Depresión, crímenes y gore: los abismos de la ‘dark web’ salen a la superficie
El escritor alemán Philipp Winkler, que se convirtió en un fenómeno en su país con ‘Hooligan’, un libro sobre la violencia de los hinchas de fútbol, se sumerge en los rincones más oscuros de internet en su segunda novela, ‘Creep’
Hay partes del año y medio que le llevó terminar Creep (AdN), su segunda novela, que Philipp Winkler (Neustadt am Rübenberge, 1986) no es capaz de recordar. “Había caído en una depresión, y probablemente escribir el libro no ayudó”, rememora. “La historia que cuenta es muy oscura”. En este día de principios de mayo hace una mañana luminosa en Hannover, la ciudad más cercana a su casa en el campo, donde vive con su pareja y su perra rescatada, pero por aquel 2020, en pleno confinamiento, el sol —al menos, en sentido meta...
Hay partes del año y medio que le llevó terminar Creep (AdN), su segunda novela, que Philipp Winkler (Neustadt am Rübenberge, 1986) no es capaz de recordar. “Había caído en una depresión, y probablemente escribir el libro no ayudó”, rememora. “La historia que cuenta es muy oscura”. En este día de principios de mayo hace una mañana luminosa en Hannover, la ciudad más cercana a su casa en el campo, donde vive con su pareja y su perra rescatada, pero por aquel 2020, en pleno confinamiento, el sol —al menos, en sentido metafórico— no brillaba lo suficiente. “Al principio no me di cuenta, pero el encierro tuvo un papel importante”, apunta en una charla de cadencia reflexiva. “El irrisorio apoyo que se dio a los artistas me hizo darme cuenta de que Alemania se ve a sí mismo como un país de pensadores e innovación, pero en realidad la gente todavía tiene como referencias a Goethe y a Schiller, a figuras que hace tiempo que se fueron. Además, ¿por qué debería buscarme un trabajo aparte para poder permitirme escribir, si eso ya es un trabajo? Esa idea me vuela la cabeza”.
En la Alemania contemporánea, su nombre saltó a la palestra en 2016 con la publicación de su debut, Hooligan (en español salió también en AdN en 2017), un relato que comenzó mientras estudiaba escritura creativa en la universidad y acabó coronándose como un inopinado éxito comercial para el que realizó una adaptación teatral y ahora prepara otra para el cine. Si en aquel título se introdujo en el sórdido mundo de la violencia de los hinchas de fútbol, en Creep vuelve a colarse en un agujero tanto o más lóbrego: el que se abre en las profundidades de la dark web, la internet oscura, ese subsuelo virtual donde conviven camellos, sicarios, pornógrafos y toda suerte de negocios turbios.
“Podría haber escrito sobre las redes sociales, sobre Twitter e Instagram, que creo que son todavía más peligrosas que lo que yo describo en mi libro. Es un monstruo totalmente diferente”, concede el escritor sentado en una recoleta terraza, el atuendo negro, el pelo rubio recogido en una coleta y tatuajes azules que asoman por las manos y el cuello. “Pero si decidí no escribir sobre la gente que se vuelve adicta a las redes sociales es porque me siento más cercano a las personas que consumen vídeos gore que a los influencers de Instagram. Personalmente, odio todo eso. La gente no se da cuenta del daño que las redes han hecho a la sociedad, y eso que tampoco es ningún secreto. Hay un montón de trabajadores de Silicon Valley que hablan de ello en charlas Ted Talks y cosas así”.
En Creep —que se publicó en Alemania después de una nouvelle, Carnival, que no ha sido traducida al castellano—, Winkler recrea dos historias con multitud de nexos en común que, sin embargo, nunca llegan a entrecruzarse. Quizá porque sus dos protagonistas viven aislados del mundo de una manera radical, demoledora, o puede que porque su vínculo sea la propia internet, esa red que, se supone, nos ata a todos con un nudo invisible. Fanni, que vive en Alemania, trabaja para una empresa de vigilancia. La familia a la que espía constantemente a través de las cámaras de seguridad es lo más parecido que tiene a un vínculo humano, aunque resulta difícil calibrar el callo de sus emociones tras años de consumo de vídeos salpicados de ejecuciones sumarias, accidentes brutales y cuerpos desmembrados. Todos reales. En Japón, Junya es un hikikomori, uno de los cientos de miles de personas que —no solo en aquel país— deciden recluirse indefinidamente en un cuarto, presos por decisión propia en su burbuja de soledad. Acosado cruelmente en la escuela, ahora pasa el día vagando por sombríos foros de donde extrae instrucciones para cometer crímenes pertrechado con un martillo y una máscara. En el borrador de Creep llegó a existir un tercer personaje radicado en EE UU que finalmente se quedó fuera, aunque el libro, cree Winkler, “funciona bien” sin él. Desatendidos por sus allegados, faltos de todo calor, Fanni y Junya han desconectado sus vidas de la realidad tangible hasta un punto de no retorno.
Ambientada en el paisaje desolador de la hipermodernidad, el trasfondo de Creep no deja de proponer un repaso a la inmemorial letanía del dolor psicológico: las heridas incurables de una infancia infeliz, el hambre de afecto y la sed de pertenencia, el vagar a base de palos de ciego en busca de un sentido para vivir. Viendo la espiral de desesperación que se desata en las páginas del libro, no resulta extraño que su escritura acabara afectando al autor. “Creo que en realidad he tenido depresión toda mi vida, lo que pasa que no me daba cuenta de lo que era. Vengo de una familia de clase trabajadora, donde no se habla de cosas como la depresión”, confiesa Winkler. Como escritor que no se crio entre libros, sino con el ruido de la televisión encendida a todas horas, ahora aprovecha esa influencia que lo audiovisual imprimió en él para redactar el guion de la película basada en Hooligan. “Trabajar para el cine es una buena distracción de la literatura, donde hay un montón de gente con egos enormes, y no me excluyo a mí mismo”, apunta. “Pero puedes tener un ego enorme y tratar bien a la gente o comportarte como un gilipollas sin ninguna razón”.
Para recrear las historias que medran en los rincones más inaccesibles de la Red, el escritor se documentó visitando páginas y foros, si bien ya contaba con algunas referencias. “Crecí con rotten.com, el sitio de donde vienen las webs de splatter gore [el gore extremadamente gráfico y violento], así que ya conocía ese mundo”, señala, “pero para preparar el libro pasé mucho tiempo en subreddits [categorías dentro de la web Reddit.com] de gore hablando con gente, y también contacté con hikikomori de lugares como Brasil, no japoneses, porque allí usan otras webs”, explica, para puntualizar: “Tanto los hikikomori como la gente que participa en los subreddits de despersonalización son personas reales con problemas reales, así que no quería usar sus historias para beneficio de mi libro. Aunque, por supuesto, fueron una fuente de inspiración”. Al leer cómo Fanni consume mecánicamente imágenes de ultraviolencia que terminan reproduciéndose en bucle en su cabeza, resulta inevitable interrogarse sobre el porqué de esa pulsión. El escritor lanzó esa pregunta en la Red, y aunque no todo el mundo fue capaz de verbalizar una justificación, se encontró con una respuesta reiterada: “A menudo me decían que les recuerda lo valiosa que es la vida, su vida, y cómo esta puede terminar en un instante”.
Que Fanni sea una mujer en una subcultura donde abundan los hombres resulta un dato llamativo. Más aún teniendo en cuenta que la anterior novela de Winkler, Hooligan, también se desarrolla en un ambiente cargado de testosterona. “Quería intentar crear a una protagonista femenina, porque no lo había hecho nunca, y pienso que fui especialmente respetuoso con el hecho de que yo soy un hombre cis y no una mujer”, abunda el autor. “No aporto exactamente una perspectiva femenina, porque en el libro no hay una perspectiva desde el yo, pero creo que el lenguaje del narrador está muy cercano a quienes son Fanni y Junya, está coloreado por cómo ellos se ven a sí mismos”.
Otra cuestión reseñable en lo que se refiere al estilo de la novela es el uso de multitud de términos en japonés para representar el universo donde se mueve el personaje tokiota y de otros en inglés relacionados con la tecnología para recrear a la alemana, una decisión ambivalente que por un lado resulta enormemente relevante para reflejar cómo se habla no solo en la jerga de internet, sino también, cada vez más, en el día a día, y que por el otro plantea un reto a la hora de abordar la lectura. “Es gracioso, porque hay gente que me cuenta que les resultó difícil meterse en el libro por esta cuestión, y otros que dicen que nadie habla así, pero yo se lo pregunté a dos personas que trabajan en el sector y me aseguraron que la gente habla así todo el tiempo”.
Mientras apura el café y otro cigarrillo de liar en una terraza en una calle cercana al centro de Hannover, flanqueada por elegantes casas señoriales y situada a la entrada de un frondoso bosque urbano, Winkler resume los varios proyectos que le tienen ocupado en la actualidad. Además de la adaptación de Hooligan, trabaja en un segundo guion que, en un principio, iba a basarse en Carnival, su nouvelle, pero que ha terminado transformándose en una historia original. Además, va a ponerse a escribir “en serio” un futuro libro, que parte de la lectura de la colección completa de relatos de Richard Ford como fuente de inspiración. “La leí porque mi agente pensó que sería útil”, cuenta. “Pero ahora me estoy leyendo la serie Aubrey-Maturin, de Patrick O’Brian, que son 21 libros sobre marineros y batallas navales ambientados en las Guerras Napoleónicas. Me gusta. Es totalmente diferente a lo que he leído. Es muy auténtico y está fantásticamente documentado, aunque también es bastante racista y sexista, porque eran otros tiempos. Pero verdaderamente creo que es diferente a lo que se puede encontrar en la literatura de hoy, aunque los hombres blancos viejos siguen escribiendo”, se ríe. Y cae en la cuenta: “Es más, un día yo también seré un hombre blanco viejo”.