El tejido con el que se cose la diversidad cultural de Colombia se puede ver en el centro de Madrid
La Embajada de Colombia reabre al público el Centro Cultural Gabriel García Márquez para promocionar la diversidad, el feminismo, el medio ambiente y la ansiada paz total de uno de los países más complejos del continente
En la imagen aparecen dos hombres vestidos de mujeres. Son dos representantes de la comparsa de las Farotas de Talaigua que cada año salen a bailar en el Carnaval de Barranquilla, uno de los mayores festejos de Colombia, patrimonio Inmaterial de la Humanidad y un recordatorio anual de...
En la imagen aparecen dos hombres vestidos de mujeres. Son dos representantes de la comparsa de las Farotas de Talaigua que cada año salen a bailar en el Carnaval de Barranquilla, uno de los mayores festejos de Colombia, patrimonio Inmaterial de la Humanidad y un recordatorio anual de que esta gran fiesta es otra manera de resiliencia de los colombianos. Celebrar la vida, resistir ante tanta violencia. Estos dos hombres a los que fotografió Camilo Rozo recuerdan cada año el legado de sus antepasados: un grupo de indígenas que se disfrazaron de sus mujeres e hijas y pasaron por la espada a los conquistadores españoles que aprovechaban cada noche, cuando los hombres se iban a cazar, para raptarlas y violarlas. Con esos ropajes y el contoneo de sus caderas engañaron a los españoles en una hazaña que se recuerda como uno de los primeros actos de justicia contra el abuso de las mujeres en el continente americano.
La imagen de Rozo se puede ver en el Centro Cultural García Márquez en la Embajada de Colombia de Madrid, que tras ocho años dedicado en exclusiva a los actos paralelos de la feria Arco, ahora se abre al público con exposiciones bimensuales de artistas colombianos residentes en España. El responsable de darle una segunda vida a este edificio, inscrito en el jardín interior de la residencia del embajador, fue Gustavo Petro, presidente del país andino, que cuando llegó al poder dio la orden a todas sus embajadas de convertirse, también, en promotores culturales.
Esta primera muestra visibiliza la diversidad cultural de un país con mayoría de blancos, pero que no se entiende sin las comunidades afrodescendientes (más de un 9%, según los cálculos oficiales, que los colectivos negros aumentan hasta un 15%) y las indígenas (4,4%). La venganza de las Farotas, la dignidad de la comunidad embera pese a las matanzas de la guerrilla del ELN en su huida del ejército, la sonrisa de las mujeres afro en el Festival Petronio de Cali son algunos de los ejemplos que el fotoperiodista Camilo Rozo encontró en sus archivos y presentó al concurso público del que salió victorioso con otras dos artistas. El autor rebuscó en el archivo de una década con la ayuda de la comisaria Juanita Díaz de la agencia Crónica Art. La selección se la mostraron a Ana María Sánchez Baptiste que hizo una museografía basada en banderolas y un camino de piezas redondas de yute que recuerdan a los caminos de los koguis, otra de las comunidades indígenas del país.
De alguna manera, esos pasos indígenas conducen al visitante hasta los cuadros de Victoria Eugenia García Moreno, artista de Medellín residente en Barcelona, que dedicó cinco años a investigar como artista visual pero también como etnógrafa a la comunidad Wiwa de Gotsezhi en el norte de Colombia. Sus pinturas y piezas llamadas Hilos de oro son un estallido de color que recuerda al Caribe del país y, en concreto, a los rituales ancestrales de los pobladores de esta región.
En la primera planta, Vivian Yan, de Bogotá que lleva más de dos décadas en España, reflexiona sobre cómo la pandemia le devolvió a su país y a las raíces que conforman su cultura. La manera en la que funde la cestería, el chumbe Inga —un tipo de faja usado por mujeres indígenas— y las mochilas arhuacas, entre otros tejidos, con la resina pretende, explica la artista, servir de homenaje a estas comunidades y a la vez darles cierta actualidad.
Las piezas de los tres artistas se pueden visitar tres veces a la semana durante dos meses con cita previa. Después llegarán, dice María Andrea Torres Moreno, ministra Plenipotenciaria y responsable Educación y Cultura de la embajada, exposiciones sobre el medio ambiente, feminismo y la ansiada paz total en Colombia.
En cada una de las plantas del Centro Cultural, las piezas de los tres artistas seleccionados conviven con imágenes del Archivo Arkhé, esa gran memoria del país con más de 80.000 piezas que desde inicios de año se ha instalado en Madrid. Las publicaciones indexadas y clandestinas, fotografías, documentos, cartas, manifiestos, obras de arte y objetos del coleccionista Halim Badawi y el abogado Pedro Felipe Hinestrosa tendrán un espacio fijo en la embajada de Colombia donde se podrá ver un patrimonio ligado al arte latinoamericano, que incluye joyas como un ejemplar del Manifiesto Antropófago de Oswaldo de Andrade, el movimiento que convulsionó la cultura brasileña en 1928; con un claro compromiso político que sus fundadores definen como Archivo Queer y documenta la evolución y la expresión de la disidencia sexual desde finales del siglo XIX, aunque algunas de sus piezas se remontan al siglo XVI. Los dos coleccionistas colombianos se pusieron con la tarea de promocionar la cultura de su país antes de que Petro le diera la orden a sus embajadores.