy español’”, afirma Alain, quien recuperó hace unos años la nacionalidad española gracias a la Ley de Memoria Histórica de 2007. “Aunque para los anarquistas sea un poco extraño, estuve orgulloso de votar por primera vez en España. ¡Desde 1936, con el Frente Popular, un Garbín no había votado en España!”
La sobremesa avanza entre recuerdos y anécdotas, alguna lágrima. Cuentan que en casa de Anita nunca se hablaba de la Guerra Civil. Pepito lo explica así: “Mi madre, anarquista. Mi padre, comunista. Era un conflicto muy sensible”. Anita y su marido no regresaron a su país. “Habían hecho una cruz sobre España”, dice su hijo, quien salpica la conversación con canciones españolas y se pone a recitar la copla El emigrante: “Adiós, mi España querida / dentro de mi alma te llevo metida”.
Cuando hace unos años las hermanas de Anita –las madres de François y Alain– visitaron Barcelona, ya mayores se unieron espontáneamente a una manifestación en la que ondeaban banderas de la CNT, como si algo profundo les llamase. “Fue impulsivo, sin saber por qué”, dice Alain, y le tiembla la voz.
Sacan papeles, viejas fotos. Después, Pepito nos lleva al cementerio de Béziers. Allí está enterrada su madre, la miliciana anónima, Anita Garbín Alonso, la madona anarquista. Hay flores sobre la tumba. El hijo se santigua.