El ‘bastinazo’ de hablar en gaditano
Los gaditanos siguen los debates del Congreso Internacional de la Lengua Española mientras sacan pecho de su léxico abreviado y cargado de ingenio
“Lo nuestro es un lenguaje culto y abreviado”. Ángeles Espinosa salta como un resorte preventivamente, a nada que le preguntan por el léxico de Cádiz. Carrito de la compra al ristre, la gaditana se ha detenido a charlar un rato con sus amigas Mari Carmen Tizón y la madre de esta, Ángeles, en la esquina de la plaza de Abastos que da al cartel en el que se ve la palabra malaje [persona sin ángel, antipática], uno de los 57 vocablos que forma parte de la exposición callejera Palabra de Cádiz. “No me digas que no hay expresión que dice tanto con tan poco: ‘no ni ná'. Son tres negacio...
“Lo nuestro es un lenguaje culto y abreviado”. Ángeles Espinosa salta como un resorte preventivamente, a nada que le preguntan por el léxico de Cádiz. Carrito de la compra al ristre, la gaditana se ha detenido a charlar un rato con sus amigas Mari Carmen Tizón y la madre de esta, Ángeles, en la esquina de la plaza de Abastos que da al cartel en el que se ve la palabra malaje [persona sin ángel, antipática], uno de los 57 vocablos que forma parte de la exposición callejera Palabra de Cádiz. “No me digas que no hay expresión que dice tanto con tan poco: ‘no ni ná'. Son tres negaciones para decir una afirmación”, prosigue Espinosa, en referencia a otro de los vocablos escritos. Tizón le replica: “Si no nos valoran bien fuera de Cádiz por cómo hablamos es que me la repampinfla, que también es algo que por aquí se dice mucho”.
Cádiz vive estos días su protagonismo en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) como el cabo Gutiérrez de la película Amanece, que no es poco. “¿Es que no sabe que es verdadera devoción lo que hay en este pueblo por la palabra?”, parafrasea la bibliotecaria municipal Yolanda Vallejo, una de las artífices de la exposición de léxico gaditano que por segunda vez —ya estuvo meses atrás— causa furor entre locales y foráneos. “Uno se reconoce de dónde es en las palabras que dice. Quizás sin tener muy claro qué se debate en el congreso, la gente está entusiasmada”, reflexiona.
Josifa [fregona], quillo [chiquillo], pimpi [embaucador, seductor], bastinazo [algo muy grande]... La ciudad luce empapelada estos días, exhibiendo orgullo de patria chica en el hablar. No hay casi escaparate, ventana o fachada que no se haya sumado a la iniciativa de lucir vocablos propios de la ciudad, que surgió desde la Asociación de la Prensa de Cádiz. “Lo más bonito es lo de los centros escolares, donde los niños y los profes se han sumado. Permite testar el calado que ha tenido la defensa del habla de Cádiz y de nuestra identidad”, dice Lola Cazalilla, concejala de Cultura del Ayuntamiento de la ciudad.
La capital vistió “de domingo sus palabras de todos los días”, como apunta Vallejo —en referencia a María Moliner— hace ya más de dos años para defender su idoneidad como candidata a acoger el CILE de 2025. Las turbulencias políticas de Perú la llevaron a cambiar el paso y aceptar el reto de organizar un congreso en tres meses. En ese escaso lapso, al gaditano le han entrado bríos renovados por defender su forma de hablar. “Pero tampoco me vayas a pedir que sepa de qué se está debatiendo en el congreso, que eso ya es algo científico”, advierte Espinosa.
“La gente es consciente del evento y se ha sentido partícipe de la candidatura. Ahora el reto está en que la programación llegue”, abunda Cazalilla que, con todo, se siente “orgullosa” por cómo todo esto ha servido para “empoderar” al andaluz y al gaditano como formas de expresión. Era justo lo que, a buen seguro, buscaba el escritor y alcalde de Cádiz Adolfo de Castro cuando se le ocurrió en 1857 editar su Diccionario de voces gaditanas, una de las primeras recopilaciones de España de términos locales. Le siguió Pedro Payán Sotomayor en los años ochenta del siglo XX con El habla de Cádiz y Javier Osuna y Erasmo Ubera, en 1991, con El lenguaje de la mar de Cádiz.
Entre todos, armaron un puzle de vocablos diversos con orígenes árabes, como baraja [del árabe baraka, que significa bendición divina y que en Cádiz sirve para definir a los cierres metálicos de los negocios], significados compartidos o divergentes con América, como espiocha [herramienta de trabajo aquí, persona fea en México] y palabras cedidas con gusto a todo el español, como paraíso [en su acepción como zona alta de los teatros, traído desde el oratorio donde se aprobó la Constitución de 1812]. De todas esas palabras investigadas a pie de calle, bebió el equipo del Ayuntamiento para alimentar la cuenta oficial del Congreso de Cádiz en Twitter, de la que, a su vez, salió la exposición callejera en el Mercado. Vallejo fue responsable de esas definiciones divertidas que insinuaban, más que definir con detalle. La intención era dejar al tuitero con ganas de más. Ahora, encabezando cada lona, interpelan al paseante, como apunta Cazalilla. “Empezamos casi como un juego y esto ha crecido tanto”, añade.
Ahí están Yesenia Cabrera y su madre vendiendo bragas y sujetadores en los alrededores del mercado este martes con la palabra bajío [mala suerte] de telón de fondo. “Menuda palabrita, quitárme eso de ahí, hacer el favor”. Ella tampoco sabe al detalle qué hacen esos señores enchaquetados que van y vienen por las calles con sus acreditaciones colgadas del cuello, pero tiene claro que de algo servirá: “Para que ya no nos llamen más catetos o que nos digan que no se nos entiende”.
Está por ver si la conversión, cual Pablo de Tarso, opera más allá de Despeñaperros, aunque es dogma que abrazan con fuerza gaditanos de adopción como Carolina Peramato, aragonesa, filóloga francesa y residente en la ciudad desde hace nueve años. “Yo era de las que corregía a quien consideraba antes que hablaba mal y ahora he aprendido a valorarlo. Me encanta el habla de Cádiz. Por quedarme con una palabra, quizás con casapuerta [zaguán]. Es tan bonita”, dice mientras se fuma un cigarro antes de entrar a su puesto de trabajo como camarera en uno de los puestos gastronómicos. Allí, en ese templo improvisado de la palabra cantada, vociferada y manoseada que es un mercado, le tocará lidiar tanto con gaditanas de pro —o gaditas—, que van a hacer su compra, como con los guachisnai [turistas extranjeros, de what’s your name?] que hablan inglés o francés.